Un Jesús negro
Desde afuera, no se entiende bien hasta dónde España está balcanizada
A la crisis de alimentos creada en Europa por la guerra de Ucrania, se une ahora la creciente balcanización del continente y la insuficiente respuesta humanitaria delante de la inmigración africana.
Los deseos independentistas de algunas regiones dentro de España, marcan su historia. “Som una nacio”, reza el cartel que barre a menudo el Paseo de Gracia y la Vía Augusta de Barcelona, lo que en buen catalán traduce “somos una nación”.
Cataluña se ha levantado en diferentes momentos de la historia a solicitar mayor independencia, el camino seguro a la nacionalidad, por fuera de España, y en defensa de su ‘Estatut’. Más, el brío mayor de esta petición, quien lo creyera, estuvo aupado por el sentir nacional español al ganar la Copa Mundial de fútbol.
Fueron muchos los catalanes que vieron a su región, y no a ‘España’, como campeona del mundo, por la delantera triunfadora del Barcelona y aquel histórico gol de Puyol con el que la divisa peninsular selló su pasó a la final.
Desde afuera, no se entiende bien hasta dónde España está balcanizada. Uno quisiera que fuera solo una, pero esto es una realidad en el papel constitucional, pues hacia el norte, los gallegos reclaman una autonomía similar; los vascos hace mucho tiempo quieren ser nación, y a su país lo llaman Euskal Herría, mientras los valencianos hablan su propia lengua.
Todo lo anterior si contar la nación gitana que sobrevive a los tiempos después del paso de ‘Despeñaperros’ en la Sierra Morena, artífices de una cultura particular y una forma de hablar que es registrada como ‘Caló General’.
En España sobrevive también la lengua Ladina, de los judíos viejos, además de bastiones árabes en Almería, Málaga y Marbella, sin contar los zocos marroquíes de Granada que denotan una creciente inmigración subsahariana.
A sus problemas internos, a la maltratada economía, España suma la detención diaria de pateras, embarcaciones de africanos desesperados que buscan las costas de Melilla, como si se tratara del paraíso, un infierno en verdad, donde se mezclan el racismo, la falta de oportunidades de trabajo y la imposibilidad de alcanzar una nacionalidad española.
Cualquiera que visite Madrid puede darse cuenta de ello. En torno a la Puerta del Sol opera una mafia africana que vende toda clase de chucherías ‘de marca’, discos piratas, camisetas deportivas. La policía los persigue, y ellos venden lo que pueden en minutos, para levantar después sus mantas, las mismas que han acondicionado como morral, para correr con él al hombro. Extienden su mercadería frente a las puertas del Corte Inglés. Con el producto de esas ventas ilegales, ganan una miseria, según se ha comprobado, pues todo el dinero va a parar a manos del capo. Un sistema parecido opera hoy en el barrio chino de Nueva York, donde se consiguen Rolex falsos de 40 dólares, maletas Louis Vuitton hechas en China y prendas ‘Gucci’ de tres por peso.
Aunque hace mucho tiempo existen las Comunidades Autónomas, la hipotética división de España es uno de los dolores de cabeza mayores que enfrentan hoy el gobierno y la Corona.
La situación no es diferente en Italia donde en el último lustro se cuentan hasta 28 mil inmigrantes rescatados del Mediterráneo en frágiles embarcaciones. Van a vivir en hospicios transitorios con casi ninguna posibilidad de permisos de trabajo, residencia o nacionalidad. Recientemente pude ver la película ‘Un Jesús Negro’, donde se pone en escena la realidad de inmigrantes africanos en la población de Siculiana en Sicilia. Dirigida por Luca Lucchesi, va al fondo de este drama. Los habitantes de la población los segregan, pero adoran a un Cristo negro, muy parecido al Milagroso de Buga. Ellos entonces piden al sacerdote que les permita cargar la imagen, para integrarse así a Europa.
Los días de estos inmigrantes transcurren entre la zozobra de no ver a sus familias distantes y la invisibilidad a la que son sometidos en una sociedad que los rechaza y le pide volver al África.
Los que llegan por Italia se enfrentan a la nueva política de Giorgia Meloni que clama a toda Europa por la responsabilidad común delante de este drama humanitario.
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