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La nórdica Helga y su alojamiento en Cali
Allá te comentaré de las frutas, los paisajes, la amabilidad, lo rico que bailan, su gastronomía, pero por ahora te cuento la sorpresa con mi alojamiento.
Se ha escrito sobre la noticia internacional del uso de moteles para sumar a la oferta de alojamiento y aportar al lleno de los hoteles y los apartamentos Airbnb a raíz de la COP16, exitosamente culminada esta semana. Me atrevo a insistir en el tema por la calidad de la comunicación que llegó a mis manos, escrita por Helga, una bióloga nacida en un país nórdico, especializada en aves migratorias. Así le escribió a su mejor amiga, quien vive en Finlandia:
Querida Matilda: Ayer terminó la COP16 y son pocas las palabras para expresarte el encanto de este país y especialmente de Cali. Allá te comentaré de las frutas, los paisajes, la amabilidad, lo rico que bailan, su gastronomía, pero por ahora te cuento la sorpresa con mi alojamiento. Como mi viaje fue decidido un poco tarde, ya los hoteles estaban llenos. En mi angustia me preguntaron si aceptaría un motel. Recordé los viajes con mis padres por carretera hacia los fiordos y acepté. Me preocupaba un poco que fuera lejos como los nuestros, pero falsa alarma, muy buena ubicación. Son decenas de alojamientos, cada uno con su garaje. Les pregunté a los de la agencia la razón del diseño; se cuchichearon entre ellos y con una sonrisita extraña, el guía me dijo que han sido villas olímpicas, construidas para los deportistas que vienen a Cali, llamada por ellos la capital deportiva de Colombia.
La experiencia fue buena. Cada vez que entraba al motel, la portera me preguntaba: “¿Sencilla o presidencial?”. Imagínate la ternura, querían saber cómo me gustaba ser tratada. Tú, que conoces mi timidez, siempre dije “sencilla”. La habitación la tenían pensada en mí como persona joven que soy. Chicles y leche condensada, seguramente para recordar mi niñez. Había una promoción que por la segunda lata de condensada regalaban un banano. Fue un detallazo que también tuvieran mentas heladas, creo que era para que yo recordara la temperatura del norte de Europa.
La prudencia y el respeto eran impresionantes. Todos los alimentos me llegaban por una ventanita interna, tocaban la madera y simplemente decían “¡Pedidoooo!”. Yo abría la ventanita, no veía a nadie, pero allí siempre estaba el manjar. Ese sistema me recordó las monjas de clausura que vendían galletitas y pastelillos rellenos de grosella en Naantali. No tenía que dar ni propina, pues desaparecían como las monjitas.
En las noches, solo escuchaba los entrenamientos de los deportistas en los cuartos vecinos. Matilda, qué tenacidad la de los colombianos para entrenar. El primer día, la entrenadora le decía al alumno: “No pares, no pares, seguí así”. Al día siguiente otra decía: “Vamos a darle como nunca, ¡campeón!”. Una de esas noches, después de muchos: “¡vamos!”, “¡así!”, “¡eso!”, la deportista soltó una grosería muy fuerte. El entrenador le gritó: “Eres insuperable, Esperanza”, ¡qué ánimo el de estos equipos entrenando! Solo una noche sentí derrotado a un deportista, ella le dijo: “¿Cómo así? ¿Eso era todo?”. Percibí un ambiente de tristeza y rabia en esa habitación, pero si siguen entrenando y le ponen actitud positiva, lograrán levantar la garrocha o el balón.
Estuve tratando de entender una tal ‘Love machine’ que había en mi habitación. El cuerpo me quedaba deforme para mis ejercicios, pero, sin embargo, hice muchos abdominales. Creo que un kit con antifaz y látigo era por la celebración del Halloween, día de las brujas. Mira cuantos detalles.
Quedé tan agradecida al momento de despedirme que les pregunté, con mi alma de ornitóloga, que si les podía dejar de regalo fotos de mis mejores pájaros. Ellos, tan respetuosos y humildes, no me aceptaron el regalo porque no les cabía un pájaro más. Eso me dijeron.
Es maravillosa Colombia, Matilda. Esto, además de potencia de la biodiversidad, será potencia deportiva. ¡Acá tenemos que volver!