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¡Feliz año!

Desear un feliz año, más allá de la retórica repetitiva, invita a reconocer y tomar en serio que los demás tienen proyectos de vida propios tan valiosos y respetables como los nuestros.

20 de enero de 2025 Por: Vicente Duran Casas
Vicente Durán Casas
Vicente Durán Casas. | Foto: El País

Eso lo hemos escuchado muchas veces. Lo agradecemos con sinceridad y también lo repetimos a otros, a veces con esa cadencia tan propia de las frases que se corean cada año sin mucho entusiasmo y con sentimientos de escasa autenticidad.

Es una especie de rito no pactado pero asumido como propio, una costumbre heredada de la cortesía colectiva. No es falso ni engañoso, tampoco pretende mucho, es solo eso, la expresión de un deseo anónimo, igual para todos, como si procediera, no de la inteligencia artificial generativa, pero sí de la inteligencia cultural compartida.

Los años, como los días, las semanas y los meses, pasan. Comienzan y terminan y vuelven a comenzar. Un año dura lo que tiene que durar: 365 días y 5 horas y 48 minutos y 46 segundos… más o menos.

Algunos le restan importancia a ese cálculo, que procede de la observación inteligente y la matemática, y lo consideran banal o arbitrario. Otros toman la medición del tiempo como un pretexto más para preguntar este en qué consiste, si existe o no por fuera de nosotros, o si es una invención humana, demasiado humana, que nos permite programar, calcular, agradecer, reflexionar y también desear y amar. Decía san Agustín que “si nadie me pregunta qué es el tiempo, yo lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, ya no lo sé”.

El asunto es que el tiempo encierra dentro de sí algo que lo hace, a la vez, encantadoramente evidente y misteriosamente evasivo. Nuestra experiencia del tiempo es inseparable de una sutil insinuación de eso que llamamos eternidad y que en ocasiones puede ponernos a temblar de alegría o de miedo. El tiempo es parte del misterio que somos: seres finitos y limitados que nos sentimos llamados a trascender.

Por eso desear a los demás un feliz-año-nuevo refleja el intento por vincular el paso inexorable del acontecer temporal con la felicidad, que es, como pensaba Aristóteles, el fin último y el propósito más elevado de la vida humana. Desear un feliz año es como decir: ojalá que para ti el tiempo no transcurra sin más, ojalá el tiempo de este año sea un camino allanado, sin mayores estorbos, favorable a tu meta, a tu más alto proyecto de vida.

Solo nosotros, los seres humanos, podemos vincular el tiempo con la ética: es en el acontecer temporal de este mundo donde alcanzamos o no la felicidad, y donde podemos contribuir, o no, a la felicidad de los demás. Desear un feliz año, más allá de la retórica repetitiva, invita a reconocer y tomar en serio que los demás tienen proyectos de vida propios tan valiosos y respetables como los nuestros. No tiene mucho sentido, por ejemplo, desearle al vecino un feliz año, y a altas horas de la noche poner música a un volumen tan alto que le impida a él y a los demás vecinos dormir y descansar en paz.

Y si enfocamos ese deseo hacia los campos de la política y la economía, a las redes sociales, o a la comunicación entre personas y grupos que piensan y sienten diferente, entonces comprenderemos mejor que, desear un feliz año, si lo tomamos en serio, equivale a asumir una tarea ética colectiva.

El 2025 será el año en el que habremos vivido ya una cuarta parte del Siglo XXI. En Colombia será también un año de agitadas tensiones y expectativas electorales. Ojalá tomáramos en serio el deseo de que realmente sea un año feliz para todos.

*Rector Pontificia Universidad Javeriana Cali

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