La otra paz
Tampoco es menor el hecho de que Colombia aparezca de cuarta nación en el mundo con mayor número de ciudades presas de la violencia, detrás de México, Brasil y Estados Unidos.
Tener a seis ciudades entre las 50 más violentas del mundo debería ser más que una enorme preocupación para esta sociedad.
De seguro es así. Es innegable que, en términos generales, hemos ido avanzando en la disminución de la tasa de homicidios. Indicador que, para algunos, es punto final en el debate sobre el tema.
No comparto esa visión. Olvidan ellos que, en el caso del ranking de 2022 elaborado por el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, hay mucho más para analizar y concluir.
Comencemos por algo tan sencillo como esto: en 2021, Culiacán y Guadalajara (México), más Caruaru (Brasil) y Saint Louis (Estados Unidos) aparecían ahí. Ahora salieron y quiénes llegaron a reemplazarlas son Santa Marta (puesto 37) y Cartagena de Indias (47), junto a Cleveland (USA) y San Luis Potosí (México).
A las dos del Caribe se suman Cali (32), Buenaventura (43), Palmira (48) y Cúcuta (49). Nada extraño para nosotros que las tres primeras figuren así, pese a los esfuerzos que han hecho las administraciones locales, más unas que otras, para combatir el flagelo más viejo de nuestra existencia como nación, solo comparable a la iniquidad.
Primera conclusión, bajamos en los índices, pero tenemos más urbes violentas en ese escalafón.
Y no cualquiera. La primera en orden de jerarquía es Cali, tercera ciudad del país (o segunda, o cuarta; disculpen, no entro en tal discusión).
Las dos siguientes, Cartagena y Santa Marta, son polos turísticos, quizás los que más se promocionan, junto a San Andrés, aquí y, sobre todo, en el exterior.
Y todo indica que ahora eso se hará con más fuerza, luego de que el Gobierno habla de apostar muchas de sus fichas a ese renglón de la economía.
De su propia importancia hablan Buenaventura, como el gran puerto que es, y Cúcuta, capital fronteriza, en un escenario ella de incalculable valor geopolítico y comercial. El caso de Palmira no es menor, si se mira desde su valor regional en tiempos que llaman de forma inaplazable a la descentralización.
Entonces, ni es poco ni hay cómo tapar esa realidad, si es que a alguien se le ocurre la pésima idea de hacerlo.
Como tampoco es menor el hecho de que Colombia aparezca de cuarta nación en el mundo con mayor número de ciudades presas de la violencia, detrás de México, Brasil y Estados Unidos.
Eso se dice rápido, pero, cuidado, hablamos de tres gigantes. En extensión, en población y en complejidades. Y si miramos detrás, está Suráfrica. Mejor dicho, somos una hormiga con males de los elefantes.
Esto de mantenernos entre los primeros en semejante clasificación debería importar mucho de cara a la 'paz total' que pretende el Gobierno.
Un paréntesis: crecen mis dudas sobre su real probabilidad. No porque no quiera que suceda, sino porque muchas voces sensatas y con experiencia en el tema, más incluso las de grupos con los que se pretende negociar, tienen serios reparos sobre la forma como está concebida.
Decía que importa mucho porque aquí falta un dato esencial sobre el que Medicina Legal tiene la palabra: ¿De cuáles de tantas violencias mueren los colombianos?
Porque si bien la paz total debe pasar por la herencia de las guerras pasadas sumadas a las actuales, también debería navegar por la inseguridad y de la intolerancia. Esas aguas turbias y agitadas en las que nos movemos.
Es este un mundo que da pocos réditos políticos, pero que debería importar igual. Al fin y al cabo, es el que a diario afrontamos millones al asomarnos a la ventana o al salir a calles y caminos.