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La Callas

En las tres películas busca entrometerse en los sentimientos más íntimos de esas mujeres que fueron las más famosas de su tiempo para mostrar cómo eran de frágiles, pero valientes en sus desgracias.

15 de febrero de 2025 Por: Óscar López Pulecio
Óscar López Pulecio
Óscar López Pulecio | Foto: El País

Cuando María Callas muere en septiembre de 1977, en París, tiene 54 años. De desamor dicen sus amigos. Se echa a morir en un mar de somníferos y barbitúricos, en la más completa soledad. Ha perdido la voz excepcional que la hizo la más famosa cantante de ópera de su tiempo, que es el decenio de los 60, y ha perdido al amor de su vida, Aristóteles Onassis, a manos de Jacqueline Kennedy. Cuando sale del sofisticado mundo de la ópera, donde reina sin rivales, y se hunde en el de la farándula internacional, se convierte en una celebridad: una mujer elegante, rica, políglota, que encarna el mito fugaz de María Callas, que ya no existe como artista.

Pablo Larraín, el director chileno, especializado en películas sobre mujeres famosas y desdichadas, cuenta en María (2024) la historia de los días finales de La Divina, como llamaban a la Callas en sus días de gloria. Ya había contado el drama de Jacqueline Kennedy cuando su esposo fue asesinado, y el de Diana de Gales, cuando su matrimonio se derrumba. En las tres películas busca entrometerse en los sentimientos más íntimos de esas mujeres que fueron las más famosas de su tiempo para mostrar cómo eran de frágiles, pero valientes en sus desgracias. La más valiente de ellas, María Callas, porque las otras dos fueron famosas por la importancia de sus esposos. Los hombres de María fueron famosos gracias a ella: Giovanni Battista Meneghini y Aristóteles Onassis, ambos bajos, gordos, feos, muy mayores que ella y millonarios.

María nace en Nueva York hija de inmigrantes griegos. Regresa con su madre y su hermana a Grecia en tiempos de la ocupación alemana, en la mayor pobreza. Segura de sí misma y del carácter único de su voz, estudia para dominar la técnica vocal y tiene una carrera accidentada hasta cuando llega a la Scala de Milán donde se consagra. Domina esos escenarios privilegiados por diez años. Luego empieza un lento declive, cambia las óperas por los recitales y las audiencias exigentes por las menos educadas. Se va esfumando en la misma medida en que su mito va creciendo.

La ópera fue producto de sociedades con cultura musical, donde existía un público capaz de entender el prodigio de convertir la voz humana en un instrumento musical. Su momento de esplendor es el Siglo XIX en Italia, Francia y Alemania. Nunca fue un espectáculo popular y luego fue capturado por las élites económicas que la consideraban un factor de prestigio social. Algo se ha popularizado en los tiempos que corren en la medida en que cantantes famosos de ópera hacen recitales de las arias más conocidas en grandes escenarios transmitidos universalmente. Hoy es, como las corridas de toros, una especie en vía de extinción, con pocos fieles, desplazada de los escenarios por la comedia musical de origen norteamericano, que recoge los mismos elementos de canto, baile, teatro, al ritmo del jazz.

En tiempos de la Callas existían las grabaciones de audio, hoy remasterizadas, y aún hay películas en blanco y negro de alguna de sus actuaciones. Pero quienes la vieron y oyeron personalmente no fueron muchos. Entre esa minoría estaban los adoradores que se encargaron de construir y divulgar el mito de la soprano assoluta; del privilegio de haberla oído cantar Casta Diva, de Norma de Bellini, en la Scala. Angelina Jolie dirigida por Pablo Larraín, en una actuación estupenda, se encarga de contar el fin de la mujer y la persistencia del mito.

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