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Hay que tener la objetividad muy comprometida para no reconocer que el socialismo del siglo XXI ha sido un desastre para Venezuela...

11 de enero de 2025 Por: Alberto Castro Zawadsky
Alberto Castro Zawadsky
Alberto Castro Zawadsky | Foto: El País.

La historia de los dictadores más destacados de los últimos cien años ha sido variada. Muchos comenzaron con golpes militares o después de cruentas guerras, como Franco, Mao, Pol Pot, Suharto, Idi Amin, Gadafi, Bokassa, Mugabe, Batista, Castro, Trujillo, Pinochet y Videla.

Algunos lograron el poder después de turbios procesos en los que fueron ‘designados’, como Stalin, Hitler, Mussolini, Kim Il Sung, Ceausescu, Hussein y Maduro. Otros lo heredaron, como Baby Doc, Somoza, Assad o la dinastía Kim. Y unos pocos fueron elegidos, pero les quedó gustando el poder, como Papa Doc, Ortega o Chávez.

Todos han competido en atrocidades, muertes y sufrimiento con sus connacionales, siempre sustentados en una caprichosa y pasajera ideología convertida en culto. Hay que tener la objetividad muy comprometida para no reconocer que el socialismo del siglo XXI ha sido un desastre para Venezuela. Todos los indicadores de bienestar son negativos, y el éxodo de un tercio de la población condena, sin discusión, al atroz régimen.

El final de estos dictadores también ha sido diverso. Tranquilos y con mausoleo terminaron Franco, Mao, Stalin, Kim Il Sung, Papa Doc, Castro y Chávez.

Asesinados, linchados o suicidados fueron Hitler, Mussolini, Ceausescu, Trujillo, Somoza, Gadafi y Hussein.

Sacados a escobazos fueron Batista, Videla, Pol Pot, Suharto, Baby Doc, Idi Amin, Bokassa, Mugabe y Assad.

Así, la probabilidad de que Maduro salga por las buenas es muy baja. Solo uno de 27 (Pinochet) ha hecho una entrega pacífica del poder. No es alentador saber que el 50 % de la población mundial vive bajo monarquías o dictaduras. Todo indica que, al paso que va, si no lo sacan por la fuerza, le estará disputando el mausoleo a Chávez en unos años -ojalá pocos- para que lo visiten los pocos venezolanos que queden.

Casi todos los dictadores se han inventado una pantomima democrática que pretende legitimidad. Pero nunca se había podido develar la trampa con tan poderosa evidencia. El insulso pronunciamiento de “no voy, pero estoy” demuestra, una vez más, la comunidad de propósitos. Si no terminamos en la ominosa lista, será por la resiliencia y la dignidad de los compatriotas que todavía prefieren trabajar en lugar de parasitar, y no van a permitir que se acabe con el país por seguir la vacua ilusión del Estado salvador.

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