Columnistas
Sin esperanza vial
Solamente un enfoque racional, basado en la ingeniería, nos permitirá abrigar la esperanza de que se arregle el problema vial.
‘Las alternativas que tiene Cali para no ahogarse en el tráfico’, fue el dramático titular de una crónica que ocupó la segunda página de la edición del domingo de El País. No era claro si reflejaría pronunciamientos oficiales del Gobierno municipal o si se limitaría a recoger conceptos de diversos ‘expertos’, pero el tema es tan relevante para el bienestar de quienes aquí vivimos que su lectura era obligatoria. Lamentablemente, pese a no ser mayores las ilusiones sobre lo que podría traer, difícilmente podría haber sido mayor la decepción.
La pobreza de las ‘alternativas’ que supuestamente conducirían al milagro de salvar a Cali de ahogarse en el tráfico se evidenció desde el inicio, con la afirmación de que “invertir más en infraestructura para movilización no motorizada” sería una “de las soluciones que, de acuerdo con diversos expertos, podrían descongestionar las vías de la ciudad”. Decir que la inversión en “infraestructura para movilización no motorizada” resuelve el problema de congestión del tráfico automotor es un mal chiste que apenas refleja, como se ha vuelto tan frecuente en esos ‘expertos’, un deplorable sesgo ideológico.
Con ese inicio, era apenas natural que, a continuación, se informara que un distinguido académico consideraba que “tampoco la solución sería construir más vías, ya que esto termina incluso atrayendo más vehículos”. La lógica es irrefutable: si no hacemos calles, no circularán vehículos, y si no circulan vehículos, no habrá congestión. En las torres de marfil de la academia es fácil desestimar la existencia de los 800 mil vehículos que ya circulan por unas vías cuya última expansión tuvo lugar hace más de medio siglo, cuando en la alcaldía de Luis Emilio Sardi Garcés se construyeron las grandes avenidas que hoy sirven a la ciudad, siguiendo el plan maestro de los urbanistas europeos Paul Wiener y José Luis Sert.
Para peor, a renglón seguido, de acuerdo con la crónica, “el secretario de Movilidad, Gustavo Orozco, compartió la idea de dejar atrás el pensamiento de priorizar el desarrollo de vías. ‘No simplemente hay que construir más calles para que existan más carros. Obviamente, hay un atraso de infraestructura importante, pero el norte no es ese’”.
Y la crónica concluyó magistralmente, al informar que, de acuerdo con un distinguido experto, “peatonalizar zonas, como por ejemplo el centro de la ciudad, serviría para mantener algunas vías despejadas”. O sea que las opciones son claras: se pueden evitar las congestiones, no haciendo vías, para que no se llenen de carros, o se pueden evitar simplemente manteniendo las vías vacías, prohibiendo que por ellas circulen automotores.
No es sorprendente que, aparte de las joyas anteriores, no hubieran aparecido ‘alternativas’ que no fueran más que lugares comunes, como “mejorar el transporte público e incluso cobrar por transitar”. Pero no deja de ser lamentable que nadie plantee el más obvio aporte a mejorar la movilidad de la ciudad: la solución a desnivel de diez o doce intersecciones que hoy generan tremendos cuellos de botella en el flujo vehicular. Solamente un enfoque racional, basado en la ingeniería, nos permitirá abrigar la esperanza de que se arregle el problema vial. Y una ciudad que recibirá un empréstito de $ 3,5 billones, claramente contará con los recursos para darle una rápida solución a un problema, como el de la movilidad, que es de todos.