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Desde Venezuela, el pasado 4 de octubre el Gobierno colombiano y el ELN anunciaron que retomarán los diálogos de paz interrumpidos hace cuatro años. Hoy se hará la instalación formal de la mesa de conversaciones en Caracas. La ONU acompañará la negociación. | Foto: Foto: Agencia AFP/El País

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Diálogos de paz entre el Gobierno y el ELN arrancan este lunes en Caracas

Esta tarde se instalará oficialmente la mesa de negociaciones entre el Gobierno Nacional y esa guerrilla en Caracas.

21 de noviembre de 2022 Por: Diego Arias, analista de conflictos, especial para El País

No va a ser un proceso fácil y muy seguramente tampoco breve, como muchos quisieran, pero en el proyecto gubernamental de la Paz Total, es uno de los esfuerzos cruciales, sino el que más. Justo es decir que el propósito de que cesen definitivamente múltiples violencias, que por décadas han traído muertes, destrucción y atraso para Colombia, debe ser no solo un propósito de Estado sino de toda la Nación.

Luego de varias apuestas por cerrar el llamado conflicto armado mediante fórmulas diversas (intento de victorias militares, negociaciones políticas, sometimientos a la justicia) ese anhelado posconflicto aún resulta esquivo.

¿Por qué luego de negociaciones de paz abocadas en distintos momentos, con grupos como el M-19, el EPL y otros en la década de los 90, el sometimiento a la justicia de los llamados grupos paramilitares o de autodefensa en tiempos del presidente Álvaro Uribe y más recientemente el Acuerdo de Paz con las Farc no ha llegado la llamada paz estable y duradera? ¿Qué hemos estado haciendo mal?

Para empezar, la paz no se ha logrado concretar con todos los actores involucrados y no se ha materializado tampoco a un mismo tiempo; siempre un actor, para el caso como el ELN, se ha quedado afuera. No se entiende bien, por ejemplo, cómo el Gobierno de Juan Manuel Santos se aplicó a una negociación larga y compleja con las Farc sin, al mismo tiempo, en la misma mesa o en una paralela, se hiciera lo propio con el ELN. Como resultado, la paz de Santos, aun con lo significativo que resulta, terminó por ser una paz, de nuevo, incompleta.

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La comprensión de que hay que poner fin al alzamiento armado del ELN mediante una negociación política y de que este es el mejor momento, es algo bastante aceptado, aunque como la paz con las Farc tiene sus críticos y contradictores. Años de confrontación militar no han llevado a desarticular este grupo con importante presencia en varios lugares de la geografía nacional y, aceptémoslo también, con un arraigo histórico entre algunos sectores sociales, tanto rurales como urbanos.

Así que negociar la paz es una opción más que razonable frente a los costos de mantener una guerra sin fin, pero se entiende que no puede ser ni de cualquier manera ni a cualquier costo.

¿Inútil o posible?

Las preocupaciones sobre si este intento de paz con esa guerrilla esta vez sí llegará a buen puerto son varias, luego de otros diálogos fallidos que ya han tenido lugar en otros tiempos en Tlaxcala (México), Caracas (Venezuela) y Maguncia (Alemania). Entre esas dudas están varias de fondo: el que el ELN tradicionalmente no se refiera a una “negociación” de paz sino a “diálogos”; a que no se exprese de forma clara sobre un compromiso de dejar las armas y cesar la violencia al final del proceso, o cuando en no pocas ocasiones condiciona el fin de sus acciones armadas a que las transformaciones acordadas se hayan materializado.

Pero un principio básico de la transformación de un conflicto implica el esfuerzo serio por conocer bien a la contraparte y en general hay bastante incomprensión sobre quiénes son y qué representa un grupo como el ELN. Se equivocan muchos que creen, por ejemplo, que es otra guerrilla marxista leninista como las Farc, otra versión de ejército revolucionario (aunque más pequeño) que toma sus decisiones de forma vertical.

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El ELN es un proyecto políticomilitar significativamente diferente. Del ELN se conoce mucho de su trayectoria, comenzando por su incursión en Simacota (Santander) aquel 7 de enero de 1965, pasando por los eventos trágicos de sus crisis internas y luego su casi aniquilación en 1973 en la llamada Operación Anorí (Antioquia) del Ejército Nacional.

También se conoce de sus valores e ideología con profundo arraigo en la Teología de la Liberación y el absurdo sacrificio en combate del cura Camilo Torres, así como de su especial interés en asuntos relacionados con las agendas minero-energéticas, ambientales y étnicoterritoriales, temas sobre los que ha buscado históricamente incidir, incluyendo el uso inaceptable de la violencia.

De lo anterior debiera resultar claro que más que un ‘ejército’, el ELN es un movimiento social y político con arraigo significativo en varios sectores poblacionales y del territorio colombiano, de manera que no se trata simplemente de ‘desarmar’ un grupo, sino de cómo se genera una ampliación de la participación social y política efectiva (con plenas garantías) para estas dinámicas que están entrecruzadas con el accionar del ELN, al tiempo que se acuerdan e implementan algunas reformas y transformaciones necesarias.

La respuesta más exacta de por qué esa guerrilla se resiste a hablar de ‘negociaciones’ se refiere a que no asume que la construcción de la paz deba hacerse con sus integrantes, sino con el conjunto de la Nación, algo que han denominado en otras ocasiones ‘convención nacional’, propuesta que en su momento, bajo términos parecidos, pero condiciones diferentes, impulsó el M-19 como “diálogo nacional”.

Ni un paso atrás…

Con la conformación de los equipos negociadores de ambos lados es un hecho ya la instalación formal de la negociación de paz con el ELN. La decisión política del Gobierno Nacional de buscar la paz con ese grupo ha sido respondida rápida y efectivamente por este, lo cual ha incluido la liberación de secuestrados y el desescalamiento de acciones bélicas. El presidente Gustavo Petro, como para el conjunto de la llamada Paz Total, está siendo audaz, arriesgando su capital político y rompiendo moldes y esquemas tradicionales, como en la conformación de su equipo negociador.

A las preocupaciones ya mencionadas le siguen otras sobre procedimientos, como por ejemplo, la idea de que cada punto que se acuerde se va implementando, lo cual marca una diferencia radical respecto de la negociación con las Farc, en la cual el principio fue “nada está acordado hasta que todo esté acordado”.

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¿De qué tipo de implementación parcial de acuerdos se está hablando exactamente? Y el asunto de un cese al fuego bilateral (ni se diga de uno multilateral) trae aparejados los desafíos de cuándo pactarlo (¿desde el comienzo?) y sobre todo, en presencia de tantas dinámicas de violencia, ¿cómo administrarlo y verificarlo?

Y no sobra señalar la importancia de cómo realmente se va a dar la participación activa de la sociedad (asunto central para el ELN) y los tiempos de la negociación, para lo cual la única garantía es que todo pueda acordarse e iniciar su implementación en el mandato del actual Gobierno.

Con todo y la complejidad que supone negociar con el ELN, este es sin duda el tiempo de la paz con ese grupo. Difícilmente otro contexto histórico como el actual puede hacerla posible. Será complejo y difícil, pero no imposible.

En esa guerrilla es bien conocida la consigna ‘nupalom’ (ni un paso atrás, liberación o muerte). La consigna de hoy para ese grupo deberá ser: ¡‘para la paz, ni un paso atrás’!

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