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Poetas y amantes

A Van Gogh nadie aparte de su hermano, lo quiso.

7 de diciembre de 2024 Por: Óscar López Pulecio
Óscar López Pulecio
Óscar López Pulecio. | Foto: El País

Solo vendió un cuadro en su vida, que terminó cuando se suicidó de un tiro. Era 1890 y tenía 37 años. No estaba loco, porque la locura es torpeza e irracionalidad, y su obra es todo lo contrario, luminosa y sabia. Pero no estaba bien. Una angustia y una ansiedad sin fondo lo devoraban. Hay quien ve en esos síntomas los estragos de la sífilis, que era por entonces pandemia universal sin cura.

Su nombre, Vincent Van Gogh. Había nacido en Holanda, donde la luz escasea. En los dos últimos años de su vida fue a dar a la Provenza francesa bañada en luz. Allí, en Arles y en Saint-Remy, en cuyo asilo de locos se refugia, pinta sus mejores cuadros hoy dispersos en los museos del mundo como preciosas joyas.

Su hermano menor Theo, exitoso marchante de arte, quien tenía su propia galería, lo sostuvo toda la vida y atesoró sus cuadros. Theo solo lo sobrevive dos años, muere muy joven también de sífilis y deja una viuda y un hijo. La viuda Johanna van Gogh-Bonger es la responsable de que la obra de su cuñado, un ser anónimo, se conozca. París, que era el centro del mundo, se rinde a su memoria y ve en esos remolinos de gruesas pinceladas el trabajo de un genio.

Para celebrar los doscientos años de su fundación, la National Gallery de Londres ha reunido más de sesenta cuadros de Van Gogh prestados excepcionalmente por grandes museos, en una exhibición de esas que solo acontecen una vez cada cien años, con el extraño nombre de ‘Poetas y Amantes’, dos géneros que no están muy presentes ni en la vida ni en la obra de Van Gogh, ambas atormentadas.

A Van Gogh nadie, aparte de su hermano, lo quiso. Hay quien dice que fue a Arles en busca del amor atraído por la belleza de las arlesianas, pero solo conoció a las prostitutas del burdel vecino, que fueron sus amigas y confidentes. En cuanto a la poesía, lo suyo es más bien la revelación de la brutalidad del mundo que lo rodeaba, su extraño desequilibrio, vestido de una luz magnífica que lo inspira y lo destruye.

La National Gallery, que es sobre todo un museo de arte anterior al impresionismo, tiene algunos valiosos cuadros de la segunda mitad del Siglo XIX incluyendo uno de los cinco que existen de los girasoles de Van Gogh, esa orgía de amarillos y ocres.

Allí está junto al del Museo Van Gogh de Ámsterdam. También la ‘Noche estrellada sobre el Ródano’ del Museo d’Orsay; ‘La casa amarilla’, modesta pensión donde se hospedó en Arles; y ‘La Silla’, parte del pobre mobiliario de su cuarto, que también pintó en ‘La Habitación’. Todos pintados entre de 1886 y 1888, sus años luminosos.

Reproducciones de esos cuadros están en vajillas, camisetas y pósters por todas partes. La inmortalidad que da la sociedad de consumo.

Van Gogh pinta su entorno más cercano: los senderos y la vegetación del parque que está frente a su pensión, las luces del anochecer sobre el río, que está al lado, los jardines del asilo de Saint-Remy donde está recluido, las personas que lo rodean y a él mismo, en autorretratos que reflejan su desequilibrio y su genialidad, el pelirrojo de los ojos azules, atónitos.

Todos ellos reunidos en Londres por la primera vez desde cuando estaban hacinados en el desván de Johanna van Gogh-Bonger. Un día, toma su caballete y sus pinturas, y sale a los campos vecinos a pintar los trigales, de donde salen aves negras que presagian la tragedia. Nadie oye el tiro.

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