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El arroz en el Valle
La Arrocera La Esmeralda no solo produce hoy su famoso arroz Blanquita, nombre de la abuela de José Manuel, doña Blanquita Cárdenas, sino que presenta también su arroz orgánico...
La arrocera La Esmeralda es una de las empresas con más presencia en Colombia, desde Jamundí, en el Valle del Cauca, con su producto estrella Arroz Blanquita.
Al frente de la empresa está José Manuel Suso Domínguez, quien de manera entusiasta dirige los destinos de este conglomerado orgullo del Valle del Cauca, con una sede en Casanare, territorio donde se afincan hoy las mayores productoras del grano.
La Arrocera La Esmeralda no solo produce hoy su famoso arroz Blanquita, nombre de la abuela de José Manuel, doña Blanquita Cárdenas, sino que presenta también su arroz orgánico, el Oryza gourmet, extra blanco, “especial para preparaciones especiales”, como la paella, lentejas, frijol, mezcla lista para horchata, además del arroz integral libre de gluten y colesterol.
En 2013, el entonces director ejecutivo de la SAG, Francisco Lourido, impuso medalla al mérito a Manolo Suso, fundador de la arrocera que nació hace 90 años por inspiración del ciudadano español Faustino Suso y Blanquita Cárdenas, abuelos de Juan Manuel. Él tomó un barco en España después de prestar servicio en la guerra de Marruecos, en Ceuta y Melilla. Después de ser liberado y curar sus heridas, tomó un barco y se vino a hacer la América. “Vino a buscar suerte y llegó a Barranquilla, por el puente de Puerto Colombia. Vio la oportunidad de comprarle pieles a una compañía europea, pero alguien le dijo váyase para el Valle del Cauca que ahí hay ganadería. Se vino por el río Magdalena en un vapor, llegó a Buga y ahí conoció a mi abuela Blanquita Cárdenas Saavedra, caleña, con familia bugueña. En homenaje a ella se dio nombre al producto estrella de la empresa. La compañía de pieles se quebró en Europa, y su primo Jaime Saavedra, visionario, montó en 1935 un molino de arroz, al lado de la estación del ferrocarril en Buga”, dice Juan Manuel.
Jaime Saavedra convenció a Faustino de ir a Jamundí. “El futuro de la agricultura arrocera está allá”, le dijo. Manolo, padre de José Manuel, tenía solo trece años cuando se quebró la compañía de pieles en Europa. Faustino lo envió a un seminario en Bogotá, donde hizo su carrera de Filosofía y Letras; se retiró del seminario y regresó al Valle, donde ayudó a vender bultos de arroz del molino de Buga, y también vendió seguros.
Faustino Suso quería que Manolo fuera sacerdote. “Entonces todas las familias tenían una monja, un médico o un cura, pero mi papá no le jaló”, acota José Manuel.
Después de 15 años en Buga, Jaime Saavedra trasladó la arrocera a Jamundí. “Mi abuelo tenía ya un amplio concepto de sostenibilidad en esa época, y veía cómo los obreros esparcían el arroz para secarlo, porque entonces no existían torres de secamiento, nada estaba mecanizado, todo era manual, y el molino alemán con el que se contaba, descascaraba con una piedra. Se empleaba fuerza bruta y energía solar”, dice José Manuel. Su abuelo Faustino decidió no pagarles a los trabajadores sino a sus esposas, y eso fue todo un acto revolucionario en 1935, algo de gran responsabilidad social empresarial. Eso disparó el respeto de los trabajadores por don Faustino y doña Blanquita, pues las mujeres ahora administraban el presupuesto familiar y todo iba mejor en los hogares. “Las mujeres de Buga querían que sus maridos trabajaran allá, y todas querían, además, comprar el arroz”, rememora. Algo que solo podía ocurrírsele al buen Manolo, alma bendita.