Columnistas
Fundamentos inciertos
Ahora son nuevos mejores amigos Vladímir Putin y Donald Trump, ambos en pos de expandir sus dominios a punta de bombardeos el uno, y de matoneo comercial el otro.

Todos los que se han servido de la democracia para cargarse lo poquito que queda de ella en el mundo, son líderes autoritarios a semejanza de ídolos con pies de barro.
Refiere la biblia que el rey de Babilonia, Nabucondonosor, soñó con una estatua colosal hecha de fuertes minerales en su cuerpo y pies en barro cocido, cuando de pronto una piedra que se desprendió del monte, los golpeó y los deshizo por la fragilidad del material, derrumbándose la escultura. Se interpretó el sueño como la debilidad de los últimos imperios. Al barro se le asocia con algo deleznable.
Las políticas de los gobiernos son la materia sobre la cual levantan su obra y, al mismo tiempo, entrañan el riesgo de ser inconsistentes o equivocadas. Por ellas y sus temores hasta se embarcan en quimeras con grandes costos humanos, como amurallar fronteras para aislarse o defenderse. Así lo comprueban los miles de kilómetros de la Gran Muralla china que no impidieron las invasiones a su imperio, o el muro de Berlín, que al final no detuvo a los ciudadanos que pasaron al occidente y lo derribaron.
Los Estados Unidos y la Unión Soviética, después de la Segunda Guerra Mundial, con su poderío, intervinieron de diversos modos en muchos países para acrecer sus intereses o ideología. Con estas acciones afectaron vidas y libertades que luego les jugarían en contra, por la natural reacción que producen y los conflictos internos y externos generados. La Guerra Fría dividió el mundo e incrementó el armamentismo, al paso que EE. UU. llegó a ser la principal potencia y la Unión Soviética se derrumbó.
Por las vueltas de tuerca de la historia, ahora son nuevos mejores amigos Vladímir Putin y Donald Trump, ambos en pos de expandir sus dominios a punta de bombardeos el uno, y de matoneo comercial el otro. Se desvaneció la bipolaridad Rusia – EE. UU., con lo cual se alteraron las fuerzas políticas y comerciales del mundo, así como la seguridad de Europa, panorama incierto del que somos dolientes espectadores en tiempo real.
Otra cosa es la Unión Europea (UE), asociación política y económica, ejemplo de civilización y democracia. Los 27 países de la UE y la Gran Bretaña perciben que la amenaza rusa los acecha. Basta ver la invasión a Ucrania y la ferocidad de los ataques. Miles de civiles mueren por bombardeos, misiles, cohetes, ataques aéreos y drones en zonas residenciales densamente pobladas, en un número gravemente subestimado por las dificultades de establecerlo en medio del caos. La Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas solo ha podido verificar 12.500 (DW 21/02/25).
No hay explicación que justifique la barbarie, con razón la Unión Europea respalda al devastado país y busca un paraguas de seguridad que reemplace con el tiempo al de los Estados Unidos. El Reino Unido, que con heroísmo enfrentó al régimen nazi, ha apoyado a Ucrania y asumido el desafío de la defensa con las demás naciones para contener al enemigo.
Cabe la esperanza de que en algún momento los gobernantes midan la inconsistencia de sus actos y consecuencias para sus naciones. EE. UU. de cara a los aranceles que le apliquen a sus productos, y Rusia, al riesgo de un colapso de su economía por el costo de la guerra, lo que doblegaría al gigante.
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Fe de erratas. En la columna del 26 de febrero de 2025, Adiós a las utopías, equivoqué el nombre del autor de la obra ‘1984′, el correcto es George Orwell. Mis disculpas.
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