ARMADA NACIONAL
"A mí no me han regalado nada por ser mujer": primera piloto de la Armada
Lenys Maritza Lozano, la primera mujer en ser piloto de la Armada de Colombia evoca varias experiencias emocionantes y difíciles que ha tenido que sortear en las alturas.
“¿Y dónde está el piloto?”. Esa era la pregunta usual que, en el comienzo de su carrera, la teniente Lenys Maritza Lozano Castrillón escuchaba de las personas a las que debía transportar en alguna aeronave de la Armada de Colombia. Cuando les respondía “aquí estoy, soy yo”, los ojos de sus interlocutores se abrían de par en par, incrédulos: primero, por ver que con quien iban a volar era una mujer, y segundo, por ser tan joven.
Venían entonces los comentarios sarcásticos o en broma: “¿En serio, usted será la piloto?”. “Cuidado va a ser como muchas mujeres conduciendo carro”, haciendo alusión a la fama de malas conductoras de sus congéneres.
Con la paciencia infinita de quien comprende el contexto machista en que estas personas fueron educadas, solo les decía: “qué pena, pero yo soy muy buena conductora, me dirán luego cómo les va”. Se subían con temor, claro. Sus pasajeros no tenían por qué saber sobre los casi seis años de estudio y muchas horas de vuelo que debió invertir, como cualquier varón, para llegar a pilotear una aeronave militar.
Al final del viaje la felicitaban por su manera de pilotear, incluso, le resaltaban lo suave que hacía el aterrizaje. Ella, sonriente, les respondía los cumplidos: “¿Sí, ve, que les iba a gustar volar con una mujer?”.
Ser la primera mujer en el país en convertirse en piloto de la Armada de Colombia fue “un proceso muy duro”, pero del cual se enorgullece, porque siente que no fue discriminada ni gozó de privilegios por ser del sexo femenino. “A mí absolutamente nada me lo han regalado por mi condición de mujer, todo ha sido demasiado luchado”.
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Siempre soñó ser piloto. De niña en vez de jugar con muñecas lo hacía con aviones y su alcoba la decoraba con afiches de aeronaves. Una vez esta tumaquense criada en Bogotá se graduó como bachiller de la Escuela Naval de la capital de la República, su papá le aconsejó ingresar a la Armada, la misma institución donde él trabajó como jefe técnico. Su hermano mayor (teniente de navío) y una de sus hermanas (periodista, se desempeña en el área de administración) también laboran allí.
Su carrera como oficial de la Armada la hizo en la Escuela Naval de Cadetes Almirante Padilla, de Cartagena. El choque cultural y social fue grande. No solo fue dejar el frío bogotano para recibir el sol canicular cartagenero. También fue pasar de ser la niña acostumbrada al cariño desbordado de sus padres a ser la integrante de un batallón, conformado en su mayoría por hombres; la joven que en la escuela no podía usar celular, ni siquiera para hablar con sus papás; la que recibía órdenes de instructores que levantaban la voz, que le exigían estar cambiada y lista en tres minutos y que le enseñaban a ser más ágil, disciplinada y a mantener todo muy organizado e impecable.
Son 30.356 los tripulantes de la Armada de Colombia. De esos, 28.164 son hombres y 2.192 mujeres. Entre estas últimas, son 667 oficiales, 377 suboficiales, 112 alumnas y 1.036 civiles.
En todas las tareas tenía que responder igual que los demás cadetes. No había diferencia, salvo en algunas actividades de tipo físico, pues la mujer fisiológicamente tiene un rendimiento diferente. Eso está comprobado científicamente, argumenta la militar. “Por ejemplo, en flexiones de pecho no vamos a poder hacer las mismas que los hombres, son parámetros de evaluación un poco distintos, pero no exageradamente diferentes”, comenta.
Por más difícil que resultaba su proceso de formación de cuatro años como cadete, jamás pensó rendirse, “estaba enfocada en lo que quería ser”. Una vez graduada hizo un curso en la Escuela de Superficie, donde por unos meses los preparan en todos los aspectos para ir a las unidades a flote (buques de guerra). Luego, estuvo en la fragata ARC Almirante Padilla, en una estación de Guardacosta de Cartagena y posteriormente, se alistó para incorporarse a la Aviación de la Armada.
Son muchos los que se presentan al llamado, pero pocos los escogidos. En esa ocasión “nos presentamos 30 y solo escogieron 3. Entre esos 30 solo hubo 2 mujeres y quedamos 2 hombres y yo”, cuenta esta trigueña de 1,64 m de estatura y 64 kilos de peso.
Subida en su aeronave tiene el deber de efectuar diferentes misiones: de búsqueda y rescate, de interdicción marítima (operativo que se hace para detectar una nave en comisión de actividades ilícitas), de lanzamiento de carga (agua o comida, por ejemplo) y de transporte de personal.
Su eje central, tal como lo explica, es el mar, tanto el Caribe como el Pacífico, esa es su esencia: volar sobre el mar. Aunque a veces también le toque volar sobre tierra.
En la lucha contra el narcotráfico
Su labor durante nueve años como piloto en la aviación de la Armada de Colombia la ha llevado a luchar contra el narcotráfico desde un avión inteligente, dotado con equipos muy modernos para combatir a los narcotraficantes, ya que ellos suelen usar el mar como medio para cometer sus ilícitos.
La aeronave que comanda, que tiene una autonomía de ocho horas, tiene características especiales, como tener un lanza bengalas (de iluminación, de humo, etc) para apoyar a las unidades de superficie (buques) en la detección de las lanchas del narcotráfico. “Eso nos hace especiales porque no todas las aeronaves lo tienen y también hace apertura del porta-avión, para hacer lanzamiento de carga (en caso de una misión de búsqueda y rescate)”.
Entre las más emocionantes de las misiones que cumple esta profesional de 33 años es la de guiar a las embarcaciones de guardacosta a hacer la interceptación de las lanchas de los narcos. “Uno los ve tan cerca, que les dice a los compañeros: ‘están al frente de ustedes’ y ellos no las ven, obviamente, por el oleaje, por muchas cosas. Es cuando a mí me provoca bajar y decirles: ‘miren, ahí están’”, cuenta entre carcajadas.
Son misiones “muy emocionantes, pero también desgastantes”, porque requieren de mucho tiempo y a veces, incluso, llamar a autoridades de otros países para llegar a feliz término una operación, porque los narcos cruzan las fronteras. “Esos bandidos saben, estudian las formas para poder hacerle el quite a su localización, pero nuestra tecnología y nuestro esfuerzo ha encontrado cómo compensar esas ‘perradas’, como le llamamos coloquialmente nosotros en la Armada, para localizarlos”.
En la actualidad la teniente Lozano Castrillón está haciendo un curso para ascender a capitán de corbeta. Y desde Barranquilla, recuerda otra de sus aventuras más memorables. Esta vez, por el gran susto que se llevó.
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Volaba un C-206. Tenía la tarea de trasladar a cuatro personas, entre ellas, a una líder indígena y a un Comandante de Brigada, desde Cumaribo, Vichada, hasta Puerto Inírida, Guainía.
Por el mal tiempo que hacía durante el trayecto quiso aterrizar en dos aeródromos cercanos (Gaori y Puerto Carreño), sin embargo, estos los habían cerrado. Pensó en tomar hacia Yopal o a la base aérea de Apiay. Pero no tenía suficiente combustible para llegar a esos lugares. Entre tanto, la turbulencia arreciaba, el C-206, un avión súper liviano, “era una cometa, se movía de un lado para otro”. Además, no viajaba con copiloto. A su lado estaba el coronel de la Brigada, que escuchaba todo lo que estaba sucediendo. Él le decía, “yo no entiendo de aviación Lenys, pero sé que estamos en algo jodido, pero veo tu cara de tranquilidad y eso me tranquiliza”, evoca risueña.
Pero ella, por dentro, “estaba muriéndome del susto”. ¿Dios mío, qué voy a hacer, pensaba. Debió replantear todo y tomó una decisión: informó a Control que se regresaba a Cumaribo.
“Aun cuando no es fácil enfrentarse al mal tiempo, saber que se tiene poco combustible, debe estar uno muy tranquilo, pues tiene unas vidas que salvar. Afortunadamente, llegué a Cumaribo y como cosa de Dios, apenas aterricé, se armó la tormenta eléctrica más grande del mundo”.
Esta católica, creyente, comenta que sirvieron sus súplicas y haber rezado durante la caótica situación, como tres Padre Nuestro. “Yo siempre digo que tengo que volar en compañía de Dios y así ha sido, afortunadamente. Dios nunca me ha abandonado”.
Más de la piloto
Lenys Lozano Castrillón asegura que en el campo laboral, se lleva bien con sus compañeros varones y con sus compañeras.
“Uno de mujer debe tener el tacto, el tino y el tono para poder crear buen ambiente laboral, por lo menos en mi medio de aviación, que
es muy competitivo”.
Revela que, al principio, cuando estuvo en un buque de guerra, un subalterno quiso desconocer su autoridad, diciendo que no iba a ejecutar una tarea en la forma como ella lo solicitaba, porque así él
no lo hacía.
Ella le dijo: “ubíquese, acostúmbrese que una mujer lo va a estar mandando por lo menos en los dos años que yo estaré acá. De ahí para adelante ese suboficial me funcionó a la perfección. Ya conociéndolos a todos, hicimos un muy buen equipo de trabajo”.
La teniente considera que esa situación la vivió no tanto por su condición de mujer, “esto le puede ocurrir a alguien de cualquier género, solo es porque algunos subalternos todo el tiempo están ‘calibrándolo’ a uno”.
Dice que con las pilotos de la aviación naval tiene muy buenas relaciones, “nos la llevamos muy bien, pero eso no significa que les deje de exigir. Siendo la más antigua de todas, he tenido su apoyo, porque yo les digo, somos cinco mujeres en la aviación, imposible que entre nosotras nos tengamos que dar duro”.
Es novia de un piloto de helicóptero, de la Armada. Ser madre está entre sus anhelos.