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Los hechos se presentaron en la isla de Providencia. | Foto: El País

TIBURONES

La increíble historia de cómo la ciencia logró salvar la mano de una caleña mordida por un tiburón

Ana María Muñoz Parra, una caleña que fue mordida por un tiburón de arrecife en la Isla de Providencia, cuenta su odisea. La cirujana de mano Juliana Rojas relata el proceso de reconstrucción de la extremidad superior que esta joven estuvo a punto de perder.

29 de septiembre de 2019 Por: Merith Montiel lugo y Alda Livey Mera Cobo

“Yo viajé a Providencia en Semana Santa. Ya había ido varias veces, es un destino espectacular, no soy buzo experta, pero he buceado en Cartagena y Santa Marta. Todo fue fácil: conseguí tiquete y estadía en un destino al que es complicado llegar, porque no hay muchos hoteles ni vuelos, pero en un día logré armar mi viaje. Iba con mi novio.

Practico triatlón, estuve en Ironman 2018 y me preparaba para la de 2019, entonces ese 15 de abril –lunes santo–, salí a trotar y vi un sitio de buceo, Felipe Diving Center. Pregunté horarios, alcancé a ir a cambiarme y nos fuimos.

Nunca hablé de querer ir a ver tiburones. Tengo un hijo de tres años, yo no quiero ni quería arriesgar mi vida por ir a ver un tiburón. Cuando uno tiene hijos se la piensa dos veces. Ni pregunté si los había, simplemente fui a bucear. En la segunda inmersión —éramos seis–, tres se fueron para un lado y tres nos quedamos en otro con el instructor.

Eran como las 11:00 de la mañana. Bajamos 15 metros y cuando vi, había cuatro tiburones al frente mío... a mí me dio miedo y le pregunté al instructor qué era. Y él me dijo: Tranquila. Me dio pánico y me le pegué y a los dos segundos sentí que algo me mordía, el cerebro no se alcanza a conectar: no entendía qué pasaba: un tiburón me estaba mordiendo, pero uno dice ‘eso nunca me va a pasar a mí’. Cuando veo mi mano izquierda totalmente destruida, el tiburón se va y dije: ‘yo me voy a morir, hasta aquí llegué’. Había mucha sangre.

No sé cómo hice, subí como pude y el instructor y ellos ya estaban a flote. Llamaron el bote y me veía la mano y no me la podía sostener con la otra. Era muy angustiante ver cómo se me caía la mano, se me caían los dedos. El bote llegó, pero el capitán no quería irse porque faltaban los otros. Al verme, dijo ‘sí, vámonos’. No tenían primeros auxilios, ni una manta, ni una toalla, no tenían absolutamente nada. Yo andaba en bikini porque iba a ver peces, no tiburones, ellos estaban en pantaloneta.

El bote quedó a 15 minutos de tierra, lleno de sangre, menos mal uno se quitó la camisa y me la puso. Tocamos playa. En Providencia no hay ambulancias, me subieron a un carrito de golf, como 40 minutos, me estaba desangrando y solo pensaba: yo no me puedo morir, no puedo dejar a mi hijo huérfano.

Hubo un instante en el que se me fue el dolor, se me fue todo y empecé a cerrar los ojos, a sentir mucha paz y dije: ‘me voy a morir’. Pero alguien reaccionó, y con un golpe fuerte volví en mí.

El centro de salud en Providencia es pequeño. Me atendió un médico muy joven, recién graduado. Había una enfermera muy buena que fue diciéndole qué hacer: me cosieron sin anestesia, fue horrible. Luego, me dieron medicamentos para el dolor. Y me dicen que no puedo irme directo a Cali, que tengo que ir a San Andrés. Ya eran como las 3:00 de la tarde. Mi novio empezó a buscar un avión ambulancia, pero yéndome bien, llegaba al otro día y el vuelo valía 30 millones de pesos.

Dije, si tengo que pagar eso, lo pago, pero necesito irme hoy. Pero ni así me podían recoger ese día. Yo estaba desesperada, en estado de pánico, llamé a la cirujana y me dijo: ‘Ana, véndate la mano, quítate la sangre y coge un avión como sea porque te puedes morir’.

Me trasladaron al hospital de San Andrés en un avión comercial de Searca, en un vuelo humanitario con una embarazada. Y el médico me dice: ‘Ana, no te podemos operar, tienes que buscar dónde, si no te operas de hoy a mañana, te tengo que intervenir aquí. O sea, si te quedas, tendré que cortarte la mano’.

Las opciones eran Medellín, Bogotá o Cali. Dije: ‘soy de Cali, me voy para mi casa, tengo que llegar a Cali como sea’. Llamé a mi mejor amiga y le dije: ‘necesito que me consigas un cirujano de mano, me mordió un tiburón’. Es una historia que nadie cree, le mandé fotos y dio con la médica (Juliana Rojas), que le iba dando el protocolo a seguir: cerrar la venda, que el torniquete no quede apretado porque se puede morir la mano...

Y volar a Cali. Pero los médicos de San Andrés me dijeron: tú no te puedes ir sin un permiso, no en el estado que estás porque te puedes morir, tenés que ir con un médico, sino en el avión no te dejan entrar. Ni firmando el alta me dejaban salir. Ya eran las 4:00 de la tarde y le dije a mi novio: ‘compra dos tiquetes que nos vamos de aquí, así me tenga que volar de este hospital, no me puedo quedar aquí muriéndome’.

Les dije en el hospital: ‘denme una solución, un médico que viaje conmigo’. Ninguno quería, empecé a preguntar hasta que uno dijo: ‘yo voy’. Le dije ‘listo, te pago los viáticos, pero necesito que te vayas conmigo porque aquí me están dejando morir’.

Cuando me dieron el alta, le dije al médico ‘recoge tu maleta, nos vemos en el aeropuerto y allá compramos tu tiquete’. Pero ya no había pasajes. Entonces pensé: ‘yo me subo a ese avión como sea, me escondo la venda con un saco’, pero era tan grande el vendaje, que no había saco que lo cubriera. Yo sentía muchísimo dolor, los médicos me aplicaron morfina, pero el efecto dura una hora y el vuelo San Andrés-Cali duraba casi cuatro horas con la escala en Bogotá.

Había una fila muy larga y le pedí a la señora del counter de Avianca que me dejara entrar primero, pero me dijo que no. Entonces le dije a mi novio: ‘esperemos y cuando ella ya no esté mirando, yo me hago al lado derecho, vos te hacés al lado izquierdo’, y así hicimos. Mi novio pasó los boletos y seguimos derecho, como si nada, pero en la entrada del avión otra señora me detiene:

–Tú no puedes viajar así.
–Cómo que no puedo viajar así, me caí de las escaleras, me partí el radio y no quería dañarle el viaje a mi familia y cómo no me vas a dejar subir.
– Tienes un yeso y si hay heridas abiertas, se puede hinchar y sangrar y te puedes morir en el avión.
– No, yo no tengo nada de eso, es una herida cerrada. Si quieres, mira.
–Sí, bueno, sigue– dijo. Descansé.

En Bogotá fueron tres horas horribles sufriendo, cuidando la herida, porque me la cerraron rudimentariamente. El médico me recomendó: ‘tienes que estar pendiente de que no vaya a sangrar, porque te puedes morir desangrada’. Llamé a mis papás. Imagínate que a uno lo llame un hijo a decirle que estaba en Providencia, lo mordió un tiburón y que se está muriendo... Les dije que ya iba para Cali, que la médica me estaba esperando y se tranquilizaron un poco.

En Bogotá yo estaba muy mal. Ya no tenía el efecto de la morfina y me faltaba una hora de viaje. Abordamos el avión. Miré y al frente decía: ‘Ana Muñoz’, esas plaquitas en reconocimiento a los empleados de Avianca. Obviamente no era yo, pero fue una señal y me dije: tengo que salir de esta en honor a Ana Muñoz. Lo que siguió de viaje fue muy duro.

En Cali nos recogió un amigo, llegamos al Centro Médico Imbanaco a las 11:30 p.m. Al día siguiente me hacen la primera intervención y al despertar, la doctora me dice: tu mano está peor de lo que yo pensaba, las posibilidades de recuperarla son del 50%.

La mano tiene tres nervios y yo perdí dos y los tendones quedaron destruidos. Un dedo quedó colgando. Agradecí mucho haberme salvado, es un milagro que esté viva: subiendo yo tenía que haber hecho descompresión (del tanque de oxígeno) a los 10 metros, a los no sé cuántos más y no los hice; no podía viajar en avión, pero me monté en tres; las probabilidades de que me hubiera alcanzado una arteria... eran tantas cosas que pudieron haber pasado, pero salieron bien a pesar de todo.

La doctora Juliana me operó a los ocho días, 22 de abril –lunes de resurrección– porque las bacterias por la mordedura de un animal son muy graves y como era de tiburón, me pusieron todos los antibióticos para matar lo que pudiera tener. Después sentí un dolor que nunca había sentido en la vida; me desperté a llorar y nada me calmaba, me dieron todas las dosis de morfina e hidromorfona y nada. A los dos días, que los medicamentos empezaron a surtir efecto, salí a hospital en casa, porque el riesgo de infección es grande cuando se tiene una herida abierta.

Tengo mi mano, la puedo mover, todavía no tengo fuerza, no puedo alzar un vaso, pero ahí voy. Los médicos me dicen que lo que hicieron en Providencia, ese médico con tan poca experiencia, me salvó la vida. El protocolo para una emergencia así es vendar, no coser, porque le quita tiempo al especialista siguiente. Pero me limpiaron la herida y me cosieron muy bien y por eso llegué a Cali con sangre y sin infección.

Si yo no hubiera tenido la fuerza, la ayuda de mi novio, me cortan la mano en San Andrés. Si le pasa a una persona que se deja caer o que se desmaya, se queda sin mano. Pero tenía tantas ganas de vivir y de estar con mi hijo.

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Vivo en Cartagena porque me encanta el mar, nadar, bucear, vivo feliz, hacer triatlones; de niña, hacía clavados y una vez me caí de un trampolín y mis papás me prohibieron la ida al mar, pero crecí, volví y ahora me pasa esto. Volveré a nadar, pero no a bucear.

La vida es prestada, soy superfuerte y digo ‘yo puedo con todo’, pero esta experiencia es una invitación a saber que uno es vulnerable, que hay cosas que uno no puede controlar, que es otro más y en cualquier momento te puedes morir. O perder tu mano.

“Lo que lo que hizo Juliana fue magia, miro mi mano y sino hubiese sido por ella, no tendría mano. No sé cómo hizo para salvarla , estaba completamente perdida. Fue increíble”.

Todavía estoy afectada psicológicamente, tengo estrés postraumático, tomo medicamentos para no soñar, me despierto en las noches y creo que todo el mundo se va a morir, me he vuelto superfatalista y me imagino todas las escenas de cómo alguien va a morir.

Esto me ha hecho reflexionar mucho sobre agradecer lo que tengo, al comienzo, no me podía abotonar, era una odisea, soy zurda y era la mano con la que hago todo. Valoro estar con mi hijo, lo veo, se ríe y digo: Dios mío, gracias por darme la oportunidad de estar con él otra vez. Le conté al señor al que le pasó esto ya hace dos años, y se puso a llorar. Uno cree que ya salió adelante, pero es un proceso, con la ayuda de Dios... es tener más fe, yo no he sido muy religiosa, creo mucho en Dios, le agradezco y le pido, pero esto es un milagro, uno tras otro. El caso mío es uno entre 14 millones de personas, es más probable que me gane la lotería. Es una invitación a valorar la vida.

“La mano se comportaba como una amputación”: Juliana Rojas

“Cuando Ana María me llamó y me dijo ‘me mordió un tiburón’, me imaginé el peor escenario. La mano es muy delicada, porque sus estructuras son de gran precisión, sus lesiones son graves, y más si son cortantes, afectan nervios, arterias, tendones.

Mi prioridad era salvar la mano de Ana María y le dije que era imperativo que se viniera lo antes posible para Cali. Me mandaron una foto, y le recomendé cómo inmovilizar su brazo y cómo manejarlo hasta que llegara a Cali.

En Providencia trataron de afrontar la piel lesionada con una sutura grande de seda y la envolvieron con muchas gasas y elásticos, como le expliqué, para detener el sangrado. Le dieron Tramadol porque era lo único que tenían para el dolor y no recibió ningún manejo antibiótico, que era lo más importante desde el principio.

Ella llegó a urgencias del Centro Médico Imbanaco como a las 11:00 p.m., se le dio manejo antibiótico y al día siguiente la pasamos a cirugía, pero era una lesión extensa, grave, que prácticamente se comportaba como una amputación.

En la primera intervención, de unas dos horas, se hizo un lavado extensivo con mucha solución salina estéril, para limpiar las heridas porque lo primero que había que combatir era la infección. Si Ana María no se infectaba, la cirugía de reconstrucción se podía hacer.

El punto más importante era hacer que los gérmenes que habitan en el mar, y en la boca del tiburón, que tiene una flora bacteriana muy amplia, no tuvieran una reproducción en el tejido de Ana María. El manejo antibiótico fue el pertinente, porque en el tiburón hay gérmenes que hay que atacar directamente porque son altamente infecciosos.

Luego, la llevamos a cirugía para hacer un recuento de daños. Es darnos cuenta de la magnitud de la lesión, localizar las estructuras dañadas y formarnos una idea del estado de arterias, nervios, que es lo más importante, y de la parte muscular del antebrazo y la mano.

Estuvo siete días hospitalizada con tratamiento antibiótico por vía intravenosa y manejo del dolor. Se le hicieron exámenes de sangre para determinar si estaba desarrollando una infección o no. Pero estuvimos más tranquilos cuando los cultivos nos informaron que no. Gracias a Dios, no se infectó. Esa era nuestra meta inicial y lo logramos. Fue la primera bendición de Ana María.

La doctora María Virginia Villegas, eminente infectóloga caleña, ideó el plan antibiótico, y cuando ya estuvimos seguras de que no habría infección, pasamos a la reconstrucción.

El recuento de daños era muy grande: todos los nervios estaban lesionados; las arterias radial, interósea y cubital, los extensores, el grupo flexor de la mano estaba seccionado, y tenía lesión articular en el pulgar y en la tercera y cuarta articulación de los dedos. Pasamos a proteger lo que encontramos en buen estado y a retirar lo que estaba en mal estado, para evitar el riesgo de infección. Y sobre todo, a mirar si la extremidad sobrevivía a una lesión de esta magnitud.

Ana María supo desde el principio el riesgo: uno, de que se infectara, y dos, que la mano no sobreviviera por falta de circulación. Su parte vascular se estaba supliendo por los huesos, el radio y el cúbito, que no se fracturaron, y esa circulación intraósea era la que mantenía vivos los tejidos. Todo lo demás se lesionó.

La segunda bendición de Ana María, fue que consiguió llegar en 12 horas, desde las 11:00 del día que sucedió el accidente hasta que ingresó a urgencias a las 11:00 p.m., que no es muy rápido para nosotros, pero fue lo más pronto que pudo, teniendo en cuenta que venía de Providencia. Por ese tiempo, ya era imposible hacer una revascularización, además de que la lesión arterial era por desgarro; entonces, decidimos mantener la mano, que estaba vital, y esperar que pasaran esos días para hacer la reconstrucción nerviosa, muscular y tendenosa.

Los tiburones tienen varias filas de dientes muy agudos y filosos, como un bisturí. Lo que hallamos en la mano fue como si cogiéramos un bisturí y, en varias secciones, cortáramos músculos, tendones, nervios, arterias. Incluso, tuvo una fractura de radio, quizás cuando el tiburón apretó. Todo estaba seccionado en fragmentos, era una lesión complicada.

Nunca había tenido un caso así. De hecho, las mordidas de tiburón en extremidades superiores son supremamente extrañas. En el centro de reporte mundial de mordidas de tiburón, en extremidad superior solo existe una lesión reportada. Ana María sería la segunda.

Le dije: tienes una lesión gravísima, debes considerar la posibilidad de una amputación si esto no evoluciona como queremos y el pronóstico es reservado.

La intervención de reconstrucción fue un caso único. Decidí hacerla completa, porque vi los tejidos en condiciones adecuadas y alta probabilidad de recuperarse. Fueron más de siete horas en reconstruir tendón por tendón, hacer las neurorrafias (sutura de nervio seccionado), tomar un injerto de nervio del pie de Ana María para unir los nervios que faltaban.

La hicimos el lunes 22 de abril –un real lunes de resurrección– con el cirujano de mano con quien siempre opero, el doctor Álvaro Kafury, y lo único que nos preocupó fue la piel que se había desgarrado: había un colgajo de piel que no se veía muy buena, pero necesitábamos cubrir todas las estructuras reparadas.

Utilizamos insumos de última generación, muy costosos porque son biológicos de colágeno bovino que sirven para cubrir los nervios y evitar adherencias entre ellos, importante para que recuperara la sensibilidad y motricidad. Todo lo cubrió su servicio médico (Coomeva Prepagada y Coomeva EPS). Esa fue otra bendición para Ana María. Al final, reconstruimos los tejidos blandos y la piel.

Por ello, parte del tratamiento fue con cámara hiperbárica, para ayudar a oxigenar mejor los tejidos, la piel y los músculos en sufrimiento y así generar una adecuada y mejor cicatrización.

Para los cirujanos de mano, el 50% del éxito de la recuperación de la extremidad depende de la terapista y desafortunadamente en Colombia todavía no se tiene en cuenta y es triste porque lo vemos con los pacientes, lo sufrimos cuando la rehabilitación no la hace un especialista.

Ana María contó con Ángela Velásquez, una terapista especializada en mano, para recuperar la parte funcional. Ana María ya empezó a sentir, sus nervios empezaron a transmitir. Falta la recuperación completa del nervio mediano, encargado de la sensibilidad de los tres primeros dedos y de inervar el pulgar, para hacer la oposición y el agarre (pinza); pero es normal y esperable porque ese nervio se seccionó por completo, tuvimos que ponerle un injerto y puede tardar entre cuatro y seis meses a un año.

Fue una paciente muy positiva, siguió todas las instrucciones, nunca se derrumbó, siempre estuvo dispuesta a lo que le propusiéramos. Ella nunca dudó, sabía que íbamos a hacer lo mejor y esa confianza fue esencial para el resultado que obtuvo.

Gracias a Dios, Ana María tiene su mano con muy buena función, casi que completa, sin déficit. Ella tiene un gran ángel de la guarda porque todo funcionó como quisiéramos y a veces no es así”.

Las protagonistas hablan del proceso
“Ella sabía que iba a bucear con tiburones”

Felipe Cabeza, fundador y director de la Escuela de Buceo Felipe Diving Center, en la Isla de Providencia, desmintió las acusaciones de Ana María Muñoz Parra, la joven que fue mordida por un tiburón mientras buceaba con un instructor de dicha entidad.

“Es mentira lo que ella dice, que no sabía que iba a nadar con tiburones. La secretaria recuerda que cuando ella arrimó, preguntó si podía bucear con tiburones. Además, tengo su exoneración firmada”, explicó a El País vía telefónica, refiriéndose al documento en el que los turistas exoneran a la escuela de riesgo.

“Lo de la exoneración es lo de menos, pero que no diga mentiras porque sí sabía y llegó con su amigo (novio) preguntando por eso”, insistió el nativo. El País le pidió la copia del documento, pero no lo envió. Ana María admitió que sí firmó, pero que nunca le advirtieron que vería tiburones.

Ella denuncia que como “Providencia es una isla de nadie, ellos hacen lo que les da la gana y alimentan a los tiburones para que los turistas los puedan ver, pero mira...”, y muestra su mano que casi pierde cercenada por una dentellada.

“Eso es un negocio redondo, otros buzos me dicen que era raro ver tiburones en Providencia, pero ahora siempre están allí, porque ellos los alimentan con pez león, una especie que se puede cazar; ellos los cazan con un arpón y se los dan a los tiburones”, contó Ana María a El País.

“Eso no es cierto”, dijo Felipe. “El pez león llegó hace más de diez años, cuando el huracán Beta arrasó en Estados Unidos y vinieron como invasores y como son depredadores de corales y arrecifes, los tenemos que matar para que no destruyan el ecosistema marino, y como esa es la comida de los tiburones, estos empezaron a llegar”, explicó el instructor máster de buceo con 40 años de experiencia.

En la página web de esta escuela de buceo creada hace 30 años se promociona esta práctica con el lema “Bucea con tiburones, una experiencia única e inolvidable”, que también se ve en videos de youtube que registran su actividad.

Felipe argumenta que “buscamos que la gente cambie su idea sobre los tiburones, que los considera superpeligrosos y eso no es cierto; en ocho años buceando con tiburones, solo hemos tenido dos ‘pequeños accidentes’, un señor y una niña que los mordió en la mano”, contó.

Al respecto, agregó que ella y su amigo estaban con otro instructor de su escuela y delante de los tiburones no se deben mover las manos, porque el animal lo puede interpretar como un ataque. “No sé si ellos movieron las manos o lo quisieron tocar, acariciar. Yo la llamé y quise hablar con ella, pero me dijo que tenía mucho dolor y no quería hablar conmigo”, cuenta Felipe. A esto, la afectada ripostó que “yo cómo iba a saber que no debía mover las manos si nunca me lo advirtieron ni me dieron instrucciones”.

Según él, esta temporada tiene turistas de Argentina, Brasil y Chile, y en otras abundan franceses, italianos y españoles. Para ello cuenta con 25 equipos completos (aletas, caretas, tanques de oxígeno y chalecos de soporte) y cuatro instructores, tres capitanes, dos lanchas y un yate.

Sobre por qué Ana María no llevaba traje de neopreno, Felipe dice que “a la experiencia del buceo cada quién va como desee. Es opcional si la persona quiere bucear como Dios la trajo al mundo o con ropa, para eso no hay restricción; unos bucean con traje de baño, otros no”.

Ana María denuncia que “lo que hacen es una completa irresponsabilidad, es jugar con la vida de los turistas; conocí al señor al que le pasó exactamente lo mismo, de la misma forma y en la misma escuela de buceo”. Estoy en trámites para demandar para que esto no siga pasando”.

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