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¿Perdón y olvido?

No nos cansamos de escandalizar a Colombia a coñazo limpio, de reclamarle en tonos airados por sus injusticias rampantes y por su retraso histórico.

8 de octubre de 2018 Por: Jotamario Arbeláez

Nunca pensé que fuera a llegar a los setenta años, y menos en el navío ebrio del nadaísmo, ya que en la existencia prosaica voy por setenta y siete, entregado al alcohol, al sexo y los libros, en más o menos igual proporción, pues haciendo las cuentas son similares las cifras de volúmenes que habré leído, botellas que he consumido y mujeres que he disfrutado, o que me han. Y perdonen que siga hablando de nadaísmo, ese movimiento que tanto ha dado de qué hablar, sobre todo a los nadaístas, ese grupo vegetativo de vagabundos de la provincia colombiana, jóvenes a morir y sin un peso en qué caer muertos por intoxicación o por hambre.

No nos cansamos de escandalizar a Colombia a coñazo limpio, de reclamarle en tonos airados por sus injusticias rampantes y por su retraso histórico, pero también la hicimos reír burlándonos de nosotros que éramos la mejor parte de ella, quiero decir la más denigrada, la más rechazada, la más odiada, por los representantes de la moral y el statu quo, pero también la más loada, la más acogida, la más amada por la juventud y por las mentes abiertas.

Hace rato que debimos haber desaparecido, y no ha habido tal, los pocos que quedamos tenemos cada uno su corte de seguidores, como también la tienen los que se fueron. Y eso que en alguna parte escribí que el nadaísmo no había existido nunca. Que fue un invento de nuestros enemigos para desacreditarnos y salir de nosotros. Pero les quedó tan bien montada la farsa que nos hicieron inmortales, o por lo menos terminamos convertidos en mitos como los que nos propusimos borrar.

A estas alturas de la partida, cuando ya vemos que vamos a quedar en tablas, y en vista de que logramos lo que nadie pudo hacer antes como fue lograr la paz de Colombia -¡gracias querido y valiente poeta nadaísta Humberto De la Calle!-, se nos han acercado de manera piadosa amigos deseosos de que tendamos puentes de arrepentimiento y reparación por las ofensas inferidas al estado de cosas que nos legaron. Como si uno se pudiera arrepentir de cumplir con el cometido.

Debemos confesarnos de no comulgar con el país hórrido y la iglesia cómplice y el academicismo retrógrado y la literatura pacata que recibimos. Arrepentirnos por el sacrilegio cometido por los precoces poetas nadaístas de Medellín cuando la Santa Misión de curas españoles que vinieron a casar a todas las parejas antioqueña que vivían en pecado mortal y en punible ayuntamiento. Hay que aclarar que no escupieron las hostias, como lo dijeron El Colombiano y el Observatore Romano, sino que se les cayeron por tener las lenguas secas debido a los humos que se daban en el Parque de Bolívar.

Personalmente se me solicita por parte de ex compañeros alumnos y profesores sobrevivientes que revise mi poema Santa Librada College, y que dados todos los homenajes y agasajos que me ha brindado el colegio, como el grado de bachiller en la categoría de honoris causa, la medalla de ilustre egresado y el bautizo con mi nombre del solemne auditorio, cambie el final que reza “Santa Librada College / yo no te debo / nada”. Atendiendo que tienen razón, terminará así: “Santa Librada / mi santa adorada / todo te lo debo / no me debes nada”.

Y el tercer punto, en el que viene haciendo hincapié la publicación cultural y virtual NTC, que dirige mi caviloso pariente Gabriel Ruiz Arbeláez, se refiere a presentar excusas públicas al eximio escritor Jorge Isaacs, por haber hecho befa de su inmortal novela María, haber amenazada volar su estatua, y haber quemado ejemplares durante una Exposición del Libro Inútil en el sitio donde hoy se encuentra la imagen de Jorge Isaacs acompañada por los otros poetas de la comarca Ricardo Nieto, Carlos Villafañe, Antonio Llanos y Octavio Gamboa. Me he dirigido a ese parque a saludar a los colegas, y dirigiéndome a don Jorge le he pedido que, como el valiente luchador que fue en tres episodios guerreros, entienda que su obra venerada a través de tantos años por tantas generaciones era el objetivo preciso para detonar nuestras cargas de profundidad e iniciar una renovación en el enfoque literario amoroso. Que en tal forma fue parte de la estrategia. Que perdone, y que queda consagrado como nadaísta emérito. Espero que esta reparación no la considere más ofensiva. ¿Está bien, don Gabriel?

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