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Gilead, Trump y Canadá
¿Y Canadá? Es la antítesis de Gilead y su enemigo: una sociedad democrática y abierta que se convierte en el refugio de los miles que quieren escapar del totalitarismo

¿Por qué la animadversión de Trump contra Canadá? ¿Por qué se le iluminan los ojos cuando afirma que va a anexar ese país y convertirlo en el Estado 51 de la Unión? ¿Por qué la cara de satisfacción que se le ve al referirse al primer ministro Trudeau como ‘gobernador’, como si ya lo hubiera anexado? ¿Por qué el empeño de agredirla económicamente con aranceles a los productos que Canadá le vende, así cause más daño en su propio país?
Doctores y psicólogos tienen las universidades gringas que podrán intentar respuestas científicas a estas preguntas, pero en el terreno de las novelas puede uno imaginar explicaciones que pueden ser ciertas por aquello de que, no solo en Macondo, la ficción supera a la realidad.
La República de Gilead es el país distópico creado por la escritora canadiense Margaret Atwood en sus novelas ‘El cuento de la criada’ y ‘Los Testamentos’. En estos relatos, paramilitares de extrema derecha han convertido a Estados Unidos en un estado totalitario, después de derrocar al gobierno democrático, tomándose a la fuerza el Congreso y la Casa Blanca, asesinando al presidente y los congresistas que se les oponían.
En el régimen de Gilead, controlado por fundamentalistas religiosos, machistas y patriarcales, las mujeres no pueden trabajar, ni tener ninguna propiedad, ni dinero; no pueden leer so pena de que les amputen las manos; no tienen ningún derecho y deben estar sometidas a sus maridos porque así lo dice San Pablo en su epístola a los Corintios. Las mujeres fértiles son convertidas en esclavas sexuales de los poderosos comandantes que tienen el poder y los homosexuales son ejecutados o mandados a campos de concentración.
En Gilead no hay derechos humanos ni libertades individuales; el control sobre la población, la vigilancia y la represión es total. Las universidades han sido clausuradas, lo mismo que la prensa y los medios de comunicación independientes; la única fuente de información es la propaganda oficial.
Todo esto no es imaginación de la escritora, quien dice que todas las atrocidades que describe han ocurrido alguna vez en la historia de la humanidad. Escrita en 1985, la autora podía tener en mente a los ayatolas de Irán o a los talibanes, pero en el prólogo escrito para la edición de 2017 confiesa su temor de que con la elección de Trump puedan empezar a darse estos excesos totalitarios en EE. UU. Y era solo el primer período de Trump.
¿Y Canadá? Es la antítesis de Gilead y su enemigo: una sociedad democrática y abierta que se convierte en el refugio de los miles que quieren escapar del totalitarismo, y en la base para los que luchan contra el régimen totalitario. Por eso los comandantes de Gilead la odian y le temen.
No sé si Trump haya leído la novela, o se la contaron, pero es claro que para su MAGA oligárquica, machista, racista y sexista, Canadá ofrece un contraste radical con su apertura democrática, y su estado de bienestar. Además su sistema de salud es parecido al Obamacare que tanto detestan los republicanos.
No hay mal que por bien no venga: las amenazas de Trump han resucitado las esperanzas de los liberales de ganar las próximas elecciones con el nuevo primer ministro Mark Carney, cuando hace un mes el favorito era el candidato conservador admirador de Trump. En la novela Gilead desaparece y resurge la democracia.
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