Columnistas
Narciso
El miedo al fracaso y el temor a ser percibido como un incompetente, siéndolo, es central al comportamiento narcicista.
“Al inclinarse para beber, vio su propio reflejo en el agua y quedó fascinado. Por primera vez experimentó el amor: quedó atrapado contemplando su propia imagen. Incapaz de apartarse, se consumió lentamente por el deseo y la desesperación”. Eso le ocurrió a Narciso, según la mitología griega. Y le pasa al presidente Petro, con la diferencia de que el joven condenado por los dioses a mirar su imagen, gozaba de deslumbrante belleza.
Pero, el tema que nos ocupa no es estético. De acuerdo con la psicología, se está ante un trastorno de personalidad que poco importaría si se tratase de un ciudadano cualquiera o no impactara el devenir del país. Pero, ese amor propio, que le impide al gobernante acertar, reconocer errores y corregir, es una desgracia nacional: qué más evidencia que el estado de deterioro del país en todos los frentes, a dos años de culminar el mandato.
El narciso se caracteriza por su creencia exagerada en su propia importancia, la fantasía de su éxito, la necesidad de admiración, la tendencia a usar a las personas como objetos, la arrogancia, y la reacción desmesurada, irritable y defensiva ante la crítica. Se sienten atraídos por las posiciones de autoridad, son expertos en la manipulación, proclives a decisiones autocráticas y se creen figuras elegidas, salvadoras, “líderes indispensables”.
Otra característica del narciso es su tendencia a culpar a otros de sus errores, fruto de la necesidad de proteger su frágil autoestima; aunque suelen proyectar una imagen de confianza, esta máscara oculta una inseguridad subyacente. Explica por qué cuando se enfrentan a críticas, fracasos o conflictos atacan; es su mecanismo de defensa, proyectan en otros sus debilidades o defectos. Todo, con tal de no confrontar sus malas decisiones.
“Malditos congresistas que a través de las leyes destruyen la prosperidad de su propia tierra, de su propio pueblo”. Así reaccionó el Presidente de la República al conocer del hundimiento de la tributaria. Igual posición asumió el resto del Gabinete. El Ministro de Hacienda dijo que “no era un voto en contra del Gobierno, sino en contra de las regiones”. Siguieron el libreto que les dio Palacio: todos salieron a decir que era el acabose de su sector.
Ahora resulta que por culpa del Congreso la estantería se vino abajo, cuando tienen por ejecutar más de $100 billones, echaron para atrás un gran negocio para Ecopetrol que le habría generado cuantiosos dividendos a la Nación, a diario anuncian la creación de nuevos cargos en el exterior, se empeñan en mantener la burocracia del Ministerio de la Igualdad, y los escándalos de corrupción son cada día más escabrosos e indignantes.
El patrón de responsabilizar a otros de sus desaciertos no es nuevo en Gustavo Petro. Cuando se hundió la reforma a la salud incriminó a las EPS; el desplome en el recaudo tributario a la Corte Constitucional; la contracción económica al Banco de la República; el que la reforma laboral avance poco a unos empresarios esclavistas, y; los problemas de inseguridad a una percepción equivocada de la ciudadanía instigada por los medios.
El miedo al fracaso y el temor a ser percibido como un incompetente, siéndolo, es central al comportamiento narcicista. Por eso evitan confrontar su vulnerabilidad y mantienen a toda costa su imagen de perfección alimentada por quienes -al depender de él- endiosan su figura. Ello explica por qué Petro culpa a otros de todo, por qué se atribuye logros que no son suyos, y bota y tilda de traicioneros a los funcionarios que lo confrontan. Es enfermo de amor a sí mismo, como otros narcisos que tanto daño han causado y causan a la Humanidad.