BUENAVENTURA
El revelador relato de una periodista de Q'hubo Cali víctima de acoso sexual
Este es el testimonio de una de las víctimas de alias El negro, 'El terror de las periodistas', que amedrentaba a través de llamadas.
Mi nombre es Angélica Chica, periodista desde hace 13 años de éste, el periódico Q’hubo de Cali. Mi nombre, también, es el de una de las víctimas de Juan Gabriel Bautista, el hombre capturado por el Gaula de la Policía Nacional, sindicado de acosar sexualmente a varias mujeres de Cali y Bogotá.
Mi historia con ese hombre, al que varios periódicos presentaron como 'El acosador de famosas' o 'El terror de las periodistas', comenzó el pasado 28 de enero con una llamada telefónica.
Aquel 28 de enero
Mi celular sonó a las 12:22 de la madrugada. Ya era domingo. Una voz que intentaba ser la de un hombre conquistador, me habló al otro lado de la línea.
“¿Hablo con Angélica?”, me dijo: Sí, le respondí. Ese fue mi error, confirmarle mi identidad fue clavarme el cuchillo. Comenzó entonces a decirme que era un admirador secreto e insistió en el tema, hasta que decidí cancelar la llamada. No quería escuchar a charlatanes. A esa hora el sueño era mucho más provechoso.
Pero mi actitud lo molestó y un par de minutos después recibí un mensaje de texto: sería el primero de una cadena, y sin saberlo, mi tranquilidad por un par de meses se vería interrumpida. El mensaje, desde su ortografía, era perverso:
“Quieres que daye tu cara con axido. Saves que Cali es Peligrosa. Tu como periodistas lo saves. Le quedaste mal ha una persona. Se donde vive. Asi como tengo tu numero podemos matarte (sic)”.
Siendo las 12:42 de la mañana, con el sueño espantado, mi cabeza daba vueltas: Me atormentaba que supiera mi número, que era periodista, el medio para el cual trabajaba. Entonces decidí esperar a que amaneciera. Pero antes de que pudiera ver el sol, el hombre volvió a llamar.
Otra vez con sus amenazas de muerte, con su discurso barato acusándome de haberle quedado mal a alguien, y otra vez las intimidaciones del ácido y mi rostro destrozado.
De este lado del teléfono no quería demostrarle miedo, aunque lo tuviera, así que me vestí de periodista: saqué de mi bolso una grabadora de voz, la grabadora que siempre va conmigo.
Presioné 'REC', puse el celular en altavoz y comencé a grabar. Le pregunté que era lo que quería. Y después de una serie de amenazas, me pidió una recarga de $10 mil pesos para su número celular, prometiéndome no volver a molestar.
Por salir del paso le dije que lo iba a hacer, pero al ver que no cumplí mi palabra me dejó 30 llamadas perdidas en un lapso no superior a media hora. Apagué mi celular y esperé entonces que llegara el lunes para poner a las autoridades al tanto de mi situación.
Llegó el lunes 29 de enero
Para trabajar tenía que atravesar la ciudad. Ahora recuerdo cómo manejé mi carro ese día, más pendiente de los retrovisores que dirigiendo mi mirada al frente. Esa media hora de recorrido fue una eternidad.
En la oficina, con el celular apagado, alcancé a sentirme segura durante una hora porque ese fue el tiempo que transcurrió para que sonara mi teléfono fijo. Era él. Estaba allí. Y yo, acorralada y con más miedo porque definitivamente sabía cosas de mí.
Me reclamó por apagarle el móvil y, claro, por no hacerle la recarga. De modo que aún más molesto, siguieron los mensajes de texto, las llamadas a todos mis teléfonos, a las extensiones de mis compañeros y así, hasta que colapsó la línea de la secretaria de la oficina.
El Gaula de la Policía Nacional se hizo presente para atender el caso. Solo en ese momento, solo allí, agradecí que siguiera llamándome, para que las autoridades fueran testigos directos de la situación.
Siguiendo sus instrucciones, seguí contestando. Me recomendaron que le pusiera reglas. Una de ellas, ajustar los horarios para atender su llamada. Como quien dice, aconductarlo. Así que tratando de mantener una conversación cordial – aunque lo repudiara-, llegué a conciliar con el acosador: en adelante solo iba a atender su llamado a las 3 de la tarde.
3 de la tarde
La hora se convirtió en una cruz para mí. Mientras otros dormían la siesta, tomaban café o simplemente trabajan, yo debía hablar con el tipo que llevaba tres días amenazándome con el propósito de descifrar sus pretensiones.
Pasaron cuatro días en esas hasta que dejó ver lo que buscaba: quería que le enviara fotos en ropa interior y que le aceptara la solicitud de amistad a unos perfiles falsos de Facebook que creaba con imágenes de algunas reconocidas presentadoras como Jessica Cediel y Carolina Cruz, entre otras.
Fue claro en sus especificaciones. Quería 10 fotos en tanga brasilera, y 10 en cachetero, posando de pie y frente a un espejo. Las quería antes de finalizar la tarde del martes 30 de enero. Yo le dije que se las enviaría, pero por supuesto no estaba en mis planes.
Mi cabeza explotaba pensando qué le diría al día siguiente, a las 3 de la tarde, cuando sonara el teléfono sin yo haber accedido a sus peticiones.
Pero desatendiendo el 'pacto' de solo llamarme a las 3 de la tarde, volvió a marcarme insistentemente a mi celular pasadas las 6 de la tarde.Alcanzó a hacerme 100 llamadas pérdidas en 15 minutos, hasta que apagué de nuevo el equipo.
Al otro día, miércoles 31 de enero, prendí de nuevo teléfono, y a las tres en punto la llamada en mi celular. Por recomendación del Gaula, debía seguir escuchándolo.
La idea era seguirle la pista y mantenerlo en contacto, pues sin quererlo, me había convertido en el 'gancho' que buscaban las autoridades para atraparlo.
Que pensara que yo podía ser la voz de muchas niñas o mujeres que también estaban siendo acosadas por este hombre, eso me decían los Policías para darme fuerza. Que por el hecho de ser periodista, iban a prestarle más atención al caso, me recalcaban. Y eso me llenó de valor, más cuando el destino me puso, como reportera, a conocer casos de niñas de la ciudad que estaban siendo víctimas de este maldito, porque no podía llamarlo de otra forma.
De manera que me preparé para lo demás. Tuve que seguir escuchándolo, acepté una solicitud de amistad a Facebook de uno de sus perfiles, y nos convertimos en 'amigos' por 'face'. Por supuesto, yo también tenía una cuenta falsa en esta red social, pues la mía la dejé bloqueada apenas comenzó el problema.
Entonces por el messenger del ‘face’ comenzaron otras conversaciones. Allí debía soportar que me dijera 'bebé' y que insistentemente me pidiera fotos en ropa interior y videos bailándole. Como mujer, recurría a ciertas mañas para mantenerlo conectado sin ceder ni un solo segundo a sus insinuaciones. Hoy, ahora, mientras escribo esto, no sé como lo logré. Era repugnante.
Así pasó una semana. Ocho días en los que me convertí, en contra de mi voluntad, en la 'pareja' virtual del acosador que me decía ‘bebé’, luego de haberme prometido ácido en la cara.
Coincidencias
Una colega que conoció mi caso, recordó que en el 2010 había cubierto la noticia de la captura de un hombre que acosaba sexualmente a las periodistas, presentadoras y famosas. Mi historia le parecía muy similar. Con ese dato, busqué los archivos y efectivamente, el 7 de septiembre de 2010, había caído 'El terror de las famosas’.
Leyendo las noticias sobre la forma como actuaba, me sentí identificada. Tuve la intuición de que era el mismo sujeto, pero ese al que se referían los diarios había caído por amenazar a Carolina Cruz, Jessica Cediel, Catherine Daza Manchola, personalidades famosas y de renombre.
Aparecieron las dudas de que estuviéramos hablando de la misma persona, pero entonces tuve la oportunidad -y ahora digo que la bendición- de contactarme con el sicólogo forense que en el 2010 había tratado el caso.
Victor Julio Salgado Villegas es su nombre, un Teniente de la Policía, con 23 años en la Dirección Antisecuestro, Psicólogo Jurídico y Forense, especialista en Docencia Universitaria y Servicio de Policía. Las palabras de quienes me dijeron que yo como periodista tenía más oportunidades de desenmascarar al sujeto, cobraron importancia en ese momento.
Victor Salgado atendió mi llamada, y pese a que no nos conocíamos, hablamos por más de una hora. Respetuosamente escuchó mi relato, y al terminarlo, me dijo que el hombre que yo le estaba describiendo era el mismo al que él había ayudado a capturar hace 8 años.
Mis grabaciones de voz serían la ficha clave. Por el teléfono lo puse a escuchar una de mis tortuosas conversaciones con 'El terror de las periodistas', y no pasó más de un minuto cuando lo confirmó: “No tengo duda, es el mismo”.
No se que pasó por mi cuerpo. Alivio, alegría, ansiedad, expectativa. Dejé de ser periodista y me convertí en detective, o al menos así me sentí. Gracias al Teniente Salgado, había descubierto al hombre que me robó la tranquilidad: Juan Gabriel Bautista, habitante del barrio La Playita de Buenaventura, de casi 40 años, tez morena, que nunca salía de su casa porque se la pasaba en un escalofriante cuarto haciendo lo único que podía hacer ese pequeño hombre: amenazar y acosar a mujeres.
El Teniente me confirmó que ya había estado en la cárcel por el mismo delito, pero que solo había pagado 4 años. Que sufría de un trastorno de personalidad antisocial, una afección mental con un patrón prolongado de manipulación, explotación y violación de los derechos de otros, en este caso de mujeres jóvenes.
“Con el paso del tiempo y a falta de un tratamiento adecuado, el hombre venía presentando intensificación de una desviación a nivel de la estructura psico-sexual, lográndose determinar otro trastorno, perteneciente al grupo de las parafilias, conocido como escatofilia telefónica o fonoescatofilia, que consiste en una afición excesiva, impulsiva y compulsiva, a sostener llamadas telefónicas obscenas, en este caso particular con mujeres jóvenes desconocidas, buscando excitarse sexualmente, llegando a la masturbación en el momento en que inflige humillación a su víctima”, explicó Salgado.
No fue de la noche a la mañana
Pese a tener toda la información, las autoridades necesitaban recoger nuevas pruebas; era necesario que un Fiscal expidiera la orden de captura. Pero yo no soportaba más y decidí apagar mi teléfono. Cerca de dos meses me desconecté aun siendo periodista. Era necesario.
Perdí todo tipo de contacto con las autoridades que llevaron mi caso, un poco desilusionada al ver que el hombre seguía haciendo de las suyas, porque me daba cuenta de colegas que empezaban a vivir el martirio que yo viví. A ellas me encargué de transmitirles el mismo mensaje que el Teniente Salgado me había dado, y de alguna manera, darles tranquilidad.
Ocho meses después, el pasado 27 de septiembre, recibí la noticia que había estado anhelando: “Angélica, cogimos al tipo, ya está capturado”, me dijo la Teniente que había estado tras el caso. Mi alma volvió al cuerpo, sentí que las humillaciones habían valido la pena, que las lágrimas, la angustia que sentí, la impotencia, el desespero, habían valido la pena.
Ahora quisiera olvidar las repulsivas conversaciones que tuvimos. Quisiera pero no puedo. Como si fuera poco también llevo en mi mente la imagen de su rostro en la foto de su captura. Gracias a Dios, acabó la historia para mí y para otras mujeres. Ahora solo queda esperar que sentencien de nuevo al hombre que hace ocho años cayó capturado como 'El terror de las periodistas'.
Perfil criminalístico de alias El Negro
Por: Víctor Salgado, sicólogo jurídico y forense
Sólo estudió hasta básica primaria, lo cual, se percibe en el idiolecto usado en las conversaciones que sostiene con sus víctimas.
Ha desarrollado un buen manejo de las redes sociales a través de Internet, medio que utiliza para buscar, seleccionar y atacar virtualmente a sus víctimas.
Pertenece a una familia disfuncional. Durante su infancia fue objeto de maltrato físico, psicológico y sexual, siempre hubo carencia de una figura paternal u orientadora que ayudara a estructurar de manera adecuada su personalidad, así como el desarrollo de herramientas cognitivo-conductual para una correcta socialización con el mundo exterior y sus semejantes.
Es soltero, debido a su falta de empatía y poca tolerancia a la frustración que le permita mantener una relación emocional sana y estable, con los altos y bajos que esta supone. En algún momento de su vida ha convivido con una o varias parejas al tiempo, pero dada su falta de empatía y sus pocas herramientas cognitivas y emocionales, no logra sostener una relación por mucho tiempo.
Suele ser una persona aislada, sin trabajo estable o si los ha tenido son de poca duración, debido a la falta de adaptación social y proyección hacia un futuro. Dentro de la misma casa vive en habitación aislada del resto, cuenta con privacidad para que sus familiares no se enteren de su vida privada.
En su habitación tiene un archivo de sus ‘trofeos’, las conversaciones telefónicas, fotografías y videos, que, por medio del miedo y acoso, logra obtener de algunas de sus víctimas.