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Con la iglesia topamos, Monseñor

Somos legión los colombianos que hemos cerrado filas en defensa de monseñor Monsalve.

15 de julio de 2020 Por: Jorge Restrepo Potes

Desde cuando izquierda y derecha dejaron de ser señales de tránsito para convertirse en expresiones de tendencias políticas, la Iglesia Católica tomó partido y se puso a la diestra, en el convencimiento de que los de la otra esquina eran representantes de Satanás, y cuando los bolcheviques se hicieron con el poder en Rusia, todos los que estuvieran a la izquierda eran sindicados de comunistas.

En Colombia el asunto alcanzó características especiales desde la Regeneración de Rafael Núñez, quien para poder “elevar a sacramento” su amancebamiento con Soledad Román negoció con el Vaticano no solo poner a Dios en el preámbulo de la Constitución de 1886, sino también la de entregarle a la Iglesia la dirección suprema de la educación pública.

El arzobispo de Bogotá decidía durante la larga hegemonía conservadora quién debía de ser el candidato godo a la presidencia.

Después de la Guerra de los Mil Días, en la que el Partido Liberal fue derrotado, el clero la emprendió contra esa colectividad, al punto de que en 1904 el obispo de Pasto, Ezequiel Moreno, repartía postales con su efigie y con una leyenda perversa: “El liberalismo es pecado”.

Rafael Uribe Uribe, líder liberal asesinado 10 años después, escribió un opúsculo magnífico, “De cómo el liberalismo no es pecado”.

Con la reconquista del poder, en 1936 Alfonso López Pumarejo firmó con la Santa Sede concordato que modificó bastante la entrega de la soberanía nacional a la Iglesia, pero al llegar de nuevo la derecha a la presidencia, el clero se convirtió en el más feroz enemigo de los liberales y en azuzador de la violencia. El obispo de Santa Rosa de Osos, Miguel Ángel Builes, gritaba en el púlpito que matar liberales no era pecado pues al basilisco comunista había que cortarle la cabeza. Muchos le obedecieron.

Ahora la derecha local, bien interpretada por el uribismo rampante, la emprende contra el arzobispo Darío de Jesús Monsalve, a quien tiene entre ojos, pues el prelado ha sido tenaz defensor del Acuerdo de Paz con las Farc, y proclive a un entendimiento con el Eln.

El Arzobispo censura, con razón, al Gobierno de minar ese acuerdo que sacó del conflicto al grupo guerrillero que durante más de 50 años asoló el país, y al que ningún gobierno pudo derrotar militarmente. El hecho de que un presidente de tendencia liberal, Juan Manuel Santos, lo hubiese logrado tras cinco años de negociaciones, hizo que Álvaro Uribe enfilara sus baterías contra el pacto, logrando que en el plebiscito aprobatorio triunfara el No, poniendo a la gente “a votar berraca”, con todas las mentiras que se le ocurrieron.

Ahora le llueven rayos y centellas a monseñor Monsalve, y lo tildan de comunista y de enemigo del establecimiento, no sólo por sus gestiones a favor de la paz sino por sus campañas sociales con la gente más necesitada de la ciudad. Desde hace rato vienen en el empeño de expulsarlo de la casa arzobispal, con toda suerte de infundios.

Somos legión los colombianos que hemos cerrado filas en defensa de monseñor Monsalve. Estoy seguro de que ya deben andar en Roma emisarios para conseguir que el papa Francisco le quite la credencial.
Ojalá no sean escuchados pues la Iglesia Católica, que está en crisis de credibilidad, necesita pastores como este prelado, que sigue al pie de la letra los mandatos del Evangelio.

Ante la infortunada desautorización del Nuncio Apostólico, apelo a Don Quijote para decirle, con la Iglesia topamos, Monseñor, pero no prevalecerán en ese proditorio conato de acallar su voz.

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