MUSICA
Woodstock: 50 años de un festival de música y un grito de libertad
La historia del legendario concierto de rock que, en agosto de 1969, significó un desafío al establecimiento político y económico.
Lo primero es entender el fondo histórico. Era 1969. Un año antes los jovencitos franceses habían convertido al mes de mayo en un hito, rebelados contra el régimen político de Charles de Gaulle, apostando por una sociedad con una idea infinitamente más amplia de la noción de libertad y negándose a hacer parte de la estrechez intelectual que el capitalismo de posguerra le había legado a occidente.
El mundo veía en la pantalla la Guerra de Vietnam y a dos tipos plantar una bandera en la arena fascinante de la luna.
Entonces tuvo lugar un delirio de tres días y unas 500 mil almas en una granja del norte del estado de Nueva York al que se le llamó Woodstock. Fue exactamente hace 50 años, entre la tarde del viernes 15 de agosto y la madrugada del 18 del mismo mes de 1969.
Lo primero, entonces, es entender el fondo histórico. Woodstock no fue un concierto de rock: fue el grito de miles de hombres y mujeres contra la guerra en una época en la que el rock no era solo música, sino una forma de ver y enfrentarse al mundo.
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Creían que perderían dinero. Pero igual lo hicieron y supusieron que no llegarían más de 60.000 personas. Así lo ha dicho en innumerables ocasiones y lo volvió a decir el pasado 8 de agosto Michael Lang, uno de los cofundadores del festival Woodstock, en la inauguración de una exposición fotográfica en Los Ángeles para conmerorar los 50 años.
La policía, por su parte, preparó un operativo de seguridad calculado para 6000 personas.
Con el tiempo se hicieron las cuentas, cuya cifra más conservadora fue que al menos 400.000 personas asistieron a los tres días del delirio colectivo. Y de ahí en adelante nadie se pone de acuerdo, quizá 450.000 o 550.000 o 600.000. Hay quienes se atreven con el millón. En todo caso, no fueron los 6.000 que esperó la Policía.
“No supimos que estábamos haciendo historia, pero sí fuimos conscientes de que vivíamos un momento muy especial al tener a más de medio millón de personas reunidas en una granja de Nueva York bajo el lema de ‘Paz y Música’”, dijo Lang, quien junto Artie Kornfeld, John P. Roberts y Joel Rosenman organizaron el evento.
Hacían historia. Si Mayo del 68 fue el inicio de la caída de Charles de Gaulle en Francia y el primer movimiento reivindicativo de la libertad juvenil de la historia del mundo, Woodstock supuso el culmen del movimiento hippie y la contracultura de la década de 1960, marcada por la Guerra de Vietnam, los constantes problemas raciales, el asesinato del presidente estadounidense John F. Kennedy y el líder de derechos humanos Martin Luther King.
Nadie puede explicárselo aún, pero Lang y sus tres amigos hicieron lo que incluso podría ser un imposible. Llamaron a Bob Dylan y se negó. Tampoco aceptaron The Beatles ni Led Zeppelin, los primeros porque al parecer Richard Nixon les negó la entrada por varios líos relativos a la posesión de drogas de John Lennon, y los segundos porque no querían ser “solo otra banda en la lista”. The Doors tampoco aceptaron y The Byrds dijeron que solo iba a hacer como cualquier otro festival de rock de los muchos que se hacían en el verano.
Si hubo un antecedente del Woodstock, ese fue el Monterey Pop Festival de 1967. Allí tocaron The Who, Otis Redding, Janis Joplin, Jefferson Airplane, The Byrds, Simon & Garfunkel o Jimi Hendrix para crear un modelo de festival que después se repetiría a lo largo de las décadas.
Allí no estuvieron The Doors tampoco. En agosto de 1969, se encontraban en un momento convulso. Acababan de publicar ‘The Soft Parade’, seguramente su trabajo más flojo y, además, Jim Morrison estaba envuelto en plena polémica por su escandaloso concierto en Miami, por el que sería juzgado y que provocó la cancelación de muchos conciertos del grupo.
La explicación la dio el teclista Ray Manzarek en una charla: “Nunca tocamos en Woodstock porque fuimos estúpidos y lo rechazamos. Pensamos que sería una repetición de segunda clase del Monterey Pop Festival”.
El guitarrista Robbie Krieger añadió algún detalle más: “Pensamos que en un lugar a 200 millas de Nueva York no iría nadie a tocar. Nos equivocamos”.
Y claro que sí, se equivocaron y por otro lado, los que acertaron fueron unos cuantos jovencitos ya erigidos como mitos invencibles que dijeron sí: el cartel del Festival reunió a Janis Joplin, Carlos Santana, Jimmi Hendrix, Neil Young, The Who, Joe Cocker, Jhonny Winter, Jefferson Airplane, Grateful Dead.
Era, en síntesis, una galaxia de jóvenes excéntricos, rebeldes, geniales e impresivibles reunidos en las 240 hectáreas de una granja del pequeño poblado de Bethel, en el condado de Sullivan, New York.
Y entonces, las imágenes que ahora tienen esa especie de aura de eternidad y que ocurrieron en aquellos fugaces tres días: Santana —delgado, el cabello revuelto— realizando una de las presentaciones más memorables de toda su carrera, en 45 minutos en los que el mundo fue nada más que su guitarra y con el fondo africano de la percusión. O Janis Joplin preguntando desde el escenario si todos tienen suficiente agua y sitio para dormir antes de iniciar su feroz recital o Jimmi Hendrix interpretando el himno nacional de los Estados Unidos con su guitarra como una forma de protestar contra la guerra en Vietnam.
Fue Hendrix, justamente, el encargado de cerrar el festival en la mañana del 18 de agosto cuando todos estaban exhaustos de aquellos días de mucho sexo, licor, drogas y rock and roll.
“Queríamos que Hendrix tocara en el clímax, en la medianoche. Pero su representante se negó y dijo que tenía que cerrar. Así que acabó tocando a las 09.30 de la mañana ante unas 50.000 personas que resistieron, pero tocó de maravilla”, recordó Lang.
Y sí, hubo drogas, muchas, y también mucho sexo.
El reconocido documental ‘Woodstock. 3 Days of Peace & Music’, dirigido por Michael Wadleigh, editado y montado entre otros por Martin Scorsese y que ganó el Óscar en 1971, muestra que el consumo de drogas como el LSD, la marihuana y la heroína hizo parte de los excesos, no solo de los asistentes, sino incluso de muchos de los artistas invitados.
Como se supo después, una de las tres muertes que tuvieron lugar en aquellos tres días se debió a una sobredosis de heroína, otra a una ruptura de apéndice y la tercera a un accidente con un pesado camión que aplastó a un asistente que se había quedado dormido bajo la máquina.
Quizá fueron pocas las consecuencias, si se comprende que la logística esperaba a una décima parte del número de asistentes, por lo cual las condiciones de higiene en algún momento se hicieron intolerables.
Claro, la pregunta de Joplin antes de su turno no era gratuita, la roquera había manifestado su inconformidad por las carencias de la producción del evento.
“La música no se trata de que soporten más mierda de la que deberían”, dijo.
Los organizadores se vieron abrumados. “La asistencia masiva del público, que dobló las expectativas, provocó que varias carreteras quedasen bloqueadas y se tuviera que trasladar a los artistas en helicópteros con pistas de aterrizaje improvisadas”, recordó Michael Lang.
Algunas de las fotografías de Henry Diltz, fotógrafo oficial del evento, dejan constancia de que la improvisación fue mucho más allá: la zona en la que los artistas se congregaban detrás del escenario. Por ejemplo, “no tenía vestuarios, ni camerinos, ni divisiones, solo mesas de madera”, dijo el fotógrafo.
Y sin embargo, todo se resolvió, y Woodstock se inscribió en la historia: para aquel momento marcó un hito tanto en número de personas como en el sentido político y social que tuvo aquella comunión de miles. Luego vendrían otros pero, este, pionero.
“Ese año, en diciembre, también se realizó el Festival de Altamond en California, en el que, como se sabe, un hombre fue asesinado por el grupo de motociclistas ‘Hell’s Angels’, mientras se presentaban The Rolling Stones. El concierto se salió de control y los hechos de violencia hicieron que los Stones escaparan en un helicóptero. Woodstock, por otro lado, demostró que se podía hacer un concierto de esa magnitud en paz”, afirma el crítico musical Fernando Navarro, de El País de España.
La celebración fallida
Lejos queda la colosal fiesta, de unas 150.000 personas, que tenía planificada uno de los cofundadores del Woodstock original, Michael Lang, en la que iban a participar estrellas de la música de la talla de Jay-Z, The Killers, Santana, John Fogerty y Dead & Company.
El pasado jueves el propio Lang confirmó a los medios que la fiesta de conmemoración del Woodstock del 69 debió cancelarse.
“Nos entristece que una serie de contratiempos inesperados hayan hecho imposible organizar el festival que imaginábamos con el gran cartel que habíamos contratado y la respuesta social que prevíamos”, dijo entonces Lang en un comunicado.
En su ausencia, la ciudad de Nueva York marca el Woodstock 50 con una discreta exhibición de instantáneas de 1969: una treintena de fotos expuestas en una pequeña sala de la ‘Morrison Hotel Galler’", situada en el segundo piso de un anodino edificio del sur de Manhattan.
En Bethel, la localidad rural donde tuvo lugar el histórico encuentro, un festival paralelo ha quedado reducido a una serie de tres conciertos en un recinto con una capacidad máxima de 15.000 personas.
Los expertos en música señalan que la industria ya sabía desde hacía meses que Woodstock 50 no se iba a materializar, dadas las dificultades con las que estaban tropezando los organizadores.
“En el momento en el que se canceló oficialmente, la mayoría de la gente del mundo de la música ya había dado por supuesto que Woodstock 50 no iba a suceder”, explica a Efe el historiador de música estadounidense Andy Zax.
Las primeras señales fueron los retrasos en la venta de billetes, programadas para abril, para después sufrir una retirada de inversores y varios cambios en el lugar del evento, que desembocaron en que varios de los cabezas de cartel anunciaran que no acudirían al festival, tras trasladarse este a más de 500 kilómetros del recinto inicial.
“Es como pedir que caigan dos rayos en exactamente el mismo punto. Es imposible que se repita”, remata Zax.
Ni tan siquiera imitar, apunta el experto, que señala que un Woodstock en 2019 “tendría muy poco parecido” al original, a la vez que “probablemente no hubiera podido aportar nada a su legado”. “Es genial celebrar y rememorar, pero no creo que haya forma de que cualquier concierto de Michael Lang en 2019 hubiera tenido el impacto o el significado generacional de lo que pasó en 1969. Es simplemente imposible”, zanja.
Y es que Zax conoce perfectamente lo que sucedió en Woodstock después de haber reeditado y compilado en orden cronológico la práctica totalidad de los conciertos vividos en 1969 para publicar un total de 36 horas de la música que se disfrutó en el festival.
En 2005, el historiador encontró las cintas originales en las que se grabaron los tres días de conciertos y desde entonces, aunque no de manera continuada, se ha dedicado a este proyecto que ha resultado en ‘Woodstock-Back to the Garden, The Definitive 50th Anniversary Archive’, un grupo de 38 discos del que sólo se han puesto a la venta 1.969 copias.
El plan ideal para honrar el medio siglo desde Woodstock, opina, es "invitar a los amigos a casa, llevar sacos de dormir y algo de comer, y pasarse todo el fin de semana escuchando el festival original".
“Cada persona que fue a Woodstock —agrega— suele tener su versión de lo que significó. Por eso es posible que un concierto gigante durante 3 días como planificaba Michael Lang no fuera la mejor manera de celebrar, sino simplemente sentarse a escuchar a Jimmy Hendrix, The Who o Sly & The Family Stone”.