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Averígüelo Vargas

En estos momentos, Vargas es al mismo tiempo oposición y gobierno, algo nunca visto en la historia política del país.

1 de septiembre de 2021 Por: Vicky Perea García

Como dijo Agustín Lara en su bolero, “solamente una vez en la vida” he visto de cerca a Germán Vargas Lleras y fue una noche en un salón del Hotel Intercontinental, cuando andaba en campaña presidencial el nieto de quien para mí integra, con Rafael Uribe Uribe, la pareja de líderes más destacados en la historia del Partido Liberal. Un amigo me preguntó si quería asistir a un conversatorio con el exvicepresidente, y acepté creyendo que se trataba de reunión abierta, al punto que invité a un tulueño conservador, admirador de ‘la mano dura’ de Vargas.

Fue, para mi sorpresa, una reunión mínima, de no más de cinco personas, aspirante incluido, que daba la impresión de ser encuentro privado. De cuando en cuando Germán hacía preguntas de carácter político.
Realmente, fue poco lo que le oímos en la hora que estuvimos allí.

Jamás entendí por qué le dio por recolectar firmas para inscribir su candidatura, si él tenía, y sigue teniendo, partido propio para recibir el aval, sin ese tremendo desgaste que lo llevó a presentar más de cinco millones de firmas, y en la primera vuelta sólo obtuvo 1.300.000 votos porque su esperanza en la Costa Caribe resultó fallida pues los Char lo abandonaron y pusieron a los suyos a sufragar por Duque. ¿Qué pasó en la Costa?, preguntó López Michelsen cuando lo derrotó Belisario. Pregunta similar, supongo, se haría el doctor Vargas.

Antes de esa catástrofe electoral, Germán Vargas había hecho rutilante tránsito por el Congreso, en el que destacó por sus vastos conocimientos sobre diversos temas nacionales. Después, Juan Manuel Santos lo hizo ministro del Interior, y luego ministro de Vivienda, en donde cumplió meritoria gestión. Para su reelección, Santos lo puso de vicepresidente.

Mientras Santos se desgastaba en el proceso de paz con las Farc, Vargas se notaba ausente y para nada colaborador en el proyecto bandera del Gobierno, y jamás salió de su boca una palabra de apoyo al difícil acuerdo. Para no inhabilitarse, renunció.

En estos momentos, Vargas es al mismo tiempo oposición y gobierno, algo nunca visto en la historia política del país. En sus columnas dominicales de El Tiempo raja de la administración Duque, en la que tiene cuatro ministerios y varias superintendencias. Critica con dureza a su ministro de Salud, Fernando Ruiz, a quien llegó a pedirle que renunciara por el para él mal manejo de la pandemia. Y en estos momentos de ‘efervescencia y calor’ aconsejó a la ministra Abudinen -también suya- que declarara la caducidad de los contratos que la tienen en la cuerda floja porque se le envolataron 70 mil millones en esas movidas chuecas.

Reconozco en Vargas a uno de los más completos estadistas del país, y aunque dice muy a su estilo ‘que busquen otro marrano’, juzgo que si una de sus metas es llegar a la primera magistratura, debe cruzar por su mente la idea de lograrla en 2022.

Lo que pasa es que no la tiene fácil pues su partido -Cambio Radical- carece de músculo suficiente; los gaviristas, apoderados hoy de la Dirección Nacional Liberal, no lo quieren; los santistas lo detestan; y Álvaro Uribe tiene demasiados líos en el Centro Democrático para aumentarlos acogiendo a una personalidad tan dura de lidiar como Germán Vargas, siempre listo a dar el coscorrón.

Para concluir, ignoro qué va a suceder con Germán. Así que “averígüelo Vargas”, como decimos los colombianos cuando no sabemos cómo investigar un asunto complejo.

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