Literatura
Escribir contra lo que tememos: diálogo con el escritor peruano Gustavo Rodríguez, ganador del Premio Alfaguara
El escritor, ganador del Premio Alfaguara 2023, habla de su más reciente novela, ‘Cien cuyes’.
Por Santiago Díaz Benavides, especial para El País
Desde 2006, un escritor peruano no obtenía el Premio Alfaguara de Novela. Fue Santiago Roncagliolo quien lo consiguió entonces con su obra ‘Abril rojo’. 17 años después, otro autor del país de César Vallejo ha conseguido quedarse con el cotizado galardón. En 2023, el turno ha sido para Gustavo Rodríguez y su novela ‘Cien cuyes’.
El escritor nacido en Lima consiguió sorprender a los jurados de la edición número 26 del premio con una historia que refleja, según ellos, los grandes conflictos de nuestro tiempo. Un libro que habla sobre la vejez y ese terror tremendo que sentimos hacia ella, hacia lo que no comprendemos de su abismo. Cada vez, por eso mismo, somos tan hostiles con quien se hace mayor porque, de alguna manera, vemos en ellos el final anticipado al que habremos de llegar todos, y la verdad es que nadie quiere que su cuento se acabe.
La de ‘Cien cuyes’ es una historia que nos convoca a todos, como las grandes novelas de la literatura, pues consigue hacernos ver frente al espejo y aceptar verdades que, ilusos como somos, un día decidimos guardar bajo llave.
Con motivo de su participación en la edición 35 de la Feria Internacional del Libro de Bogotá, el escritor peruano conversó con El País acerca de la escritura de esta novela y cómo la vejez es un tema de primer orden en nuestra época.
—Esta novela es, entre las varias que ha escrito, quizá la más visual de todas. Casi que el lector podría decir que se encuentra ante el guion de una película. ¿Qué tantos recursos del lenguaje cinematográfico vinculó a la escritura?
No puedo negar que así como soy un consumidor de libros desde que era pequeño, esos artefactos que la alta cultura exalta, también pertenezco a una generación que creció viendo películas y series de televisión y consumiendo música para planchar. No puedo negar esas influencias en mí y siento que desde que soy más honesto con mis vivencias y abrazo la cultura popular, mis novelas también me suenan más auténticas. Entonces, quizá por ello es que ahora la influencia se puede notar más.
Otra cosa que uno aprende con los años en esa larga artesanía que es la escritura, es que mientras más se invisibiliza el escritor, más vívida va a ser la novela. Muchos escritores jóvenes cometen el error de querer demostrarle a alguien que son escritores, quieren que se note. Parecen decir “Soy un escritor entregado a esta historia, disfrútalo” y, en realidad no debería ser así. Al final, a lo que yo aspiro que mis lectores entren pasito a pasito en una larga rampa, en una historia, casi sin darse cuenta. Que, de pronto, se vean seducidos por estos personajes y sus circunstancias.
—Los personajes que se hallan al interior de estas páginas nos hacen ver la verdadera cara de la vejez, un estado del cada vez somos más reacios… ¿Por qué asumió este tema capital para su novela?
Yo creo que aquí confluyen dos aspectos. El primero es ver a mi madre envejecer paulatinamente a lo largo de los últimos 20 años. Eso es algo que uno va registrando, cómo van envejeciendo los suegros, los abuelos de tus amigos, de tu novia. Cuando uno es un escritor tiene que ser un observador y, obviamente, querer quedarse con esos apuntes mentales. El otro aspecto tiene que ver con que yo tiendo a usar la literatura para colocarme en espacios incómodos. Mi penúltima novela, ‘30 kilómetros a la medianoche’, relata una noche que nunca he vivido, pero que temería vivir hoy, en la que un padre recibe una llamada y le dicen que su hija ha sido atacada por un feminicida. Me enfrento a ese miedo a través de la literatura.
Ahora bien, lo mismo me pasa con la vejez. Como yo ya intuyo cuál es el camino que viene, porque veo lo que está pasando a mi alrededor, me tomo el atrevimiento de presentir lo que va a ser esa etapa para mí, si es que llego a vivirla. Entonces, lo que escribo es un escudo contra lo que no me gusta, aquello que no puedo aceptar, pero que voy a tener que afrontar.
La literatura tiene que enfrentarnos a conflictos que no queremos afrontar. En esta novela de ‘Cien cuyes’ son dos: la muerte, porque no queremos hablar de ella, y la vejez, que es una realidad constante. Esta es una manera de conversar sobre ello, pero bajo el flujo del humor, la ternura y el cariño, para que no sea demasiado violento.
—¿De qué manera cree que han evolucionado las preguntas que se hace en la literatura?
Las preguntas que me he ido haciendo han ido cambiando con los años, porque yo soy un escritor que trabaja según en qué hito de la vida se encuentra. No son las mismas preguntas las que me hacía cuando escribí ‘La furia de Aquiles’, que las que me he hecho ahora con ‘Cien cuyes’, pero sí es cierto que algunas inquietudes se mantienen.
Cuando escribí mi primera novela me hacía preguntas sobre la adolescencia, la identidad y la traición entre los amigos. Son preguntas, de alguna u otra manera, tempranas en relación con el círculo de la vida. Después, cuando te casas y tienes hijas, las preguntas empiezan a centrarse en asuntos como la infidelidad o la paternidad; empiezas a preguntarte sobre qué es ser un habitante mestizo en una sociedad que premia el color blanco de la piel, como la peruana o la latinoamericana. Luego vienen preguntas sobre la muerte del padre, la violencia contra la mujer y otro tipo de cuestiones. Así que estas preguntas van cambiando conforme la vida va pasando y ya tocaba, a esta altura, después de los 50 años, preguntarme por lo que será envejecer. Las siguientes que me haga, las desconozco aún.
—A propósito del Premio Alfaguara y todos estos reconocimientos que engalanan la escena literaria. ¿Considera que influye en algo el hecho de ganarse un premio, más allá de la visibilización de la obra?
Algo que suele pasar con todo esto es que la gente piensa que ese libro que uno ha escrito, que ha sido premiado, de repente, es su mejor libro, pero yo no lo veo así. No sé si ‘Cien cuyes’ sea realmente mi mejor libro a la fecha. Creo que mis últimas cuatro novelas tienen un nivel digno de esta, que es la más reciente. Lo que pasa es que, me parece, ‘Cien cuyes’ va a tocar a más lectores, claro, por el tema del que hablo. Si no estamos envejeciendo, tenemos padres o abuelos que lo están.
Me interesa esta pregunta, especialmente, porque me permite hace una distinción entre el escritor que se enfrenta a sus propias tripas en soledad y aquel que es una figura pública potenciada por los medios. Yo agradezco haber ganado el Alfaguara pasados mis 50 años, porque, probablemente, si lo hubiese ganado cuando tenía 20 o 30 me habría estrujado al ponerme esa presión sobre los hombros que implica tener que escribir una obra a la altura de esa otra que ha sido reconocida.
Ahora bien, una vez que termine mi periplo, volveré a sentarme en el mismo sitio de siempre, a hacer el trabajo de siempre, a seguir escribiendo y haciéndome las mismas preguntas, tratando de mejorar esa larga artesanía que vengo ejerciendo. Y si sale una novela que impacté tanto como ‘Cien cuyes’, pues enhorabuena, y si no lo hace, pues igual estaré satisfecho. Para mí, un escritor no es un libro, un escritor es una obra, y eso es lo que quisiera que se recordara de mí, toda la obra y no solo este libro.
—El contexto de su novela es el actual, allí se evidencia la situación actual del Perú, y de Latinoamérica, ¿supone que en nuestra realidad la cultura no tiene lugar y que la literatura, junto con las otras artes, queda rezagada?
La cultura en general y, particularmente, la literatura en mi país tiene una visibilidad muy baja, preocupantemente baja, porque nuestros gobernantes no leen. Quienes nos ordenan y protegen han tenido una educación pésima en la que se le ha dado importancia a otro tipo de cosas. Así que no se le puede pedir mucho a esta gente. Es preocupante porque las sociedades se definen según los relatos que se cuentan. El hecho de que no le estemos dando la importancia a los relatos que quienes nos precedieron han construido, pues es realmente un asunto preocupante.
Perú es una potencia cultural a nivel mundial y no es posible que un sitio como este tenga tan poca cultura en sus páginas. Cuando hay unos juegos panamericanos o algún evento de este tipo, nuestra gente sale a bailar, a cantar, a mostrarse a través de la comida. Todos aplaudimos y nos unimos alrededor de eso, pero nos olvidamos que la cultura es mucho más, es aquello que nos da identidad. Algo de eso traté de poner en un par de escenas en la novela y me interesaba llamar la atención sobre esta idea poderosa de que la cultura es esencial para las sociedades y crea puentes entre distintas clases sociales y edades. Esto es lo que más necesitan nuestros países. Si la cultura ayuda a unirnos, ¿por qué no apostamos por ella?
—¿Tiene algo que ver este maltrato a la cultura con la época turbia del país? Esta de Sendero Luminoso y, posteriormente, Fujimori.
Yo creo que no tiene que ver específicamente con el periodo de violencia que tuvimos. La cultura salió a defender a la sociedad civil. Ha estado presente, combativa. Creo que es a partir de la década de los 90 cuando el Perú pasa a una liberalización extrema, viniendo de una igual de extrema postura nacionalista, creyendo con fe ciega en que los mercados se van a regular solos y que éxito es sinónimo de producción. Cuando empieza esta mercantilización de la sociedad se tiene a generar un culto hacia lo tangible, lo que puedes tocar, lo que le genera interés al banco. La cultura es inasible en este caso. Lo que te genera orgullo a través de la cultura es invisible. Parte del tema está también en esa subvaluación de la cultura que nació en estas sociedades donde le dan demasiados reflectores a los acumulados financieros.
—Volvamos a los libros y, por favor, hablemos del presente de la literatura peruana. ¿Lee a sus contemporáneos?
Sí, los leo y creo que, por fortuna, mi generación y las nuevas no están atadas a lo que se espera de ellos, de nosotros, como latinoamericanos. Creo que escribimos cada vez más sobre aquello que nos impacta, que nos sensibiliza. Entre los varios nombres puedo mencionar a Ricardo Sumalavia, a Claudia Ulloa, Katya Adaui, Gabriela Wiener, Enrique Planas. Es una pena que todos no podamos ganarnos el Alfaguara a la vez.
—¿De qué manera evalúa los temas que la literatura latinoamericana aborda en estos tiempos? ¿Cómo se conectan los diferentes países hoy por hoy?
Siempre me ha parecido problemática esta idea del escritor comprometido. Pienso que el único compromiso que tiene un escritor es consigo mismo y con lo que le inquieta. A través de mi obra, hablando de mí, no tengo por qué imponer mis preocupaciones por encima de las de otros escritores.
Ahora bien, es cierto que los temas hoy no son tan colectivos. Si hacemos una revisión panorámica, quizá nos pueda convocar ese populismo peligroso que nos acorta libertades en muchos lugares a la vez. Lo estamos viendo en Perú, en Brasil, en Ecuador, en Nicaragua, solo por mencionar algunos.
—La manera en que termina ‘Cien cuyes’ es como una cámara haciendo zoom out sobre una escena, a la manera del final de Forrest Gump. ¿Qué tenía en mente cuando terminó de escribir esta novela?
Una cosa de la que me di cuenta al leer la novela terminada, y para refrendar lo que hemos hablado sobre el lenguaje cinematográfico, es que esta empieza desde el aire, como filmada por una cámara que hace zoom in hacia una ventana en un tren que se mueve. Y la novela termina al revés, con la misma cámara, pero saliendo de una ventana de un vehículo hacia el cielo. Esto no fue planeado, pero de seguro da cuenta de esas influencias que dejan huella en uno, más allá de que seas consciente de ellas o no.
En casi todas mis novelas los personajes se ven envueltos en una variedad de conflictos y son transformados por ellos la mayoría de las veces, pero al final, siempre intento que haya un atisbo de esperanza en lo que escribo. La tormenta ha pasado, las tinieblas se dispersan y vendrá la luz. Creo que en eso estaba pensando cuando puse el punto final de ‘Cien cuyes’, en la luz, en esa inmensidad, esas arenas infinitas. Respiré a profundidad al terminar, como cuando se sale del agua.
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