Opinión
Verano americano
Al impresentable hijo de Biden le cayeron cargos de evasión de impuestos, investigaciones federales sobre sus negocios, investigaciones en el Congreso
Arde Washington. Días enteros de incesante calor y la típica humedad, tormentas que terminan en vapor, zancudos y charcos. Los rayos tumban árboles encima de los carros, quebrando techos y cerrando calles. El anillo de bosques que rodean la ciudad sirve de único albergue. Por todo lado se balancean en patinetas y bicicletas los turistas sudados y niños impacientes, que sin mirar cruzan las avenidas y complican el tráfico. La multitud de museos gratuitos sirven de oasis de mármol para familias irritables. Afuera, una fila de camiones ofrece perros calientes y helados derretidos.
A pesar de las vacaciones la política no descansa. Al impresentable hijo de Biden le cayeron cargos de evasión de impuestos, investigaciones federales sobre sus negocios, investigaciones en el Congreso, con acusaciones de armas, relaciones cuestionables con una empresa China, y otra de Ucrania. Su padre insiste en defenderlo con la misma terquedad con la que insiste en lanzarse nuevamente a la Presidencia. Su principal rival, Donald Trump, sigue haciendo olas en la capital, desde su mansión de Palm Beach. El expresidente candidato acumula cargos en su contra tan rápido como votantes de su exrival, el gobernador de Florida, Ron Di Santis cuya campaña está en cuidados intensivos. La campaña presidencial coge fuerza entre dos candidatos desgastados física y políticamente. En medio del verano en los corredores y salones se cuecen presupuestos de educación, restricciones comerciales, estrategias para salvar a Ucrania, tácticas para contener a China y torpes soluciones a la inmigración. Se van los congresistas y queda un ejército de asesores inundados en programas de campaña.
Pero eso no es todo. En la parte del Capitolio que no permite turistas se llevó a cabo esta semana una audiencia donde un exmilitar experto mundial en Ovnis protagonizó una rueda de prensa de dos horas en la que aseguró que en Estados Unidos existe un presupuesto militar secreto para investigar las naves extraterrestres y sus posibles tripulantes. El Pentágono, como era de esperarse, lo desmintió. A diez cuadras del recinto, continúan los asesinatos con armas de fuego en barrios residenciales. La alcaldesa nombró nueva directora de la Policía, reaccionando al fin al aumento de homicidios del 23% frente al año anterior. La desigualdad, el racismo, la corrupción, la violencia y las drogas corren por las venas de esta maravillosa ciudad.
Washington D.C. tiene una triple personalidad representada en sus edificios. La primera, la más obvia, es la cara nacional, del epicentro del poder de Estados Unidos, representado en la Casa Blanca, el Capitolio, la Corte Suprema, la Biblioteca del Congreso, los Archivos Nacionales y los Ministerios. Unas cuadras más y se encuentran los símbolos más contundentes del poderío mundial, militar y económico: las sedes de los poderosos órganos de seguridad como la CIA, la DEA, el NSC, y por supuesto el Pentágono. La segunda faceta es la capital del poder global, representada en los edificios cuadrados del Banco Mundial y el Fondo Monetario, salvadores y villanos para la comunidad internacional, rodeados por decenas de Embajadas que muestran sus intenciones a través de su arquitectura; edificios sobrios de escandinavos, temibles como el complejo Ruso, escuetas como las asiáticas, imponentes como la inglesa, ostentosas como las de algunos países africanos, estéticas como la francesa, y aspiracionales como las latinoamericanas. Las religiones del planeta tienen sus catedrales, mezquitas y sinagogas, templos mormones y de cienciología, iglesias que sirvieron de fondo en las novelas de Dan Brown.
La tercera personalidad de Washington está en sus barrios, el Distrito de Columbia, la ciudad que ha vivido momentos de enorme violencia y corrupción en las últimas décadas, se ha enriquecido y limpiado, se ha recuperado por ratos gracias a inversiones gigantes y alcaldes experimentados, pero que no logra solucionar sus temas sociales, raciales y de educación. Detrás de las calles repletas de cafés y restaurantes de todos los países, las terrazas con sus cocteles sofisticados, sus estadios deportivos y teatros de ópera y rock, hay pobreza, discriminación, drogas y armas. En medio del calor insoportable de verano, se refleja a pleno sol lo mejor y lo peor de la Capital, el país y el mundo.
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