Petróleo, fracking y agua
Para llegar a conclusiones validas sobre el fracking, el debate no puede ignorar sus riesgos, pero tampoco exagerarlos. Hay que tomar decisiones con base en hechos y datos.
“Si el hombre está vivo, el agua es la vida (…) Cuídala como cuida ella de ti”, cantaba Serrat para decir en estos versos una verdad fundamental: ¡Sin agua no hay vida! Por eso uno de los aspectos centrales que debe dilucidarse en el debate sobre el desarrollo de yacimientos no convencionales de hidrocarburos con la técnica del fracturamiento hidráulico (fracking) es su impacto sobre el agua, en particular sobre los acuíferos para consumo humano en las áreas donde se realice.
Un principio esencial que debería imperar en toda sociedad es que, a pesar de los eventuales beneficios económicos que genere, ninguna actividad productiva -sea fracking, ganadería, agricultura, industria o minería- debe desarrollarse si su impacto sobre el agua y los riesgos que conlleva no son controlables.
Sin embargo una premisa indiscutible para aplicar este principio es reconocer que toda actividad productiva tiene impactos ambientales y conlleva riesgos. El debate debe ser sobre la magnitud de esos riesgos y la posibilidad de controlarlos. Montar en avión y desafiar la ley de la gravedad es un enorme riesgo, pero la tecnología ha probado que, aunque no se puede eliminar si se puede controlar.
Por esa razón es muy acertada la recomendación que le hizo al Gobierno la Comisión de expertos independientes que analizó la posibilidad de hacer fracking en Colombia: como no hay información suficiente sobre los riesgos de esta actividad en el país hay que adelantar Proyectos Pilotos Investigativos (PPI) que los determinen y demuestren si se cuenta con la capacidad institucional, técnica y operativa para “manejar niveles de riesgo satisfactorio para las comunidades”.
Una tarea adicional que se debe realizar es disipar la cantidad de mitos y fake news que circulan en las redes sociales alrededor del fracking. Por ejemplo, muchos dan por verdad demostrada que la perforación de pozos con esta técnica va a usar enormes cantidades de agua, y la que no use la va a contaminar.
La realidad es otra. Colombia tiene hoy unos 15.000 pozos petroleros activos y según el Estudio Nacional de Aguas del Ideam, toda la industria petrolera solo usa el 1,6% (no es un error de mecanografía, es menos del 2%) de agua que se consume en el país. Contrasta con el 46,6% que usa la agricultura, el 8,5% de la ganadería o el 8,2% que va para el consumo humano. Duplicar la cantidad de pozos solo tendría un efecto marginal en la distribución del agua.
Otro dato interesante. Para hacer fracturación hidráulica de un pozo se usan unos 20.000 m3 de agua por una sola vez, mientras que en los cultivos de arroz se usan 17.000 m3 por hectárea en cada cosecha, y producir una tonelada de carne de res requiere 15.500 m3de agua.
En cuanto a la posible contaminación de acuíferos para consumo humano, hay que decir que es un riesgo mucho menor que el que existe con los pozos petroleros convencionales, el cual está muy controlado. La razón es que el agua de consumo está relativamente cerca de la superficie, los yacimientos no convencionales se encuentran a profundidades de unos 3.000 metros o más mientras que los convencionales están a unos 1.000 metros.
Para llegar a conclusiones validas sobre el fracking, el debate no puede ignorar sus riesgos, pero tampoco exagerarlos. Hay que tomar decisiones con base en hechos y datos.
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