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Se nos fue el griot (I)

Hijo de Guapi, costa caucana del Pacífico, emprendió desde ahí, desde el lugar que el poeta Helcías Martán Góngora, llamaba ‘la ría de Guapi’, la tarea de rescatar para la modernidad parte de la cultura del Pacífico...

13 de marzo de 2025 Por: Medardo Arias Satizábal
Medardo Arias Satizábal
Medardo Arias Satizábal | Foto: El País

En la tradición africana, griot o jeli es el contador de historias, el que reúne a los más jóvenes de la aldea para contarles cómo era el pasado, tradición oral que va de generación en generación. Ese fue el papel que asumió Baudilio Revelo Hurtado con la cultura del Pacífico colombiano.

Abogado, un día decidió ir por los ríos, por las poblaciones costeras del Pacífico, decidido a conversar con los ancianos. Vertía en sus libros los relatos fidedignos que encontraba, y los cotejaba con la tradición africana. Su obra ‘Cuentos para dormir a Isabella’, fue editada en la Colección de Autores Afrocolombianos del Ministerio de Cultura, y recientemente recibió el Doctorado en Humanidades, conferido por la Universidad del Valle. Baudilio acaba de decir adiós.

Hijo de Guapi, costa caucana del Pacífico, emprendió desde ahí, desde el lugar que el poeta Helcías Martán Góngora, llamaba ‘la ría de Guapi’, la tarea de rescatar para la modernidad parte de la cultura del Pacífico expresada en su tradición oral.

Cuentos, mitos, creencias, apariciones, curanderismo, jerga, aparecieron en sus libros de ‘entundamientos’, así como la manera de hablar muy particular de las gentes del litoral, en glosarios que van de la a la z.

Su labor es reconocida hoy por antropólogos, investigadores y estudiosos colombianos y extranjeros, lo que le ha valido el respeto de la academia y el reconocimiento. Grabadora en mano, se adentraba, como los hermanos Lomax otro día en Norteamérica, por las aldeas del litoral en busca de ancianos, músicos, marineros, parteras, mineros, que le contaban historias del tiempo de la colonia, las que vertía de manera fidedigna en su obra.

Su libro ‘Cuentos para dormir a Isabella’ fue publicado en la Colección Afrocolombiana del Ministerio de Cultura, junto a la obra de Arnoldo Palacios y Óscar Collazos, entre otros.

Alguna vez lo entrevisté para la revista del Instituto Popular de Cultura.

-¿Cómo transcurrió su infancia en el Pacífico?

Fue una infancia fluvial; hasta los 11 años estuve en Guapi; mi padre era comerciante y nos permitía gozar del río. Estudiábamos en la escuela de monjas y luego nos metíamos tres, cuatro horas en el río. Almorzábamos a las dos la tarde, y luego dormíamos. Eran monjas de la Sagrada Familia; luego mi padre me matriculó en el Berchmans en Cali. Ahí culminé la primaria y posteriormente el bachillerato en el Colegio Bolivariano.

Tuve una infancia de ‘lluvia pepiada’; dormíamos muy rico cuando empezaba a llover y el agua repicaba en el techo de zinc. Eso nos adormecía. Nuestra casa estaba frente al río, hecha de madera, de dos plantas, con sus balcones calados.

Vivíamos en el segundo piso, y abajo quedaba la tienda, el almacén donde se vendían telas, platos, -mi papá también compraba oro- y en la parte de atrás, en la bodega, guardaba sal. Ahí también estaba la tabaquería donde se desempeñaban unas dieciséis personas.

Mi padre le vendía estos tabacos a los campesinos. Compraba las hojas de tabaco en Palmira, donde una familia Calero. Cada dos o tres meses salía para comprar todo lo que necesitaba para el almacén. El barco lo fondeaban frente a la casa nuestra; él cargaba y descargaba ahí. A las doce horas siguientes llegaba a Buenaventura.

Continuará...

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