CORONAVIRUS
Tres héroes de la primera línea comparten sus enseñanzas frente al covid-19
El terapeuta Ricardo Mejía, la auxiliar de cargos generales Gloria Equidad Cardona y el intensivista Diego Bautista Rincón cuentan sus historias en las UCI de Cali.
Ricardo Mejía no recuerda ningún sueño que haya tenido en el último año. Los momentos para dormir casi siempre fueron fraccionados y dispersos, sobre todo en julio, cuando la ocupación de UCI en Cali era del 95 %. El terapeuta respiratorio recuerda “esos cuatro días” en los que máximo dormía 20 minutos diarios: le atormentaba que una vez cerrara los ojos, un paciente falleciera diez segundos después.
Mejía hace parte de los casi 50.000 miembros del personal de la salud o trabajadores que laboran en primera línea en Cali, uno de esos nombres que se prestan para compilar una gruesa antología de heroísmo en tiempos de covid, pero que por le momento solo habrá tres de ellos.
El puesto de trabajo de Mejía no solo es la Clínica Rey David, sino también... toda la ciudad. El terapeuta hace parte de un grupo de 20 médicos que atienden pacientes covid en casa: algunos por medio de telemedicina, otros mediante visitas presenciales. Mejía hace parte de estos últimos. Además de las 200 personas que ha ayudado a sobrellevar su enfermedad en la UCI, también ha hecho lo propio en alrededor de 300 hogares.
Dada la ausencia de su esposa Zorany y su hijo Juan José, de cinco años, producto de que estuvieron aislados durante nueve meses en un municipio del norte del Valle, Mejía reconoce que encontraba ese no sé qué familiar en algunos de sus pacientes. El terapeuta afirma que ese sentimiento fue más fuerte cuando en junio conoció a Alberto Anzola, un paciente de 94 años con antecedentes cardíacos.
“Desde el primer momento en el que lo atendí, él me dijo: ‘Si yo tengo covid, no me lleven para la clínica’. Era una frase que todos decían, pero que al momento de complicarse, era fácil convencerlos de que lo mejor era la hospitalización. Con Alberto era todo lo contrario. ‘Yo me quiero morir con mis hijas’, insistía cada vez que le preguntaba al oído. Para que te hagas una idea de cómo estaba: pese a que recibía 100 % de oxígeno de forma artificial, su saturación apenas si llegaba al 64 %, cuando lo normal es que esté por el orden del 90 %. Era cuestión de tiempo para que falleciera”, cuenta Mejía, quien lo visitaba tres veces por día.
Mientras más altas eran las probabilidades de sufrir un infarto súbito, la resolución de Alberto de morir en su casa se convertía en una sentencia grabada en una placa de bronce. El terapeuta, tras llegar a un acuerdo con la familia del paciente, decidió tomar medidas extremas: utilizar ventilación mecánica no invasiva, un método contraindicado para esas fechas, dado que esparcía el virus hasta seis metros de distancia, poniendo en altísimo riesgo a Mejía. Dos días más tarde, la capacidad de saturar de Alberto llegaba a un 86 % y dos semanas después, prescindía de oxígeno artificial.
“Si Alberto hubiese sido remitido a una UCI, pero se negara a recibir un proceso invasivo, como es usual, de ahí no sale”, asevera el terapeuta. Hoy narra parte de su historia con más holgura, ya en compañía de su hijo, Juan José, a quien no puede abrazar hasta que se retire el uniforme en la puerta de su casa, deje sus zapatos afuera, se duche y se lave las manos con alcohol. El pequeño de cinco años a veces le comenta un sueño que tiene desde hace un par de semanas: “Papá, quiero diseñar una máquina que absorba el virus y lo mate”.
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Silencioso, pero no invisible
“¡Qué trabajo invisible!”. Esas fueron las palabras que Gloria Equidad Cardona escuchó cierta vez de un paciente mientras desinfectaba un cubículo de la UCI para adultos de la Clínica Versalles, en el norte de Cali. “Y muchas veces me he sentido invisible”, comenta Cardona, quien desde hace cinco años trabaja en el centro médico como auxiliar de cargos generales. La mujer agrega: “Es incómodo sentirse así o que te lo recuerden, porque a veces no se presta la real importancia de nuestra labor, de que cuando ingresan a un paciente este encuentre su cama impoluta, sin rastro de las infecciones de la persona que durmió allí antes de que él llegara”.
Cardona recuerda el primer día en el que la Clínica recibió un paciente covid. Ocurrió a inicios de marzo del año pasado, en horas de la tarde. La mujer se comportó como la sombra del paciente: a donde fuera, ella seguía su rastro y lo desinfectaba con minucia. Primero, urgencias, luego la zona de hospitalización y finalmente UCI, sin contar los pasillos… todo lo desinfectó. Se suponía que ese día terminaba turno a las 9:00 p.m., pero regresó a su hogar después de la medianoche.
Sus turnos dejaron de ser de ocho horas para aumentar a 12, lo que la igualaba al personal médico en entrega laboral. El cronograma de Cardona es más o menos de este modo: primero que nada, revisa los dispensadores y organiza la ropa que hace falta por lavar para después trapear el piso de la UCI. Solo surte un cambio en su rutina cuando debe desinfectar los cubículos de pacientes, una vez estos han sido retirados de allí; el orden de aseo es del lugar menos infectado al más infectado: por lo que empieza en el techo, sigue hacia las paredes y termina en la cama.
“Mi apariencia es casi la misma que la de los médicos y enfermeras: bata antifluidos, guantes de latex, careta, gorro, tapabocas N95 y monogafas. Los primeros meses era muy estresante lidiar con esa carga, pero luego uno se acostumbra. Lo que pasa es que no pude ver a mis papás -que son adultos mayores- hasta noviembre, porque tenía miedo de contagiarlos, como me pasó a mí en abril y a los pocos días a mi esposo y mi hijo mayor, de 17 años”, explica Cardona.
La auxiliar reconoce que ama su trabajo y que se siente feliz cuando hace una buena desinfección. A veces se imagina como una paciente que llega a la UCI para adultos de Versalles y que la recuestan suavemente sobre esa cama de un blanco perfecto, suave al tacto, que una mano silenciosa, pero no invisible, ha hecho realidad.
Salvar al mundo
Para el intensivista Diego Bautista Rincón, hoy ya no tienen tanta cabida los comentarios autocompasivos en el mismo gremio médico que atiende pacientes covid, pues eso iría en menoscabo al orgullo de haber estado en la primera línea de una pandemia mundial, “en la que no te voy a decir que no tengo miedo de contagiarme, pero si hemos estudiado tanto es para atender esta emergencia en equipo, de forma integral”, asevera.
Bautista Rincón, quien también es internista, hace parte de los 22 intensivistas que tiene la Clínica Valle del Lili, en el sur de Cali, y más específicamente entre los ocho y once que laboran en la UCI para pacientes covid, mientras el resto -los mayores de 60 años- atiende a personas con otros diagnósticos graves.
El especialista ha liderado en el centro asistencial un método prometedor para aliviar la tensión de los pulmones en los pacientes graves con coronavirus, conocido como oxigenación extracorpórea (ECMO por sus siglas en inglés), que consiste en la extracción de sangre de un paciente a través de una tubería o cánula hacia la máquina, que se encarga de eliminar el dióxido de carbono de esa misma sangre para devolverla oxigenada.
“Es un método ideal para ganar tiempo mientras haces lo posible para tratar la neumonía. Por ahora, de los más de 1000 pacientes que atendimos hasta diciembre, solo uno recibió el tratamiento y fue exitoso, mientras que en lo corrido de este año, lo hemos aplicado con cinco, de los cuales ha fallecido uno, tres están en terapia y uno ya está recuperado”, cuenta el intensivista.
De hecho, según un estudio realizado en Reino Unido y publicado en la revista científica The Lancet, la oxigenación extracorpórea ha demostrado una tasa de supervivencia del 74 % en los pacientes covid.
Por la forma de hablar de Rincón, se sobreentiende su pasión por la ciencia y la medicina como maneras de salvar al mundo. El intensivista sentencia: “La capacidad de adaptación del ser humano es increíble: el cómo somos capaces de no solo abandonar los besos, guardar distancia y usar tapabocas, sino también de mejorar nuestras capacidades para hacer medicina a distancia y entrenar nuestro equipo a partir de las experiencias de afuera sobre el covid”.
Homenaje
Son 66 los nombres del personal médico del Valle que no desistió de su labor durante la pandemia y que han fallecido a raíz de la enfermedad, según la Secretaría de Salud. Nombrarlos es más que agruparlos en una lista, pues se trata de reconocer su existencia en este sentido homenaje:
Luis Carlos Pérez Gutiérrez, Alejandro Giraldo Martínez, Óscar Tulio González Riascos, Jesús Antonio Cabrera Bustos, Mario Hernando Segura Santana, Pedro Nel Millán Henao, Antonio Agustín Zatizabal, Agustín Ernesto Antón Vilca, Juan Manuel Rodríguez, Álvaro Humberto Vidal García, Harold Augusto Martínez Ortiz, Gloria Emilce Jurado Vásquez, Lucero Jackeline Ordóñez, Ronald Stivens González Melengue, German Suárez Gatner, Tamer Arana Fajuri, Gerson Alberto Dizu López, Gladys Sixta Mina Jiménez, Luis Antonio Torres Arenas, María Ofir Arciniegas Lucío, Franco Arturno Eraso Vallejo, Alexander Yusuguaira Ortiz, Diana Cristina Paya Giraldo, Adalberto García Carmona, Jesús Chávez Porras, Carlos Horacio Pineda Peña, María Merly Zúñiga, Yimmi Álvaro Morales Arango, Rómulo Bolívar, Carlos Ramírez Suárez, Ofelia Polanco, Yaneth Murillo Mosquera, Cristina Ortegón Moreno, Jesús Antonio Hoyos Ibarra, Delio de Jesús Naranjo Ruiz, Henry Rengifo Astaiza, Ramón Ramírez Gómez, Margarita Bernal de Mendoza, Guillermo León Burbano, José Atalivar Diaz Góngora, Nelly Trejos de Acosta, Carlos Antonio Acosta Castillo, Juan Dedios Nieto, Teresa de Jesús Bedoya de Cano, Janeth Alarcón Escobar, Luis Hernán Anaya Ceballos, Pastora Ballén, Elizabeth Zarate Torres, Tulio Fredys Núñez Zúñiga, Próspero Guzmán, Querubín Taba Morales, José Gildardo Monsalve Ruiz, Luis Antonio Cortés, Salvador Álvarez Gaviria, Héctor Jaime Valencia, Moisés Parra Holguín, Julián Llano Blandón, Norbey de Jesús García, Gilberto Buitrago Gómez, Helmer Bahamón Muñoz, Guillermo Benavídez, Graciela Antonia Caicedo, Blanca Gilma Malagón y María Ofelia Martínez.