Columnistas
“Anocheció de golpe”
Los liberales, ilusos como siempre, creímos que había llegado el salvador, que la patria retomaría el sendero democrático, y que uno de los nuestros sería el próximo presidente de la República.
El sábado 13 de junio de 1953 cursaba yo el último año de bachillerato en el Gimnasio Moderno de Bogotá, y a pesar de tener salida franca ese fin de semana, resolví quedarme en el internado porque el lunes siguiente tenía examen parcial de Física.
La situación política de Colombia en ese momento era terrible, pues desde 1946 el Partido Liberal soportaba el proyecto de exterminio que había sido puesto en ejecución por el gobierno de Mariano Ospina Pérez, y continuado por los de Laureano Gómez y Roberto Urdaneta.
A mis 18 años entendía bien lo que acontecía en el país, y conocía los padecimientos de mi partido, pues Tuluá, mi pueblo amado, era el cuartel general de la ‘pajaramenta’ de León María Lozano, alias El Cóndor.
Al terminar la administración Ospina, y al haber cumplido este la tarea de garantizar la presidencia de Laureano que se presentó en solitario a la elección presidencial del 27 de noviembre 1949, sucedió algo increíble: el duro jefe conservador rompió relaciones con su pupilo paisa y dividió su partido en dos sectores: el oro, los suyos, y la escoria, los ospinistas.
Ospina, astuto, se unió con Gilberto Alzate Avendaño para enfrentar a Laureano, y ambos fraguaron el golpe de Estado, es decir, godos tumbando el gobierno godo de Laureano.
Gustavo Rojas Pinilla era el comandante de las Fuerzas Armadas. Boyacense de hondas raíces conservadoras, los liberales conocíamos su actuación como comandante de la III Brigada y la orden que dio para la masacre en la Casa Liberal de Cali, donde fueron asesinados más de 50 liberales que allí se habían refugiado huyendo de la persecución que sufrían en sus municipios.
Con dificultad, Alzate y Ospina convencieron a Rojas, y este suspendió un viaje que tenía planeado a Europa y se vino de Melgar a Bogotá para ofrecerle apoyo a Urdaneta para que siguiera en el mando. Enterado Laureano del intento de golpe resolvió reasumir el poder que por licencia suya ejercía Urdaneta, a quien Gómez pidió que llamara a calificar servicios a Rojas con el pretexto de la tortura que el Ejército estaba haciendo al industrial antioqueño Felipe Echavarría. Urdaneta se negó y Laureano reasumió, pero salió de Palacio y se perdió.
Entonces Rojas se hizo presidente. Los liberales, ilusos como siempre, creímos que había llegado el salvador, que la patria retomaría el sendero democrático, y que uno de los nuestros sería el próximo presidente de la República. ¡Viva el Partido Liberal, carajo!
Rojas, que hubiera pasado a la historia como el transformador de la política colombiana, cambió el bronce por la plata y él y su familia se dedicaron a los negocios, que los volvieron millonarios. Ingenios azucareros, ganaderías, todo en donde hubiera dinero allí estaban ellos. María Eugenia, su hija, casó con Samuel Moreno Díaz y de esa pareja surgieron los emprendedores Samuel e Iván, cuyas movidas chuecas los mandaron a purgar largos años de cárcel. Un triste fin para una gente que gozó del afecto de la sociedad colombiana.
Jamás olvidaré la noche de aquel 13 de junio cuando en mi pequeño radio escuché el esperanzador discurso de Rojas, que ofrecía paz, justicia y libertad.
César Augusto Ayala Diago acaba de publicar el excelente libro ‘Anocheció de golpe’ en el que narra con pelos y señales las entretelas del cuartelazo, sus antecedentes y sus consecuencias. Lo recomiendo de manera especial. Puede adquirirse en Mercado Libre.
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