Economía del placer
Me gusta llamarla así, como muy probablemente no lo haría ningún tecnócrata, porque eso es: ‘Economía del placer’.
Me gusta llamarla así, como muy probablemente no lo haría ningún tecnócrata, porque eso es: ‘Economía del placer’.
Hablo de todas esas empresas que nos proveen un sin número de bienes y servicios imprescindibles para sobrellevar este desgastante ejercicio que suele ser la vida: café humeante para tertuliar, platos exquisitos para compartir, escenarios artísticos para aprender, lugares para descubrir, música para danzar, espacios íntimos para amar. Todas ellas, auténticas fábricas de sonrisas que dejan activos eternos, a salvo de la obsolescencia y la depreciación.
Como era apenas lógico, ese sector de la economía -que incluye restaurantes, bares, hoteles, discotecas, teatros, moteles, espacios para espectáculos, salones de eventos y, en el caso de Cali, las denominadas salsotecas-, ha sido el más golpeado por la pandemia. Fue el primero en cerrar y el último en abrir.
Junto a él, está otro sector con miles de trabajadores que también nos proveen un insumo imprescindible para la existencia: arte.
En ambos mundos, muchos no sobrevivieron. La crisis alteró el paisaje urbano y borró del mapa negocios que eran referentes de felicidad en Cali. Otros que aguantaron han empezado a retomar sus actividades con apuestas que apenas si alcanzan para mantener viva la llama de la esperanza, pero no compensar la asfixia de casi seis meses sin facturar un solo peso.
Y muchos artistas que habían salido de las barriadas populares, escapando de las garras de la miseria y la delincuencia, hoy caminan nuevamente esos rumbos peligrosos.
La pandemia, por supuesto, ha golpeado a todos los colombianos en mayor o menor medida. Y las ayudas del Estado colombiano para sobrevivir deberían llegar a todos.
Pero no ha sido así. La mano del Gobierno -tan generosa y rápida para adjudicar un cupo de crédito de más de un billón de pesos a Avianca-, prácticamente no ha existido para las empresas de la ‘economía del placer’.
Miles de pequeños empresarios quedaron a merced de los banqueros, que ya olvidaron esos años en que todos los colombianos pusimos de nuestros bolsillos para salvarlos.
Y si algo está hoy claro en el sector de arte y entretenimiento es que la actual Ministra de Cultura ganará un Óscar a la mejor actriz por su fantástico ‘papelón’ durante la cuarentena.
Todo esto no es un hecho fortuito. La narrativa que se ha construido durante décadas sobre la economía colombiana ha ignorado -si se quiere, despreciado-, la importancia y el aporte de los sectores que conforman la ‘economía del placer’.
Pero el asunto empieza a cambiar. Un buen ejemplo de ello lo ha dado en los últimos días el profesor de la Universidad Icesi Jhon James Mora, PhD en Economía y colaborador habitual de este diario, quien en un análisis a través de YouTube reveló cifras más que sorprendentes.
La ‘economía del placer’ genera el 21,4% del total del empleo en Cali (unos 257.000 puestos de trabajo a marzo de este año) superando al sector comercio y muy lejos de lo que genera la industria manufacturera.
Un macrosector de semejante tamaño ameritaría que Cali tuviera políticas públicas y herramientas muy claras para incentivar su dinámica, conservar su empleo y, sobre todo, consolidar su enorme impacto social.
Pero no ha sido así. Se le ha visto y tratado de forma desarticulada, sin foco ni estrategia.
El alcalde Jorge Iván Ospina y su secretario de Desarrollo Económico, Argemiro Cortés, tienen un reto y una oportunidad enormes para cambiar esa historia. Ojalá lo entiendan. Que su apuesta por la resurrección del ‘agüelulo’ genere esperanza. Y también placer. Pero, además, que traiga alivio y genere desarrollo.