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NARCOTRÁFICO

25 años después de la muerte de Pablo Escobar así es la encrucijada del narcotráfico

El 2 de diciembre de 1993, el Bloque de Búsqueda de la Policía dio de baja a Pablo Escobar, el capo más buscado del mundo. Pese a ello, el negocio de las drogas creció a niveles históricos, y los nuevos narcos se hacen invisibles para las autoridades.

2 de diciembre de 2018 Por: Santiago Cruz Hoyos - Editor de Crónicas y Reportajes
1800 policías han muerto en la lucha contra las drogas. En 2018, 4 agentes han fallecido en tareas de erradicación. | Foto: Foto Dirección de Antinarcóticos - Especial para El País

En la línea, el general Rosso José Serrano dice que este domingo 2 de diciembre de 2018, cuando se cumplen 25 años de la muerte de Pablo Escobar, en los periódicos deberían publicarse las fotos de los valientes que murieron en la lucha contra las drogas, y no las de los narcotraficantes. O por lo menos relegar a estos últimos a una nota secundaria.

– Gracias a Dios estamos vivos. Pablo Escobar mató a 527 policías. Lo recuerdo como si fuera ayer.

Efectivamente, a sus 76 años el General conserva intactos los recuerdos de la guerra contra Escobar, en la que perdió a varios de sus compañeros.

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Dice que al coronel Valdemar Franklin Quintero, Comandante de la Policía en Antioquia, lo mataron en Medellín a las 6:15 a.m. del 18 de agosto de 1989, cuando salió de su casa hacia su oficina.

En un semáforo su conductor detuvo el carro, una camioneta Nissan de color blanco, y en el acto aparecieron varios hombres armados con fusiles que dispararon durante por lo menos cinco minutos.

– Lo asesinaron de la manera más cruel. También se debe recordar la muerte de mi general Jaime Ramírez Gómez, director de Antinarcóticos, quien descubrió y destruyó junto al Ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, y la DEA, los laboratorios de procesamiento de coca ‘Tranquilandia’, como los llamaba la mafia. Esa operación les costó la vida.

Los laboratorios ‘Tranquilandia’ estaban ocultos en las selvas de los departamentos del Caquetá y Meta, muy cerca del río Yarí. El lugar fue descubierto gracias a unos chips de localización que instaló la DEA y las autoridades colombianas en unas canecas de acetona que un proveedor debía despachar a esos departamentos.

Cuando los policías llegaron al lugar, incautaron 1500 kilos de cocaína y arrestaron a 40 personas. También encontraron 8 pistas de aterrizaje. Era el 7 de marzo de 1984.

Un mes después, el 30 de abril, el Cartel de Medellín, por orden de Pablo Escobar, asesinó al Ministro Lara Bonilla. Dos años más tarde, el 17 de noviembre de 1986, sucedió lo mismo con el general Jaime Ramírez, el director de Antinarcóticos.

Fue interceptado mientras manejaba su carro en Bogotá. Los asesinos le dispararon desde un Renault 18, lo que hizo que el General perdiera el control de su vehículo. Cuando se estrelló contra una piedra, los sicarios se acercaron para rematarlo delante de su esposa y sus hijos. El general Rosso José Serrano continúa en la línea.

– Tengo esta historia muy presente porque me tocó vivirla. Por eso insisto en que esta fecha es una oportunidad para homenajear a los héroes que murieron a manos de un cartel que actuó con crueldad y que sin embargo, cayó ante la ley. Escobar murió a los 44 años con mucha plata que no se pudo llevar. Tras su muerte noté un cambio en el narcotráfico. Mientras que el Cartel de Medellín se dedicó a matar, el de Cali se dedicó a corromper. Tras el fin de Escobar los narcotraficantes modificaron sus métodos; influir con plata, no con balas. Hacerse pasar como empresarios. Tener un bajo perfil. La violencia no les convenía.

Un par de horas después de la llamada, el general Rosso José enviaría a través de WhatsApp la foto de un reconocimiento que le entregó la DEA. En el diploma se lee lo siguiente: “La oficina de la DEA para Colombia quiere felicitarlo por sus contribuciones en la búsqueda del fugitivo, amo de las drogas, Pablo Escobar. Por su abnegada dedicación y sacrificios en la localización del criminal más buscado mundialmente y dado de baja por el Bloque de Búsqueda en Medellín, Colombia, el 2 de diciembre de 1993”.

El diploma está firmado por Joe A Toft, director para Colombia de la DEA. A un lado está también la firma de Pablo Escobar, junto a su huella dactilar. Como una metáfora de la marca que nos dejó a todos los colombianos.

En todo caso esta no es una historia sobre Pablo Escobar, sino de lo que sucedió con el negocio del narcotráfico tras su muerte. El profesor Hernando Zuleta, investigador asociado del Centro de Estudios sobre Seguridad y Drogas de la Universidad de Los Andes, dice que aquel es un relato largo, “así que prepárese”.

Hasta mediados de los 70 - comienza a narrar el profesor - el narcotráfico en Colombia era un negocio incipiente. Había marimberos claro, pero todo estaba localizado en regiones específicas como la Guajira. El centro latinoamericano de distribución de cocaína era Chile. Los cultivos de coca se encontraban en Bolivia y Perú.

– En Colombia no había cultivos de coca, quizá algo muy marginal en zonas indígenas, pero en general no había cultivos, por lo menos no como sucede hoy – dice el profesor.

Todo cambió con la llegada del dictador Augusto Pinochet a la presidencia de Chile. Pinochet decidió sacar a los narcotraficantes de su país, y fue en ese momento cuando la cocaína comenzó a ingresar a Colombia.

Hay varias teorías que lo explican. Una de ellas le apunta a la cercanía con Panamá, un paraíso financiero que hacía que las transacciones entre los narcotraficantes fueran mucho más sencillas de ocultar. Otra teoría dice que en Colombia había una gran cantidad de aviones pequeños, ideales para transportar la droga, y lo uno y lo otro hizo que el país empezara a ser el epicentro de distribución de cocaína hacia Estados Unidos. La droga viajaba a través de las islas del caribe.

– Y, al tiempo que sucede esto, a mediados de los años 70 y los 80 hay una gran explosión en la demanda de cocaína en los Estados Unidos. Esto aumenta el tamaño del mercado y permite la consolidación de capos multimillonarios como Pablo Escobar – continúa el profesor Zuleta.

En la década del 80 Colombia ya tenía el ‘prestigio’ de ser el centro de la distribución de cocaína en el mundo. Para ese momento se habían consolidado dos grandes carteles – el de Cali y el de Medellín - que en un principio se dividieron los mercados de distribución de droga y se coordinaban para no competir ni con precios ni con volúmenes.

Eso en parte explica la violencia. Si alguien violaba esos acuerdos, no había manera – por medios legales - de hacérselos cumplir, por lo cual se acudía a las armas.

Camilo González Posso, director del Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz – Indepaz – considera que el mecanismo de violencia y negocios es una herencia del narcotráfico que se ha extendido a otros sectores de la sociedad. La ‘parapolítica’ no es nada distinto a la política financiada por el narcotráfico. El profesor Hernando Zuleta retoma su relato.

– Cuando llegamos a los años 90, Colombia es considerada una narco democracia, pero no había cultivos ilícitos en la proporción de hoy. Lo que hacían los carteles era ‘importar’ la hoja de coca de Perú y Bolivia. Sin embargo en Perú, el presidente Alberto Fujimori atacó las estructuras que estaban enviando hoja de coca hacia Colombia y es así como aparece un nuevo escenario: la necesidad de cultivar coca en el país. Justo entre 1993, tras la muerte de Escobar, y 1999, lo que se ve es un gran incremento de los cultivos ilícitos en Colombia, y una gran caída de los mismos en Perú.

La muerte de Escobar generó otros cambios. Al morir el gran capo que controlaba la distribución de la droga en el mundo, los narcos mexicanos comenzaron a poner las condiciones del negocio. El centro del narcotráfico se movió hacia México, al igual que la violencia. Era el fin del Siglo XX.

En Colombia, mientras tanto, la atención de las autoridades dejó de centrarse en los grandes capos, y se concentró sobre los cultivos de coca. Estos empezaron a ser controlados por los grupos paramilitares, primero, y después en competencia con la guerrilla de las Farc. El profesor Hernando Zuleta advierte que el final de su historia se acerca. Todo culmina en una bicicleta.

– En ese momento, con los paramilitares y la guerrilla haciendo presencia en las regiones con cultivos de coca, se hace evidente la conexión entre estos cultivos ilícitos y el control territorial de estos grupos. Por eso el Plan Colombia que financió Estados Unidos era en principio un plan contra el narcotráfico, y pronto se convierte en un plan para recuperar el control del territorio. Dicho esto, con el Plan Colombia si bien se redujeron los cultivos, no hubo grandes ganancias con respecto a la ‘exportación’ de cocaína porque hubo una nueva migración de cultivos hacia Perú y Bolivia.

Con el Plan Colombia, los cultivos de coca disminuyeron en el país hasta el año 2012. El debate es determinar qué pasó desde 2013, cuando vienen en un aumento tan considerable: actualmente hay 209.000 hectáreas sembradas, según Estados Unidos. La Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito dice que son 171.000, lo que sigue siendo un récord. Hay varias teorías para explicar ese aumento, como que eliminar las fumigaciones con glifosato hizo que todo se desbordara, pero el profesor Hernando Zuleta no está muy seguro de ese argumento.

– Las hectáreas con cultivos ilícitos empiezan a incrementarse en 2013, y el glifosato se detuvo en 2015, por lo que la teoría del fin de las fumigaciones no es tan fuerte. El aumento de los cultivos ilícitos se debe a la negociación de paz con las Farc. Desde el primer día de la negociación, al campesino le llegó el mensaje de los beneficios que iba a tener si sustituía la coca. Y eso motivó a muchos a sembrar. Las Farc se encargaron de informar a su posible electorado sobre los beneficios que iba a tener. Así que, como lo dijo el expresidente Juan Manuel Santos, la lucha contra las drogas genera la sensación de pedalear en una bicicleta estática.

La muerte de Pablo Escobar implicó otras transformaciones además de las mencionadas por el profesor Hernando Zuleta. Julián Wilches sí que las conoce. Entre otros cargos, fue el director de la política de Drogas en Colombia. El cargo hace suponer que se trata de un hombre muy mayor, pero en realidad al teléfono se escucha una voz joven. Como la de un universitario.

– Con la muerte de Escobar, la posterior desarticulación del Cartel de Cali por la acción estatal y la desaparición del cartel del norte del Valle, en el país se extinguieron las organizaciones cartelizadas, que se caracterizaban por tener el control de todos los eslabones de la cadena del narcotráfico. En el caso del cartel de Medellín, hubo un reacomodo entre los herederos de la organización, que mutaron a lo que se conoce como la Oficina de Envigado, un grupo con un control mucho más localizado. Esa Oficina de Envigado cedió parte del negocio del narcotráfico a unas estructuras que estaban en auge, una nueva camada de narcos que se fraccionaron y terminaron juntándose a las Autodefensas Unidas de Colombia, formando esa mega organización paramilitar.

A su vez, la guerrilla y los paramilitares, con intereses distintos a los de un cartel, cedieron otro trozo del negocio del narcotráfico a organizaciones criminales extranjeras. Es cuando llegan a Colombia mafias como la Ndrangheta de Italia, o la mafia española y rusa. Y por supuesto, los carteles mexicanos.

Según la Dirección de Antinarcóticos de la Policía, los mexicanos cuentan en Colombia con emisarios que se encargan de cerrar negocios, establecer rutas y tiempos de envío de la droga. Hay además compradores de coca - generalmente son los que controlan las rutas hacia Centroamérica – y están los financistas: tienen la tarea de fijar el precio de la droga y dejar claras las cuentas de todos una vez la mercancía llega a su destino.

– Con la desmovilización de los paramilitares entre 2004 y el 2007, las mafias extranjeras que estaban trabajando con ellos ganaron más terreno. Los militares venezolanos también entraron a formar parte del negocio, mientras que los colombianos se concentraron en los medios de producción de coca en el país, no en la distribución ni en la comercialización – continúa Julián Wilches.

A la desmovilización de los paramilitares se sumó la fragmentación de las guerrillas, que en las regiones funcionaban como grupos aislados de un mando central, y se dedicaban especialmente al narcotráfico.

Eso hizo que en el país fueran surgiendo pequeñas organizaciones narcotraficantes al mando de figuras como alias el paisa, o ‘Guacho’, y que además se dedican a otros menesteres ilícitos como la minería ilegal, el tráfico de madera y el comercio de armas.

Son grupos sin la hegemonía de un mandamás como en los tiempos de Escobar, y en cambio un día pueden ser cinco hombres que pasan droga a Panamá, y al siguiente tres que se juntan con otros para traficar armas.

– Son grupos más orgánicos, flexibles, dinámicos. Por eso si capturan a uno, llega otro. Es como quitarle un pelo a un gato – dice Julián Wilches.

En el libro ‘La nueva generación de narcotraficantes’, de Jeremy McDermottan, a los nuevos capos los llaman de hecho ‘los invisibles’. Algunos prefieren esconderse bajo la fachada de un empresario exitoso, evitando la ostentación y la violencia que caracterizaron a generaciones anteriores.

Un informe de la Dirección de Antinarcóticos de la Policía dice incluso que los nuevos narcos acostumbran a “tercerizar” sus acciones. En el caso de Cali, por ejemplo, contratan - y arman - a la delincuencia común, a las pandillas, para ciertas acciones, entre ellas dominar el microtráfico de drogas.

“En muchos casos estas personas (los nuevos narcos) no tienen ningún contacto con la droga ni con las redes criminales que intervienen dentro del sistema, su actividad es controlada a partir de la contratación de un coordinador, quien es el encargado de desarrollar la actividad ilícita. Se mueven en todos los niveles de estratificación; se pueden encontrar desde los que viven en estratos bajos para evitar ser identificados por las autoridades, hasta hacerse pasar como prominentes empresarios o los denominados de cuello blanco”, se lee en el informe de Antinarcóticos.

Cazarlos, por supuesto, no es nada fácil. A ello se le suma un problema más, en opinión de Julián Wilches. La política contra las drogas se ha enfocado en los medios de producción – los cultivos – y no en donde se le da el valor agregado a la hoja de coca: los laboratorios. Tampoco se ha hecho un control territorial en las ‘autopistas’ del narcotráfico: los ríos. Los laboratorios de coca siempre están cerca de un río.

– La prohibición está condenada al fracaso. Debería haber una política orientada a la prevención. El hecho de que la droga sea prohibida genera enormes rentas ilegales, y esas enormes rentas ilegales son las que provocan la violencia con la cual funcionan las organizaciones dedicadas al narcotráfico. El problema de la violencia no son los cultivos. En la época de Escobar no había los cultivos que hay ahora y sin embargo había mucha más violencia. Que el Estado tome el control del negocio y le quite esas rentas ilegales a las organizaciones narco es mucho más complejo, pero mucho más inteligente para encontrar una salida al problema de las drogas –concluye Wilches.

El analista Ariel Ávila piensa algo similar. El problema para acabar con el narcotráfico es que los mercados ilegales funcionan como los mercados legales. Se rigen bajo la oferta y la demanda. Si el narcotráfico sobrevivió a Pablo Escobar, a los paramilitares, a las Farc, fue porque los actores que regulan el mercado son transitorios, pero el mercado continúa porque sigue la demanda. Eso significa que la política pública se dedicó a combatir a las organizaciones ilegales y no los eslabones del mercado. Capturar un capo afecta a ese capo, pero no al mercado, insiste Ávila.

– Hay que combatir los eslabones donde se genera la riqueza del narcotráfico y no los eslabones más débiles, que son los campesinos. La legalización quizá sea la mejor solución, pero eso no va a pasar. Mientras Estados Unidos no legalice, no es posible legalizar la droga en Colombia, así que es mejor no hablar de lo que no va a pasar así sea lo mejor que pueda pasar.

Cultivos de coca en 1993 cuando murió Pablo Escobar v/s actualidad:

1993: 39.700 hectáreas
2017: 171.000 hectáreas

Según datos de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodc)

Los capos más buscados por las autoridades colombianas

1. Dairo Antonio Úsuga David (Clan del Golfo).
​2. Jobanis de Jesús Ávila Villadiego (Clan del Golfo).
3. Miguel Santanilla Botache  (GAO-r 7).
​4. Néstor Gregorio Vera Fernández (GAO-r 1).
5. Gener García Molina (GAO-r Acacio Medina)
​6. Walter Patricio Arizala Vernaza (GAO-r Guacho)
7. Reinaldo Peñaranda (Los Pelusos).
​8. Oscar Mauricio Pachón (Puntilleros).
9. Ogli Ángel Padilla Romero (ELN).
10. Gustavo Anibal Giraldo Quinchia (ELN)

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