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Naufragio

Casi se ahogan, el agua empezó a subir y subir y se metía en todas partes. Logramos sacarlos uno por uno y llevarlos a San José donde los recibieron con los brazos abiertos.

25 de octubre de 2021 Por: Aura Lucía Mera

Lunes 25. Mediodía. Acabo de hablar con Ray Schambach. Habla atropellado. Está lloviendo otra vez, me dice. Le escucho dar órdenes. Está a mil de adrenalina. No es para menos, la casona antigua del Hogar de Cristo se derrumba. La fuerza de la quebrada se llevó lo que encontró a su alcance durante la granizada salvaje que azotó a Cali el sábado al anochecer.

Le pregunto qué podemos hacer y me dice que todavía no saben exactamente qué ha sucedido. Que siguen inmersos en el desconcierto y la urgencia. Se tranquiliza un poco y me da el reporte más importante. Se han salvado todos los que habitaban la casona antigua.

“Casi se ahogan, el agua empezó a subir y subir y se metía en todas partes. Logramos sacarlos uno por uno y llevarlos a San José donde los recibieron con los brazos abiertos. Un milagro haber podido salvar a todos. Fue repentino. Como un tsunami. No entendíamos qué estaba sucediendo, fue aterrador”.

Las casas de arriba intactas. La fuerza destructora y tenebrosa se cebó en la casa colonial, la de la hacienda, la consentida, la señorial. Una noche de terror. Un Halloween macabro para los más vulnerables, aquellos a quienes la edad ya ha vencido y necesitan quién los ayude y los acompañe en su trayecto final.

Conozco El Hogar de Cristo. Durante los últimos años lo visite con frecuencia. En una de las casas de arriba vivió su última etapa mi amiga del alma Lucía, la más leal, la más aguerrida, la más luchadora. Su mente ausente, quién sabe en qué universo habitaba. El rincón de la música todavía latía, ella escuchaba.

Me he caminado todos sus senderos, he visto ovejas y cabras, he escuchado los trinos de los pájaros, he visitado seres solitarios. Nunca me conocieron pero se sintieron acompañados un rato. La gente se muere de desamor. Mientras una mano se una a otra mano, ese instante es un chorro de vida. Me he fumado un cigarrillo con lentitud acodada en la baranda mirando un atardecer, observando cómo pasa el tiempo de rápido, cuan vanas las vanidades y las riquezas. Siento paz.

Esas hectáreas tienen ceibas, chiminangos, palmeras, el viento que llega desde el Occidente refresca las tardes. Existen casitas construidas por sus dueños que deciden vivir sus ‘años dorados’ en esos espacios.
Cuando mueran la casa pertenecerá al Hogar para recibir nuevos huéspedes.

Ray está en todo, como un torbellino aparece de repente, desaparece, no se le escapa nada, pendiente del mobiliario, de que la comida esté bien, que la limpieza funcione, que los hombres y mujeres se sientan como huéspedes más que pacientes. Así todo es más llevadero. Ray destila calor humano, sabiduría, ternura y sobre todo algo que casi nadie tiene: sentido común y honestidad.

Por eso me responde con franqueza; todavía no sabe muy bien el monto de las pérdidas materiales, lo único que le interesa es la seguridad de sus huéspedes. No juega a la víctima. No quiere aprovecharse de nada ni de nadie. Esto es un ejemplo en medio de la podredumbre corrupta en que vivimos.

Ayudémosle por ahora prendiendo velas para que no siga lloviendo y la quebrada idílica no se convierta en enemigo mortal. Ayudémosle en lo que necesite. Siempre estaremos seguros de que toda donación en especie o monetaria tendrá un riguroso manejo. En este momento ‘Yo Soy Ray’. ‘Todos Somos Ray’.

El Hogar de Cristo es de todos los caleños. En sus espacios llenos de naturaleza se respira amor y bondad.

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PD. Donaciones: Fundación Santa Clara de Asís. Nit 890326757-6. Cuenta Corriente Banco de Occidente. No 013050687. Correo: fsca1@hotmail.com

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PD2. Sandalio María, alias Ray, me quito el sombrero. Si este país tuviera más seres de tu integridad, otra sería nuestra suerte.

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