LITERATURA
Ensayo: La Peste de Albert Camus, un escenario del absurdo colectivo
Un ensayo sobre la escritura de La Peste, de Albert Camus, indagando las relaciones entre absurdo, comportamiento colectivo y muerte durante una pandemia.
La sensación de opresión y asedio de los troyanos en la Ilíada le dio a Camus la idea que soporta La Peste. El mecanismo es el mismo: el aislamiento y el destino signado. Gente amenazada por un enemigo y condenada a perecer de antemano por decisión divina. Conflicto al que añadió un nuevo escenario, la peste, y los procedimientos narrativos de Defoe: el estilo indirecto de la crónica, el reporte de los hechos sensacionales y un personaje que es un héroe al modo de Stendhal, pero anti romántico. Un héroe absurdo, con un conflicto extraño de alejamiento de las normas sociales y la misantropía: el doctor Rieux, obligado por su profesión a ayudar a los demás. Un foco que pasó de lo divino a dimensión humana, pero con una narración objetiva de la tragedia colectiva.
El propósito de la novela está esbozado en sus carnets de 1942. Mientras París está ocupada por los Nazis y los franceses vivían la progresiva aceptación de un destino fatal. Camus había estudiado una recurrencia notable en la literatura:
“Atracción que sienten algunos espíritus por la justicia y su funcionamiento absurdo. Gide, Dostoievski, Balzac, Kafka, Malraux, Melville, etc. Buscar la explicación.
“Peste. Imposible salir. Esta vez demasiados «azares» en la redacción. Hay que ceñirse estrictamente a la idea. El extranjero describe la desnudez del hombre frente al absurdo. La peste, la equivalencia profunda de los puntos de vista individuales frente al mismo absurdo. Es una progresión que se precisará en otras obras. Pero, además, La peste demuestra que el absurdo no enseña nada. Es el paso definitivo”.
La respuesta a ese absurdo es La peste y el Mito de Sísifo: un ensayo sobre el absurdo de la existencia y el anhelo de libertad del hombre, y una ficción sobre un brote de peste en Orán, Argelia, su tierra natal.
“Novela. No poner «La peste» en el título. Sino algo así como «Los prisioneros».
“2 de octubre. Comienzo
“La peste tiene un sentido social y un sentido metafísico. Es exactamente el mismo. Esta ambigüedad es también la de El extranjero”.
Pero: ¿Cuál es ese sentido social y cuál el metafísico? Cuando el destino individual se disuelve en el destino colectivo desaparece el yo. Aunque antes desaparecerán cosas más importantes. El pan. La libertad. El movimiento. Los pasos. Se paralizan las fronteras. Escasea lo más cotidiano. Desaparecen oficios. Prácticas. Y aparecen nuevas normas, normas absurdas y deshumanizadas. Aumentan los ataúdes. Cavan fosas comunes. Y tragedias domésticas: se separan los amantes. Mueren los familiares lejos de ti y mueres lejos de tus seres queridos.
Antes de perder el yo, empiezas a ver tu vida involucrada en los decretos oficiales, te quedas sin empleo, varado y desabastecido, u obligado a acatar imperativos morales. El yo se reduce a sus justas proporciones: los límites del cuerpo, que es lo que la enfermedad quiere destruir. Pierdes la libertad. Si eso no ha pasado, es porque la peste aún está por llegar. Cuando llegue lo sabrás fácilmente. Tocará a alguien que conocías. A un pariente. A alguien que vive al otro lado de la calle, donde está la ambulancia con una camilla y dos agentes cubiertos y una bolsa plástica.
Ahí, justo ahí, cuando estás a punto de perderlo todo, porque eres el siguiente, es cuando aparecen las preguntas metafísicas, que acaso son las mismas que se han hecho los filósofos y los anacoretas: qué es la vida y por qué estamos aquí, y de qué nos sirve todo lo que hemos hecho si ante esto nada tiene sentido. Quedamos solos frente a las cuatro nobles verdades del Buda. No necesariamente la peste lleva a ese estado absurdo. La peste es una metáfora. Y acaso esta peste de 2020 nos sirva de metáfora. Muchas veces nos toparemos andando por ese camino.
Pero la muerte esperando por ti en el andén de enfrente siempre hará que la vida, la repetición de rutinas y errores que has llamado vida, tu ambición, tus deseos, tus sueños abandonados o conseguidos, tus desechos, adquieran un nuevo sentido. De ahí la importancia de la muerte para el pensamiento metafísico del absurdo.
Escribe Camus en sus Carnets:
“¿En qué momento la vida se transforma en destino? ¿En la muerte?; pero ese es un destino para los demás, para la historia o para la familia del muerto. ¿Por la conciencia? Pero es el espíritu el que se forja una imagen de la vida como destino, el que introduce cierta coherencia donde no la hay. Se trata de una ilusión en ambos casos. ¿Cuál es la conclusión?: ¿no hay destino?”.
Desarrollo del absurdo:
“1. Si la preocupación fundamental es la necesidad de unidad.
2. Si el mundo (o Dios) no pueden satisfacerla. Incumbe al hombre fabricarse una unidad, ya sea apartándose del mundo, ya en el interior del mundo. Así resultan restituidas una moral y una ascesis que aún quedan por precisar.
“Vivir con las propias pasiones es también vivir con los propios sufrimientos, que son su contrapeso, su correctivo, su equilibrio y su compensación. Cuando un hombre ha aprendido —y no en teoría— a permanecer solo en la intimidad de su sufrimiento, a superar su deseo de evasión, la ilusión de que otros puedan «compartirlo», le queda ya poco que aprender”.
La metáfora moral e inagotable de La Peste es que la fragilidad de la vida y su fugacidad convierten los valores sociales en ritos sin sentido. El pensamiento absurdo no es menor en esta época donde los ritos están tan desvalorizados que la iglesia católica perdió el poder de la campana y la gente prefiere ver parodias de la pandemia en series mainstream para buscar sincronicidades, prefiguraciones y salidas (metafóricas) a su desesperanza. El gran rito social de hoy es la distracción. La gran incapacidad que tenemos de mantener la mente concentrada en algo se debe justo al exceso de la información en vivo que nos alcanza a través de los dispositivos de comunicación a nuestro alcance. La paradoja es que nunca antes la humanidad contó con tanta abundancia, con tanta ciencia, con tantas formas de informarse verazmente, pero al mismo tiempo nunca antes estuvo tan desvalida y rodeada de falsedades.
Al desaparecer el yo, ante la constatación de la muerte eventual, reapareces localizado en el destino colectivo. Ese es el carácter social de la novela y de una tragedia colectiva como la pandemia. ¿Puede haber solidaridad, unión, hermandad si estás anhelando salvarte cuando lo que cohesiona es el destino colectivo? La enfermedad colectiva, incontrolable y letal es un buen escenario de pruebas del absurdo y del anhelo de libertad y de justicia, y eso es lo que demuestra la maestría de esa novela, La Peste, demeritada como “la novela más mediocre de Camus”, al comienzo de la peste China de 2020, por el premio Nobel Mario Vargas Llosa, confinado en Madrid.
Camus retrotrajo un microcosmos de conductas sociales delimitadas por La Peste, el brote de cólera que hubo años antes en Orán. Sabía que la enfermedad funciona como una congregación, nos reúne forzadamente, y crea sus normas, nos obliga a una ascésis, nos pone frente al silencio y la soledad, el estado perfecto para observarse. La novela describe la normativa de excepción, la regularización del encierro y la secuencia de acontecimientos colectivos que afectaron a los personajes de esa ciudad, que había sufrido un brote de peste al comienzo del siglo en que Camus sitúa su historia. La Peste nos obliga, a una vida recoleta, a una congregación, a una normativa social, a un rigor espiritual, justo a personajes como nosotros, gente de todas las clases que no usó su vida nunca para dar cabida a una dimensión espiritual, ni aprendió a frenar la ansiedad del pensamiento ni se imaginaba siquiera que una parálisis del mundo nos llevaría a hacer necesaria una práctica de autoinspección.
La Pandemia actual del Codvid-19 confirma las intuiciones de Camus y la acertada precisión del microcosmos del absurdo social imaginado en su novela.
Escenarios del absurdo
En Bogotá una mujer para pasar la cuarentena abre el PC a las 7 de la mañana y oye canciones vallenatas todo el día esperando que su hija que vive en uno de los pueblos de España donde la peste arrasa, la llame.
En México los mercaderes de Tepito fabricaron gel antibacterial sumando alcohol industrial con gel para el pelo, lo que da una textura muy casual pero nula protección al incauto.
En Alemania una anciana escapó del geriátrico y violó la cuarentena para ver a su hija por última vez. Los policías la interceptaron, la llevaron a la casa de la hija, donde la anciana dijo que residía, pero la hija lo negó y los policías la llevaron de vuelta al geriátrico y sólo alcanzó a ver a la hija por el cristal de la patrulla.
En Bérgamo, el empresariado italiano impidió el cierre de las fábricas y la cuarentena, porque no podían parar la producción mientras el virus se propagaba, quince días después tenían una hilera de camiones militares llevando los cadáveres que arrojó el pico de la pandemia a la fosa común.
En Madrid un premio Nobel de Literatura octogenario intenta escribir en su columna del domingo un elogio del placer de la lectura, sin saber que apenas logrará un réquiem para la literatura y para el gremio amenazado por la recesión.
Los últimos párrafos los orienta en la defensa de la democracia liberal que es el instrumento más útil de ese sistema mercantilista que justamente deja morir porque no contempla la salud colectiva como una necesidad social básica sino como negocio.
En el norte de México el cartel de traficantes reparte cajas de ayuda a los habitantes para pasar la cuarentena y en Líbano, Hezbolá abre hospitales de campaña.
En las carreteras de Colombia los venezolanos expatriados emprenden una marcha a pie de regreso porque la Venezuela sancionada parece mejor preparada para atender a su población que los países vecinos como Ecuador donde los cadáveres son incinerados en las calles y se populariza el ataúd de cartón, o que Colombia donde apedrean sus casas o los echan a la calle por no pagar el arriendo, ya que el decreto que impide el desalojo no ampara la población de ciudadanos extranjeros.
En una ciudad que se enorgullecía de tener hospitales de alta tecnología como Bucaramanga expulsan de un edificio a una enfermera porque su trabajo pone en riesgo a los demás habitantes del conjunto multifamiliar, y otra agencia informa que en Oaxaca aumentan los ataques contra trabajadores de la salud y los habitantes de un pueblo amenazan con quemar un hospital si allí se atiende enfermos del virus.
En Nueva York cavan fosas comunes con capacidad para 100.000, y entre el ciento y el millar ya no se informa sobre los que mueren, simplemente se suman.
El papa Bergoglio en videoentrevista con un periodista argentino muestra al mundo lo que es un papa confinado, que además se permite la duda, que cita a Dostoievski (Memorias del subsuelo) para referirse a la visibilidad que la peste ha dado a los mundos de los que sufren vejámenes en el encierro, un papa que propone gestos, ante la inutilidad de las palabras. Un papa que aparece en una pantalla, que ofrece estar cerca, y ese estar cerca es la virtualidad.
Y yo pensaba que iba a ser una semana medieval, pero la desnudez de la Plaza de San Pedro muestra que la iglesia católica perdió el poder y tuvo que reducirse a lo simbólico. Los presos de Padua iban a ser los encargados de llevar los pasos en el Vaticano. Queda claro que la teatralización de la fe se hace ahora con ausencia de público, en ausencia de fieles, o en la distancia de la transmisión en vivo y en directo desde la nada.
Dijo una verdad Bergoglio en su entrevista: echar a gente de sus trabajos para proteger la empresa es una canallada, pero olvidó recordarle a los vecinos de Bérgamo que hacerlos trabajar con una pandemia es un crimen. No puede ocultar el que su Dios parece en las pestes del lado de la muerte. La iglesia de Jerusalén no la cerraban desde la peste de 1300. Saramago estaría muy complacido al haber vaticinado todo esto con su radar.
En el oriente de Colombia las disposiciones que tomó la disidencia para quienes violen la cuarentena o se movilicen o enfermen de covid-19 en las veredas son: cinco millones de multa (pago colectivo de todas las casas de la vereda), por dejar circular sin permiso a cualquier habitante. Guardia obligatoria para que haya relevo día y noche en todos los pasos clausurados. El que enferme será llevado a la cuarentena obligatoria por la misma disidencia, a un lugar secreto elegido por ellos y se le dará de comer cada dos días. Eso hace que la cuarentena sea además paro armado y sus castigos, secuestro, además de delito contra la humanidad, tortura. El que enferme, no hablará, por temor al secuestro en plena selva con neumonía y sin UCI. La circular que respalda la medida alude a que están en lucha contra la guerra bacteriológica, y la alusión a las teorías conspirativas de las cadenas de noticias falsas (“los Estados Unidos crearon el virus en laboratorio para frenar la expansión China”, etc.) significan que además de la peste, el micropoder que aprovechará la pandemia para afianzarse está en manos de fanáticos. Pero bueno, este paraje no tiene médico, pero si alcalde.
Esta peste es tratada como una guerra, con la idea de que el virus es el “enemigo”, para inducirnos, claro, una disciplina paramilitar que nos permita estar disponibles y dóciles para todo lo que decrete el Estado, empezando por los “soldados de la sanidad”. Hasta en eso acertó Camus: la adopción de un lenguaje militarizado es otro paso en la pérdida de libertades, pero no hay enemigo, porque el enemigo no es humano, es algo más abstracto, algo que debería hacernos comprender mejor los ciclos de la vida y el equilibrio planetario.
Pero acaso la reflexión mayor a que nos lleva es que el anhelo de libertad humana se hace evidente cuando la perdemos. Y en medio de todo el trastorno social y la pérdida de libertad estamos nosotros. Gente que asume las normas porque está por morir. Por ir al hospital o la fosa común. O porque está a la vuelta de perderlo todo. Pero que es incapaz de tranquilizar el flujo de sus pensamientos o de reclamar ayuda al Estado. Y entonces empiezan las preguntas religiosas-metafísicas que marcan el pensamiento absurdo en su manifestación de angustia exponencial. ¿A qué vinimos a este mundo? ¿Qué hicimos con nuestras vidas? A lo que dan paso los sufrimientos morales: familia, amores, pérdidas materiales. Todos transitorios, secundarios, si miras esa ambulancia y ese cadáver en una bolsa que está en la esquina.
Existe el zen. Existen otros sentidos para la existencia. Pero no quisimos buscarlos. “No es una serenata como todas la que he venido a darte al pie de tu ventana”, entra a ráfagas esa canción por la ventana: “Cualquier tumba es igual”.
Anotaciones de La Peste en los Carnets de 1942
«Cada uno busca su desierto y, apenas encontrado, lo siente demasiado duro. No se dirá que yo no sepa soportar el mío».
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Primitivamente, las tres primeras partes, compuestas de diarios —carnets, notas, sermones, tratados— y de relaciones objetivas, debían sugerir, intrigar y abrir los arcanos del libro. La última parte, compuesta únicamente de acontecimientos, debía expresar por medio de ellos, y solo de ellos, la significación general.
Cada parte debía también apretar un poco más los lazos entre los personajes —y debía hacer sentir— por la fusión progresiva de los diarios en uno solo y completarla en las escenas de la cuarta parte.
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Segunda versión.
La peste pintoresca y descriptiva; breves trozos documentales y una disertación sobre las plaga.
Stephan —capítulo 2: maldice ese amor que le ha frustrado en todo lo demás.
¿Poner todo en estilo indirecto (— sermones — diarios, etc.) y alivio monótono por cuadros de La peste?
Decididamente tiene que ser un relato, una crónica. Pero cuántos problemas plantea eso.
Proseguir hasta el final el tema de la separación. ¿Hacer redactar informe general sobre la peste en O? Los que se encuentran una pulga.
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Un capítulo sobre la miseria.
Para el sermón: «¿Habéis notado, hermanos míos, qué monótono es Jeremías?».
Personaje suplementario: un separado, un exiliado que hace de todo por salir de la ciudad y no puede. Sus gestiones: quiere obtener un salvoconducto con el pretexto de que «no es de aquí». Si muere, mostrar que primero sufre por no haberse reunido con el otro, y por tantas cosas en suspenso. Eso es tocar el fondo de la peste.
Ojo: asma no justifica tantas visitas. Introducir la atmósfera de Oran. Nada de «gesticulación», naturalidad. Heroísmo civil.
Desarrollar la crítica social y la rebelión. Lo que les falta es imaginación. Se instalan en la epopeya como en un pic-nic. No piensan en la escala de las plagas. Y los remedios que imaginan apenas están a la altura de un resfrío. Morirá (desarrollar).
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Un capítulo sobre la enfermedad. «Comprobaban una vez más que el mal físico nunca se presentaba solo sino que venía siempre acompañado por sufrimientos morales (familia-amores frustrados) que le daban profundidad. Advertían así —y en contra de la opinión corriente— que si uno de los atroces privilegios de la condición humana era morir solo, no era una imagen menos cruel y menos cierta de esa condición el hecho mismo de que al hombre no le fuera nunca posible morir verdaderamente solo».
Moraleja de la peste: no ha servido para nada ni para nadie. Sólo quienes fueron alcanzados por la muerte en sus propias personas o en sus familias, han aprendido. Pero la verdad que de este modo conquistaron, únicamente a ellos les concierne. No tiene porvenir.
Los acontecimientos y las crónicas tienen que dar el sentido social de La peste. Los personajes le dan su sentido más profundo. Pero todo eso en general.
Crítica social. El encuentro de la administración que es una entidad abstracta y de la peste que es la más concreta de todas las fuerzas no puede dar más que resultados cómicos y escandalosos.
El separado se evade porque no puede esperar a que ella haya envejecido.
Un capítulo sobre los parientes aislados en campamentos.
Fin de la primera parte. La progresión de los casos de peste debe calcarse sobre la de las ratas. Ampliar.
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¿La dróle de peste?
La primera parte, que es expositiva, deberá ser toda muy rápida, hasta en los diarios.
Uno de los temas posibles: lucha de la medicina y de la religión: los poderes de lo relativo (¡y qué relativo!) contra los de lo absoluto. Lo relativo triunfa o más exactamente no pierde.
«Por supuesto, ya sabemos que la peste tiene sus ventajas, que abre los ojos, que obliga a pensar. En este aspecto es como todos los males del mundo y como el mundo mismo. Pero de los males de este mundo y del mundo mismo puede decirse una verdad que también es aplicable a la peste. Aunque sirva para el perfeccionamiento de algunos, si se considera la miseria del prójimo, solamente un loco, un criminal, o un cobarde puede aceptar la peste, y frente a ella la única actitud digna de un hombre es la rebeldía».
Todos buscan la paz. Destacarlo.
Los diarios ya no cuentan otra cosa que los episodios de la peste. La gente dice: «No hay nada en el periódico».
Se traen médicos del exterior.
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Lo que a mi juicio caracteriza mejor esa época es la separación. Todos quedaron separados del resto del mundo, de sus seres queridos o de sus costumbres. Y en este retiro los que podían hacerlo se vieron forzados a meditar, los otros a vivir una vida de animal acorralado. En suma, no había término medio.
El exiliado, al final, atacado por la peste, corre a un lugar elevado y llama a su mujer a gritos por encima de los muros de la ciudad, a través del campo, tres aldeas y un río.
¿Un prólogo del narrador con consideraciones sobre la objetividad y sobre el testimonio?
Acabada la peste, todos los habitantes tienen aspecto de emigrantes.
Añadir detalles «epidemia».
Tarrou es el hombre que puede comprenderlo todo, y por eso sufre. No
puede juzgar nada.
¿Cuál es el ideal del hombre presa de la peste? —Ríanse si quieren: es la honradez.
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Para el exiliado: por la noche, en los cafés donde se retrasa lo más posible la hora de encender para ahorrar electricidad, donde el crepúsculo invade la sala como un agua gris, y las luces del atardecer se reflejan débilmente en los vidrios, los mármoles de las mesas y el respaldo de las sillas que relucen débilmente: esta hora es la de su abandono.
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Los Separados segunda parte: «Les llamaba la atención la cantidad de pequeñas cosas que contaban mucho para ellos y que no existían para los demás. Hacían así el descubrimiento de la vida personal».
Del gran impulso del comienzo sólo les quedaba un taciturno abatimiento que les hacía olvidar hasta la causa de esa consternación.
Tenían la actitud de la tristeza y de la desgracia, pero ya no sentían su aguijón. En el fondo, eso era precisamente la desgracia. Antes, sólo eran presa de la desesperación. Y ocurrió que muchos no fueron fieles.
Porque de su padecimiento de amor no habían conservado más que el gusto y la necesidad del amor, y, al separarse paulatinamente de la criatura que los había hecho nacer, se habían sentido más débiles y habían acabado por ceder a la primera promesa de ternura. De modo que eran infieles por amor. «Vista ahora a la distancia, su vida les parecía un todo. Por eso se aferraban a ella con renovada fuerza. La peste les devolvía así la unidad. Hay que concluir, pues, que estos hombres no sabían vivir con su unidad, aunque la tuviesen, o más bien que sólo eran capaces de vivirla cuando estaban privados de ella».
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Quiero expresar por medio de la peste el ahogo que todos hemos padecido y la atmósfera de amenaza y confinamiento en que hemos vivido. Al mismo tiempo quiero extender esta interpretación a la noción de existencia en general. La peste dará´ la imagen de aquellos a quienes ha correspondido en esta guerra el papel de la reflexión, del silencio, y también del sufrimiento moral.