Columnistas
Gratitud
Escribo sobre gratitud en el ocaso de diciembre porque a veces me ronda el sentimiento de no ser lo suficientemente agradecido...
La gratitud es el reconocimiento consciente de lo recibido, de lo que se tiene, en vez de lo que se carece; de lo positivo que nos rodea y que nos pasa, aunque en ocasiones lo damos por sentado. Sentir y expresar gratitud con sinceridad y escuchar a otros hacerlo genuinamente, genera una sensación a veces difícil de describir, real y reconfortante. Una bocanada de aire fresco, sereno, que confirma la existencia de la bondad humana.
Por eso quizá, ninguna religión es ajena a la gratitud. En la Cristiana es un elemento central de la Fe: la Eucaristía significa “acción de gracias” a Dios por su sacrificio. En el Islam es un acto de adoración a Allah y de reconocimiento de su misericordia, y en el Judaísmo la oración diaria comienza con “Modeh Ani” que significa “agradezco yo”; es más, descubro que el término ‘Judío’ viene del hebreo ‘Yehuda’ que significa “reconocer y agradecer”.
En el hinduismo es expresión de Bhakti (devoción) y en las escrituras como el Bhagavad Gita se destaca la importancia de ser agradecido incluso en los tiempos difíciles. En el Budismo, la gratitud es una práctica que fomenta la atención plena (mindfulness) y la compasión, y cuando es hacia los padres, maestros y quienes contribuyen a la existencia refuerza el respeto y la conexión. Es decir, es un principio central a todas las religiones.
Pero, independiente de la religión, si se es creyente, ateo o agnóstico, la gratitud guarda una relación estrecha con la felicidad. Varios estudios aseguran que la gente agradecida experimenta más momentos de bienestar, dado que reduce los sentimientos de envidia, resentimiento y ansiedad, y aumenta la satisfacción con la vida pese a sus dificultades. La gente agradecida tiene, además, una mayor capacidad para afrontar la adversidad.
Adversidad que nos confronta con el dilema de si debemos agradecer los problemas en la vida y en especial, el dolor que a veces pareciera nublarlo todo. La gratitud no pretende negar el dolor o desaparecerlo, y no se trata de agradecer los insucesos o desearlos, pero sí, de valorar sus enseñanzas; la aceptación de las vulnerabilidades e identificación de nuestras fortalezas, y ser más compasivos hacia los demás y en especial hacia nosotros mismos.
Motivos de gratitud los tengo todos. Estar con vida luego del cáncer en la adolescencia, haber tenido a un padre y una segunda madre maravillosos que partieron a destiempo; tener con vida y disfrutar a una mamá inigualable. Gratitud por mi familia, mis hermanos y la madre de mis hijos, y ante todo por mis hijos que iluminan mi vida. Gratitud por mis amigos del alma que procuro conservar, por el amor recibido y que recibo. No me ha faltado nada, nunca.
Pero ese no es el caso de muchos, de la mayoría. La vida ha sido especialmente dura con algunos y razón tendrían para no ser siempre agradecidos. Pienso en quienes su salud ha sido un tormento, en quienes con dificultad llevan un alimento diario a la mesa de su casa, y en quienes han sido y son víctimas de maltrato, o lo fueron del desamor y el abandono. Pienso en sus dificultades, en su felicidad y en su dolor, y en su valoración de la gratitud.
Escribo sobre gratitud en el ocaso de diciembre porque a veces me ronda el sentimiento de no ser lo suficientemente agradecido; de agradecer menos de lo que debería cuando la vida me lo ha dado todo y no es el caso de muchos, incluso de personas que quiero. Hurgo dentro para auscultar esa sensación callada y su relación con la felicidad y colijo que pese a sus vicisitudes la vida es buena, y que siendo única y efímera debemos procurar ser felices, independiente de las circunstancias. Un paso en esa dirección es la gratitud.
Regístrate gratis al boletín diario de noticias
Te puede gustar