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El Bulevar del Río es uno de los espacios abiertos y turísticos más transitados durante el día en Cali. Será uno de los lugares en donde se podrá eliminar el uso del tapabocas cuando se cumpla al 70% de vacunación completa. | Foto: Galería de El País

TAPABOCAS

El 'síndrome de la cara vacía': así es el trastorno que surgió con el retiro del tapabocas

A dos años de pandemia, cuando llega la oportunidad para dejar el uso del tapabocas, no todos se sienten 100 % seguros sin su escudo facial. ¿Padece usted de este síndrome?

22 de mayo de 2022 Por: Redacción El País

La vida cambió en los últimos dos años por cuenta del SARS-CoV-2 y toda su parentela de cepas y mutaciones virales, pero gracias a las vacunas contra el Covid-19 hoy, poco a poco, una parte del mundo intenta volver a eso que llaman “la vida normal”, un sueño quizá imposible.

En todo este tiempo, la humanidad solo ha tenido un escudo protector contra ese enemigo invisible que se ha cobrado, a la fecha, más de 6 millones de vidas: el tapabocas, cubrebocas, la mascarilla, el barbijo o nasobuco. Y sigue siendo la principal protección, sumada al distanciamiento social y el lavado de manos, debido a que las vacunas enfrentan los síntomas, pero no previenen el contagio.

Tal vez sea por esto que algunos temen desprenderse de su tapabocas, incluso cuando, en determinados lugares, dejó de ser una obligación de salud pública. La omnipresencia del tapabocas en la vida cotidiana y las garantías de protección que sigue ofreciendo, han calado en la sociedad más allá de lo estrictamente preventivo. Sin duda, este elemento de protección se convirtió en parte de la cultura, marcando la época y adquiriendo en la psicología la representación misma de la seguridad.

Quienes tienen enfermedades cardíacas, diabetes, asma, hipertensión, y avanzada edad, tienen más riesgo de sufrir Covid-19 de gravedad; es aconsejable que no dejen el tapabocas”. Mara Tamayo, psicóloga clínica.

El síndrome

A una semana desde que el Ministerio de Salud confirmara que Cali cumplía con los niveles exigidos de cobertura en vacunación (83,19% de primeras dosis, 73,19 % de esquemas completos y 42 % de refuerzos), para que los caleños dejaran de usar el tapabocas en espacios cerrados, y casi tres meses después de que se levantara la obligatoriedad de usarlo en espacios abiertos; las reacciones de las personas a este, en apariencia, sencillo cambio de hábito es desigual, incluso problemático.

Mientras que para unos la posibilidad de abandonar el tapabocas es un motivo de alegría, una forma de libertad; para otros, acostumbrados a esa sensación de seguridad que otorga el tapabocas pese a las incomodidades, se trata de un riesgo, por lo que sienten miedo de desprenderse de este, ya que persiste la incertidumbre del contagio.

Esta particular forma de fobia, generada por el contexto propio de la pospandemia, se conoce como síndrome de la cara vacía o en inglés “mask fishing”. Los psicólogos han definido el fenómeno como la angustia, ansiedad, estrés, nerviosismo o malestar que sienten algunas personas cuando tienen la boca y nariz descubiertos en público. En un principio se consideró a los adolescentes como los más afectados debido a inseguridades inherentes a su aspecto físico, pero con el paso de los días, los adultos también mostraron síntomas como la sensación de sentirse desnudos, intranquilidad, sudoración, aislamiento social o agorafobia, incluso pánico a estar sin tapabocas.

A pesar de la flexibilización en el uso de tapabocas, no hay una razón de peso para abandonarlo, no podemos relajarnos del todo en el autocuidado”. Paula Dávila,
psicóloga clínica.

El síndrome de la cara vacía se ha presentado más que todo en países donde debido a la baja de contagios y el éxito en los planes de vacunación, se han flexibilizado las medidas de bioseguridad.

Cabe aclarar que así se haya dejado de exigir el uso de tapabocas en espacios abiertos y cerrados de algunas ciudades del país, el Ministerio de Salud de Colombia mantiene la obligatoriedad en los servicios de salud, hogares geriátricos y transporte público (MÍO).

Mara Tamayo, psicóloga clínica de la Universidad del Valle, considera que el síndrome de la cara vacía “es una mezcla de temores que generan mucha ansiedad, y aunque al principio la posibilidad de no usar el tapabocas puede sentirse como una liberación, luego, como es normal en el ser humano, viene una sensación de desprotección y temor, que causan malestar psicológico, porque después de tanto tiempo usando este accesorio, se convirtió en sinónimo de protección y de autocuidado”.

La psicóloga explica que, “así como fue un proceso paulatino adoptar el hábito de usarlo cuando empezó la pandemia, finalmente se incorporó a la vida, casi como algo natural, tanto que nadie olvidaba salir sin su tapabocas. Nos volvimos muy rigurosos, porque de esto dependía no enfermarse, no contagiar a otros y, en últimas, no morir. De este dependía la salud y la vida de todos, así se volvió imprescindible y parte de nuestra imagen social, de modo que la gente asimiló esto profundamente, por eso ahora para abandonarlo requerimos hacer otro proceso emocional similar a un duelo y aprendernos a reconocer sin este”.

En este sentido, Tamayo agrega que “se trata de un proceso psicológico esperado dentro de la situación que vivimos, que debemos tratar de forma natural, como cuando desaprendemos una costumbre y debemos readaptarnos a estar sin tapabocas. Pero cuando la persona se vuelve obsesiva, que no se lo quiera quitar en ningún momento, y se vuelva algo más que una medida de seguridad, entonces podría tratarse de una reacción patológica”.

Por su parte, la psicóloga Angélica Rodríguez García, de la página de salud webconsultas.com, aclara que “es necesario tener en cuenta que el síndrome de la cara vacía no es una patología en sí misma, sino que agrupa síntomas relacionados con alteraciones emocionales, sobre todo, del tipo ansioso”.

Para Paula Dávila, psicóloga clínica de Cali, la ansiedad se debe a “que nos condicionamos por más de dos años a sentir que nuestra seguridad dependía de la mascarilla, y era el único elemento que nos permitía salir al exterior y tener contacto con el otro, sintiéndonos protegidos. Así que ahora que hay un permiso, algunos optan por no dejar de usarlo, basados en algo muy claro y es que el virus sigue, el hecho de que hayan disminuido los contagios y cierta parte de la población esté vacunada, no impide que te puedas enfermar, realmente nadie quiere vivir ese proceso”.

Cada persona tiene sus razones

Andrés Torres Altamirano es músico y profesor de canto en una institución universitaria de Cali, tiene 42 años y se ha contagiado en tres ocasiones de Covid-19. La primera vez, aún sin vacunarse, fue en una cafetería, estuvo tres semanas hospitalizado con oxígeno, pero afortunadamente no hubo necesidad de ingresarlo en UCI. Las dos veces siguientes se contagió en los buses del MÍO, pero ya estaba vacunado, por lo que tuvo síntomas leves, sin embargo, “en todas me tardé dos meses en recuperar mi voz”.

A la pregunta, ¿piensa abandonar el uso de tapabocas? “Solo en los espacios abiertos y cerrados con buena ventilación, pero de ningún modo me subo al transporte público sin tapabocas”.

La psicóloga Dávila señala que esa decisión “tiene que ver, en algunos casos, directamente con lo que esa persona ha vivido frente a la pandemia y su relación con el Covid-19; no reacciona igual alguien que no perdió un amigo o familiar por el virus, a quienes perdieron seres queridos, son dos circunstancias diferentes para afrontar la realidad, desde luego que para uno de ellos dejar el tapabocas representa mayor peligro. También deben considerarse a todas aquellas personas que tienen enfermedades de base y mayor riesgo de gravedad ante el Covid-19, ellos, es comprensible, se apegan a lo único que les puede generar seguridad”.

Las profesionales en psicología aconsejan a quienes tengan estos síntomas frente al no uso del tapabocas —que se trata de un acto voluntario y a conciencia—, que vayan a su propio ritmo, sin presiones de nadie, para ir adquiriendo de nuevo confianza, y desde luego, sigan atentos a la evolución de la pandemia y los cambios en las medidas de bioseguridad.

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