Columnistas
El cincel y la pluma
Rodin siempre lo admiró y lo quiso. Ese joven poeta alemán que lo miraba como a un semidiós.
Cuando se encontraron, el uno era un joven poeta poco conocido, y el otro, el escultor más famoso del mundo, ya anciano. El poeta se acerca al escultor como si se tratara de un semidiós, para desentrañar el misterio de una obra que había sido fuente de escándalo, pero había terminado por imponerse como una nueva manera de ver al mundo y al hombre, cuyo antecedente parecido era nadie menos que Miguel Ángel. La fecha es el verano de 1902 en París. Rainer María Rilke tiene 27 años y August Rodin 62. Su misión es escribir por encargo para sus editores alemanes un ensayo sobre el gran artista. Nace allí una amistad que iba a durar para siempre.
Rilke se convierte en el poeta alemán más importante de principios del siglo 20 con una obra llena de desesperanza, que quizás refleje su propia vida personal, frágil, solitario y enfermo. Muere a los 50 años de la manera más poética, por la herida causada en un dedo al cortar una rosa, que reveló el hecho de que padecía de leucemia. Rodin muere de 77 años, convertido en una fuerza de la naturaleza que arrancaba al mármol y al bronce poderosas figuras. No podría haber dos seres más distintos.
El ensayo sobre Rodin de Rilke, que corrige y aumenta con gran éxito en sucesivas ediciones, es una reflexión sobre la naturaleza de la obra de arte, sobre como los seres humanos perciben la belleza, que pone como ejemplo sublime la obra de Rodin. La manera como la luz resbala en la superficie de mármol sobre los cuerpos desnudos en El Beso, los claroscuros entre los pliegues del bronce en el dramático grupo de los Burgueses de Calais, que ofrecen sus vidas para salvar a su ciudad, o sobre la capa que cubre la imponente figura de Balzac.
Hoy el bello palacete que alberga la obra de Rodin en el centro de París, exhibe la obra del escultor británico Antony Gormley un artista contemporáneo que crea grupos escultóricos con maniquíes de forma humana, negros, sin rostro, que se enfrentan en su carácter anodino con toda la fuerza de las obras de Rodin que están en la casa y el jardín. Una manera de marcar la diferencia de ese trabajo hercúleo de fundido y cincelado, con esas formas acrílicas salidas de un molde, donde a pesar del tiempo transcurrido sale ganando el primero.
Interesante el proceso de curaduría de enfrentar esos trabajos, pues en su momento la obra de Rodin, hoy clásica, suscitó las más feroces críticas de la academia atrapada en sus reglas de belleza formal, compostura cívica y enaltecimiento de los héroes nacionales para el arte público. Con Cánova como modelo. Rodin en sus puertas del infierno, un encargo que nunca se realizó, junta el caos de la comedia humana (que es como se llama la obra de Balzac) en esa obra inspirada en la Divina Comedia y sus círculos infernales. La disrupción total.
En 2007 la editorial Panamericana publicó en español un bello libro ilustrado con magníficas fotografías de las esculturas de Rodin y el ensayo de Rilke, publicado originalmente en inglés, diseñado en Vietnam e impreso en China, que reúne el trabajo de esos dos artistas tan distintos, el cincel y la pluma. Rilke se refería a Rodin como su maestro y fue su secretario particular por un tiempo, luego marcó una distancia en esa relación desigual y en la medida en que se hacía famoso convirtió al maestro en amigo, de alguna manera en su igual, su alma gemela en la búsqueda de la belleza en las profundidades de la conciencia. Rodin siempre lo admiró y lo quiso. Ese joven poeta alemán que lo miraba como a un semidiós.
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