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Perros y humanos
En casi todos los lugares del planeta Tierra donde hay humanos, hay perros; extraños intrusos caninos que entraron en nuestras vidas hace miles de años y que aún no se han marchado. Son el primer animal que el ser humano domesticó, quizá hace ya 30 000 años y, sin embargo, son muy diferentes de otros animales domésticos. | Foto: 123RF

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Una mirada científica al vínculo entre perros y humanos, así es ‘Un ser maravilloso’, nuevo libro del divulgador Jules Howard

¿Qué piensan realmente los perros? ¿Qué saben del mundo? ¿Sienten emociones como las nuestras? ¿Aman como nosotros? En ‘Un ser maravilloso’, el divulgador científico Jules Howard aborda el vínculo entre humanos y perros, desde la perspectiva de la ciencia. Lea un fragmento de este interesante libro.

11 de julio de 2023 Por: El País

Que vivamos en una esfera que gira, animada, alrededor de una estrella que arde cuyo nombre solo sabemos nosotros es asombroso. Que los animales hayan evolucionado por medio de un proceso natural sin planificación divina es un concepto demasiado improbable para mucha gente. A veces los comprendo. La vida es realmente demasiado hermosa. Y lo más asombroso sobre la vida en la Tierra es cómo la vida engendra vida. Cómo los animales cumplen con su deber de tropezar unos con otros. Que sus formas de vida se combinan a menudo con las de otros. Que existe la depredación. La competición. El nepotismo. La guerra. Y la paz. Que la suerte de una especie puede ocasionar el auge o el declive de otra. Que existe el mutualismo, por el cual un organismo colabora con otro y como resultado ambos mejoran sus expectativas vitales, como ocurre con los pólipos de coral, que ofrecen refugio a las algas fotosintéticas para que se dividan en su interior a cambio de una cuota pagada en energía; o con la mosquilla polinizadora y las diminutas flores de la planta del cacao. Que en la naturaleza existen el comensalismo (una forma de interacción en la que una especie obtiene un beneficio sin perjudicar ni beneficiar a la otra) y el parasitismo (aquí el coste es mayor). Para mí, que llevo más de veinte años escribiendo sobre animales, lo mejor de la vida está en las interacciones entre los individuos y sus especies. Ahí es donde están las historias.

A lo largo de los años, he celebrado el sexo entre pandas, trazado las uniones fosilizadas de animales extintos, observado con asombro los encuentros amorosos de los espinosos. He contado los juegos sexuales de sapos y ranas, registrado sus combates. He criado cientos de arañitas en peligro de extinción y las he liberado en la naturaleza, como si fueran hijos de ocho patas que abandonan el hogar para ir a la universidad. He observado a través del microscopio a ácaros que viven en babosas, y a babosas que viven en babosas. He visto bonobos practicar sexo con... bueno, con casi todo; a caballos premiados practicando sexo por dinero, y a minúsculos rotíferos que vivieron sin sexo 50 millones de años o más. Y, bueno...

Pero, a lo largo de este período ha existido una relación entre especies que retumba en el mundo natural, y que me ha resultado difícil de ignorar. Es una relación distinta a cualquier otra. Me refiero, por supuesto, a la relación de la humanidad con los perros.

Libro: 'Un ser maravilloso'
Diseño de cubierta: Sophie Guët. Editorial Planeta. | Foto: Editorial Planeta

En casi todos los lugares del planeta Tierra donde hay humanos, hay perros; extraños intrusos caninos que entraron en nuestras vidas hace miles de años y que aún no se han marchado. Son el primer animal que el ser humano domesticó, quizá hace ya 30 000 años y, sin embargo, son muy diferentes de otros animales domésticos. Para empezar, en su anterior estado natural los perros eran depredadores peligrosos. Lejos de ser relativamente fáciles de encerrar —como los pollos—, los perros son astutos, sigilosos y atléticos. Significativamente, los perros nos ayudaron a conectar con la naturaleza de una forma que nuestros sentidos humanos no nos permitían. Fueron sus hocicos los que primero olfatearon la cena; cuando cazábamos, eran ellos quienes seguían el rastro de la presa (nunca, en toda la historia del universo, una oveja ha guiado a un grupo de cazadores hasta una presa). Y después está la conexión que tenemos con ellos. Los perros son nuestros amigos, y lo son de una manera que la mayoría del resto de animales domésticos no lo son. Han cautivado nuestros corazones y mentes durante milenios. La suya es una magia extraña y única. Cuando estamos juntos, saltan chispas. Lo nuestro no es parasitismo. No es comensalismo. Tampoco es mutualismo clásico. Es otra cosa.

Esta inusual relación no siempre ha sido de gran interés para los zoólogos. Durante décadas del siglo xx los perros fueron consideraros indignos de un estudio riguroso. Según los académicos, estaban demasiado influenciados por los humanos. Argumentaban que el vínculo entre ambas especies enturbiaba su historia evolutiva, y que era mucho mejor buscar el relato salvaje engendrado por la naturaleza —el lobo gris, de dientes y garras rojos— que el «lobo bobo» que busca restos de comida bajo la mesa de la cocina. Este esnobismo para con los perros se generalizó; y lo recuerdo muy presente cuando empecé mis estudios de zoología en la década de 1990. Para la vieja guardia los perros no merecían atención científica. Centrarse en los perros para comprender el comportamiento evolucionado de los cánidos salvajes (el grupo de mamíferos que incluye al zorro, los perros domésticos, los coyotes y los lobos) era como intentar comprender las adaptaciones de un huevo de gallina estudiando las migas de un bizcocho. Demasiado tarde, decían los científicos. La esencia se malogró hace demasiado tiempo. La humanidad había corrompido a los perros, nos dijeron. Les habíamos borrado todo lo salvaje. Podíamos disfrutarlos, pero estudiarlos no tenía ningún sentido. Con el tiempo esta actitud cambiaría y cambiaría lo que sabemos sobre los animales.

En los últimos años muchos biólogos han vuelto a fijarse en los perros. Según dicen, en ellos podemos ver elementos de comportamientos o características que la selección natural ha ido modelando a lo largo de miles de años de vida salvaje. Lo más importante es que en los perros podemos observar nuevos comportamientos, nuevas habilidades cognitivas, nuevas formas de pensar impuestas por la estrecha relación que nos une.

En la época victoriana muchos científicos estudiaban a los animales para comprender la mente del «Creador». Hoy en día los estudios modernos sobre perros evidencian que ese «Creador» somos nosotros. Un creador (en minúscula) que en la mayoría de los casos ha actuado de forma inconsciente, pero también un creador que no ha trabajado solo. De hecho, ahora vemos que durante la mayor parte de su historia los perros nos eligieron a nosotros igual que nosotros a ellos. Los perros llevan la historia de nuestra unión grabada en sus genes. Pero en algún lugar, en miradas fugaces, también vemos esta unión en nosotros mismos. En nuestra historia. En nuestra sociabilidad. Tal vez, en nuestros genes.

En los últimos dos siglos se ha producido un enorme cambio en la curiosa relación entre humanos y perros. Pero otra época turbulenta da comienzo mientras el lector lee estas líneas. Según Statista, especialista en datos de consumo, ahora mismo la población canina va al alza en la mayoría de países occidentales. Desde el año 2000, la población canina de Estados Unidos ha aumentado un 20 por ciento: ahora asciende a 89,7 millones de perros, y subiendo. En el Reino Unido la tendencia también es alcista: según los estudios anuales de la PDSA, se ha producido un aumento del 20 por ciento en tan solo una década, con 9,9 millones de perros. Alemania registra cifras similares a las del Reino Unido y ocupa el primer puesto en la lista de países de la Unión Europea amantes de los perros. En total, la población canina de la UE es de unos 65 millones de perros, y la cifra también va en aumento: un estudio sugiere que el número de perros en la UE crece a un ritmo de 3 millones de perros cada año. El número de mascotas caninas también va al alza en Australia: en el 2016 había en el país un perro por cada cinco personas, aproximadamente —4,8 millones de perros en total—, pero la cifra sube en 200.000 perros cada año. La tendencia más marcada es la de Canadá, donde entre el 2014 y el 2016 se observó un aumento del 20 por ciento, y ahora hay más de 7,6 millones de perros. Estadísticas como estas muestran que los perros se están convirtiendo en una parte cada vez más importante de la vida de las personas.

Jules Howard, escritor inglés
Divulgador científico especializado en zoología. Es autor, entre otros libros, de 'Sexo en la Tierra. Un homenaje a la reproducción animal'. Escribe con regularidad para The Guardian y Science Focus. | Foto: Editorial Planeta

En parte porque trabajar desde casa permite a más familias tener un perro de forma responsable, la pandemia de COVID hizo que el número de perros fuera en aumento. Según Google Trends, comparando abril del 2019 (antes de la pandemia) y abril del 2020 (cuando la mayoría de países vivían su primer confinamiento), las búsquedas de «venta de cachorros» prácticamente se doblaron en el primer mundo. Este aumento del interés enseguida se tradujo en el precio de los cachorros: en el Reino Unido, los datos de The Dogs Trust indican que el precio de algunas razas se dobló o incluso se triplicó en aquella época. Un cachorro de dachshund antes de la pandemia costaba, de media, 973 libras esterlinas. Después del primer confinamiento el precio subió a 1800 libras; tras el tercero, rondaba las 3000 libras. Esta brusca subida de precios era preocupante. Las granjas de cachorros —donde los animalitos se crían en masa, a menudo de la forma más fría, cruel y antihigiénica, para obtener beneficios— intentaron llenar ese vacío de forma ilegal.

Para garantizar las mejores relaciones durante este período de crecimiento de la población canina, necesitamos la mejor información posible: los mejores conocimientos, los mejores hallazgos imparciales. Tenemos que ayudar a que la investigación científica (a menudo oculta tras muros de pago increíblemente caros) encuentre un mercado masivo. En otras palabras, necesitamos una ciencia accesible.

Muchos libros sobre perros son complementos para métodos de adiestramiento; guías sobre lo que hacer con tu perro y lo que no. Son guías técnicas excelentes y muy bien documentadas para «conocer» a un perro. Pero ‘Un ser maravilloso’ es otra cosa. Mi opinión es que para calibrar con éxito hacia dónde puede ir la relación entre humanos y perros tenemos que ver de dónde venimos. Tenemos que recordar cómo llegamos a conocer la mente de los perros. Solo entonces podremos preparar y planificar hacia dónde podemos ir después.

Saber qué hacen los perros y qué saben es una cosa, pero saber cómo hemos llegado a comprender todo eso sobre sus mentes es otra totalmente diferente. Pone en contexto nuestra comprensión de los perros y nos obliga a reconocer que lo que sabemos sobre ellos podría cambiar en el futuro, a medida que se disponga de más datos y conocimientos. De hecho, es casi seguro que nuestra relación con los perros volverá a cambiar, esperemos que de forma beneficiosa para ambas especies.

Creo que saber todo esto nos ayudará a ser mejores compañeros de los perros y a conseguir que sus vidas sean lo más felices y saludables posible.

Los perros históricamente han sido amaestrados para cumplir diferentes roles en la sociedad.
Los perros históricamente han sido amaestrados para cumplir diferentes roles en la sociedad. | Foto: Getty Images

Cuanto más compasivos nos hemos vuelto en nuestros análisis de la mente de los perros, más inteligentes nos han demostrado ser. Así de sencillo. He visto que los perros son un mensaje para todos nosotros sobre cómo estudiar la naturaleza, sobre cómo abrir de par en par las puertas del pensamiento evolutivo, sobre cómo calibrar nuestro lugar en el mundo, sobre cómo hacer de este planeta un lugar mejor, quizá, para todas las especies. La calidad de la ciencia mejora cuando tratamos a los animales con empatía. Por eso, las mayores hazañas de las que han sido capaces los perros han ido de la mano de humanos que los conocen y los quieren.

Lo que ofrece este libro es una historia tanto sobre humanos como sobre perros. Sobre cómo al principio tratamos a los perros como objetos, luego como reclusos, después como pacientes, y, finalmente, como compañeros de aprendizaje, socios y algo parecido a copilotos metafóricos de un cohete que vuela más allá de la Luna hacia nuevos horizontes cósmicos.

No obstante, no todas las historias de este libro son bonitas. Sobre todo en sus inicios, y en particular en la década de 1960, los perros a menudo fueron tratados de las formas más miserables y perturbadoras por parte de los investigadores científicos. Para los lectores más sensibles he optado por apartar del texto principal los detalles más escabrosos, relegándolos a las notas al pie y a las secciones de Notas y Bibliografía al final del libro. Pese a que tuve la tentación de eliminar por completo esta información del libro, mi esperanza es que algunos lectores puedan conocer el sufrimiento de los perros desde un punto de vista moderno, viendo hasta qué punto ha evolucionado nuestra relación y recordándonos a nosotros mismos de dónde venimos y a dónde no deberíamos regresar jamás.

Este libro empieza con Darwin. Primero, exploramos la época victoriana y lo que los perros representaban entonces para la ciencia y la sociedad. Asistimos a los primeros experimentos: los perros que usan tarjetitas o que intentan sin éxito manipular palos grandes a través de rejas pequeñas. Consideramos cómo la ciencia descubrió su sentido del olfato, del tacto, de la memoria. Analizamos el maltrato de los perros en la ciencia durante aquella época y el auge de las organizaciones por los derechos de los animales, muchas de las cuales se rebelaron contra las atrocidades que sufrían los canes en laboratorios de instituciones médicas. Trazamos un mapa de la rabia. El declive de los perros callejeros en la mayor parte del mundo occidental. Pasamos de Darwin a Dickens, a las exposiciones caninas, las razas con pedigrí, los perros cocineros. A partir de ahí seguimos avanzando entre Thorndike, Pavlov y Skinner, científicos que creían que todas las peculiaridades del comportamiento canino podían reducirse a simples respuestas condicionadas, algo similar a la idea de «si te gusta, repite».

A partir de aquí, a mediados de la década de 1900, veremos los avances de tres campos de la ciencia que compiten entre sí y que a menudo utilizan perros o dependen de ellos en sus estudios: la psicología, la genética del comportamiento y la neurobiología; tres campos que vieron en los perros un objeto de estudio para aprender sobre el intelecto animal, las emociones, los sentimientos y, por supuesto, la ciencia de la cognición: cómo, exactamente, los animales adquieren la comprensión a través de los sentidos, pensamientos y experiencias. La aportación de los perros en estos campos ha caído en el olvido, por lo que me parece correcto ponerla en valor.

En el último tercio del libro descubrimos los frutos de la investigación conductista moderna: que los perros se reconocen a sí mismos como individuos a través de sus comportamientos de juego, de las respuestas que nos dan y de las interacciones que compartimos con ellos. Luego, en los últimos capítulos, repasamos las primeras décadas de este siglo, un período durante el cual nuestro conocimiento y nuestra capacidad para entender la cognición canina se ha multiplicado casi por diez. Estas décadas tan apasionantes han visto florecer el campo de la antrozoología, de la ciencia ciudadana (canina), de los experimentos en los que los perros no son sujetos, sino compañeros de juego y colaboradores maravillosos.

Muchos de los descubrimientos recientes más asombrosos llegaron de la mano (o de la pata) de perros de familia, de perros con nombre propio. Perros como Oreo, que desafió a una de las mentes más brillantes de la psicología al entender la importancia de un dedo humano que señala. Perros como Flip, el perro callejero acogido por un investigador científico que inspiró toda una nueva ola de estudios sobre la cognición canina. Perros como Marla, un precioso perro pastor adicto a la compañía humana, cortesía de un puñado de inserciones en los genes que codifican la sociabilidad. Y perros como Rico y Chaser, los agudos collies capaces de recordar los nombres de cientos de juguetes, todo en nombre de la diversión. Cada uno de estos perros ayudó a marcar el camino hacia un descubrimiento científico; cada uno de ellos cambió nuestra forma de ver el mundo: cómo veíamos nuestro lugar en la naturaleza y nuestra conexión con otras formas de vida en la Tierra.

Traducción de Raquel García.

Con autorización de Editorial Planeta.

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