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Kevin permaneció 22 días intubado debido al Covid - 19. | Foto: Foto: Especial para El País

CORONAVIRUS

Yo sobreviví al covid-19: cuatro historias que simbolizan la dura lucha contra la pandemia

Vencer el coronavirus es posible, incluso desde el filo de la muerte. Basta no dejar de creer. Relato de valientes que lo dieron todo por una nueva oportunidad de vida.

1 de agosto de 2020 Por: Santiago Cruz Hoyos

Fue una coincidencia. Tres de los cuatro testimonios que componen este reportaje son de personas que pasaron su cumpleaños en un hospital debido al Covid – 19. Algunos lo hicieron intubados en una unidad de cuidados intensivos, por lo que no recuerdan nada de la fecha de su festejo. Es el caso de William Castillo Mina, hermano del reconocido periodista Álvaro Miguel Mina. El pasado 28 de mayo de 2020, cuando cumplió 56 años, se encontraba en la UCI del Hospital Universitario del Valle. Soñaba con su mamá.

Kevin Saulo Cardona Buitrago, el ‘paciente cero’ en la clínica Versalles – fue el primer paciente con diagnóstico de coronavirus que llegó a la clínica - despertó del coma inducido el 24 de abril. Al día siguiente cumplió 29 años. Aún se encontraba algo sedado. Mientras permaneció intubado soñaba que deambulaba en una casa en la que no encontraba las llaves.

Fernando Jordán Castro, fisioterapeuta especialista y docente universitario, recuerda con nitidez la primera noticia que recibió en su cumpleaños 34. En la madrugada del 21 de abril le confirmaron que era positivo de coronavirus, después de haber soportado un día entero con un dolor de cabeza intenso. A veces, y pese a que ya está recuperado, tiene pesadillas. Sueña que lo vuelven a diagnosticar la enfermedad.

Doña Nelly Gil de Quintero se alista en cambio para celebrar su cumpleaños 92 como se debe, después de haber vencido al Covid – 19. Será el próximo 12 de octubre. Aunque el equipo que ella ama desde niña, el Deportivo Cali, le adelantó el mejor regalo que le podrían dar. Juan Camilo Angulo, el capitán, le hizo una videollamada por Zoom para contarle que la segunda prueba de coronavirus le había resultado negativa. También le obsequió la camiseta oficial del equipo, y doña Nelly se pasea feliz por su casa con la casaca puesta. A veces hasta despierta sueña con lo mismo: volver al estadio para ver jugar al Cali.

Todos, por supuesto, tienen en común que lograron sobrevivir al Covid - 19 pese a la edad, pese a las comorbilidades. Aceptaron ser entrevistados para dar un mensaje de esperanza. Coinciden en que el virus cae cuando se cree: en el dios que se tenga, en los profesionales de la salud, quienes, pese a que los han maltratado en redes sociales, no escatiman esfuerzos para salvar vidas en una pandemia que a diario lleva más gente a los hospitales.

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También coinciden en que han sido víctimas del estigma social por haberse contagiado. Como si fueran culpables de lo que nos puede pasar a todos; lo más probable es que nos pase, si no encuentran pronto la vacuna. La pandemia ha servido para saber quiénes son los amigos; quiénes son los vecinos.

Doña Nelly Gil de Quintero: “los médicos me dieron esperanza”

Nelly Gil de Quintero nació en Marsella, Caldas, el 12 de octubre de 1928. Allí sus papás tenían una finca. Cuando aún era una bebé la familia se trasladó a Cartago, donde doña Nelly fue feliz: “Era un cielo para mí”. En el municipio descubrió su amor por el Deportivo Cali, estudió hasta quinto de bachillerato, fue comerciante. Montó uno de los primeros almacenes de ropa para niños. Hace 56 años se trasladó a Cali, donde tuvo a sus tres hijos: un médico, un economista, una docente. Cuando doña Nelly supo que se había contagiado del nuevo coronavirus, pensó que iba a morir. Es una enfermedad mortal sobre todo para quienes pasan los 70 y ella lo sabe.

Yo me contagié del virus que causa el Covid – 19 en mi casa. La muchacha que me cuidaba desde hacía un año tenía la enfermedad. Ella empezó con una tos, que al principio no me preocupó. Supuse que no era nada grave. Pero la cosa se volvió dura. A la muchacha debieron hospitalizarla durante un mes.

Pocos días después de que ella comenzara a toser a mí me empezó a doler el cuerpo. Era un dolor intenso que no soportaba. Horrible. Perdí el apetito. Solo quería estar en la cama. Me dolían los huesos. Tenía fiebre. Fue cuando mi nieta me dijo que me tenía que ir para la clínica Versalles. Allá me dijeron que tenía el nuevo coronavirus.

Desde que llegué a la clínica sentí miedo. Pensé que me iba a morir. Por mi edad, primero. Estoy a dos meses de cumplir 92 años y el coronavirus es de alto riesgo para quienes tienen más de 70. Pero además sufro de la presión y tengo una neuropatía. Alguna vez fumé, aunque el cigarrillo lo dejé hace 35 años. Tal vez eso me ayudó.

En la clínica me atendieron muy bien, me hicieron los remedios y me ayudaron a espantar esa idea de que me iba a morir. Los médicos me dieron esperanza.

Estuve cinco días hospitalizada. No necesité oxígeno, como la mayoría de pacientes que se agravan. Aunque tenía la respiración alterada, no era tan grave. La fiebre mermó poco a poco. A los cinco días me enviaron para la casa siguiendo recomendaciones estrictas. No salir, por ejemplo. No me asomo ni a la puerta. El tapabocas me lo pongo desde que me levanto hasta que me acuesto. Y tengo que comer muy bien. El problema es que como muy poquito, pero mi familia está pendiente. Me traen frutas, sobre todo. Y vitamina C. Fue lo que me recetó el doctor.

Y no, no me molesta el encierro. No me aburro. Me entretengo haciendo crucigramas, sopas de letras, o siguiendo las noticias del Deportivo Cali. Yo no puedo explicar por qué soy hincha del equipo. Simplemente es algo que está dentro de mí. En 2017, gracias al Cali, viví un día inolvidable. Yo estaba en la tribuna del estadio de Palmaseca, cuando, antes del partido, alguien me dijo que bajara hasta la cancha. No sabía qué estaba pasando. Me llevaron hasta la mitad del campo y el estadio estaba lleno. Me hicieron algunas preguntas y me regalaron una camiseta. Ese día estaba cumpliendo años. No se imagina la felicidad que sentí.

Hace unos días viví algo parecido. Juan Camilo Angulo, el capitán del equipo, me hizo una videollamada. Era una sorpresa del Cali para darme una noticia. Juan Camilo me confirmó que la segunda prueba de Covid-19 que me hicieron había resultado negativa.

Esta es una enfermedad que se vence con fe. En Dios, primero, a quien hay que pedirle paciencia para soportar lo que se viene cuando el resultado es positivo. Fe en los médicos, después, que saben lo que hacen. Ellos nos sacan adelante. Ellos me permitieron soñar con volver al estadio para ver al Cali.

William Castillo Mina: “Mi familia batalló conmigo”

William Castillo Mina vive en Puerto Tejada. Hasta diciembre de 2019 era el coordinador deportivo del municipio. También fue dirigente político. Ahora hace parte de un grupo de gestores que promueven la creación de una Escuela Taller en el pueblo. Aunque por lo pronto eso tendrá que esperar. William salió del hospital hace apenas una semana, después de “pescar” ese virus “que ataca contundente”.

Yo no sé cómo pesqué ese virus que hizo que pasara mi cumpleaños 56, el 28 de mayo pasado, en la UCI del Hospital Universitario del Valle. Casi no salía de mi casa. Tal vez me infecté cuando debí salir por los lados de la Alcaldía de Puerto Tejada hacia un punto de computo. Debía enviar una información por correo electrónico.

Comencé a sentir fiebre y escalofríos, así que mi hija me sacó una cita en la SOS. Al principio creí que tenía dengue. Sin embargo una vecina que es enfermera jefe del hospital de Puerto Tejada me dijo: “vamos donde la doctora”. Ella intuía que tenía covid. En el hospital me desmayé. Me caí al lado de la doctora. De inmediato me colocaron oxígeno y me trasladaron al Hospital Universitario, en Cali.

Me ingresaron a una estación donde reciben a los pacientes con sospecha de covid. Me tomaron la prueba, la confirmaron, y me trasladaron a una estación de cuidados especiales. En ese momento le informé a mi hermano Álvaro Miguel y se puso muy mal. Pero yo le agradezco lo que hizo por mí. Ha batallado conmigo esta enfermedad, hasta hoy. Jamás me dejó solo. Tampoco el resto de mi familia. Eso es algo que siempre les agradeceré.

En la estación de cuidados especiales mi salud se complicó al punto que me llevaron urgente para la UCI Tres. Con unas tijeras me cortaron rápido la ropa. No me acuerdo más, hasta el 5 ó 6 de junio, cuando desperté. En ese momento pregunté por mi mamá. “¿Dónde está mi mamá?”, decía. Ella falleció hace cuatro años. Un enfermero me dijo: “no, aquí no hay mamás”. Pero todo el tiempo sentí que estaba al lado mío y me sobaba la cabeza. Ella era la que me soportaba con vida.

Cuando la doctora que me intubó me vio despierto, me dijo: “uy, eres un berraco, de los pocos que se salvan de esta situación”. Es cierto. Allí en la UCI un ‘compañero’ que estaba al lado, un paciente, se fue. Yo vi cuando murió. Pese a que los médicos hicieron todo por reanimarlo, no resistió. Cuando lo vi morir me dije: “Dios mío santo, sácame de aquí”. Desde mi cama vi a dos más que ‘viajaron’. La gente tiene que tomar conciencia. Este virus es serio y cuando ataca es contundente.

Cuando desperté de la intubación estaba conectado a una máquina de diálisis. El riñón no me funcionaba. El covid se complicó en mí debido a otras patologías. Soy hipertenso, sufro de la tiroides. Para resumirle los casi tres meses que estuve hospitalizado, me debieron intubar en varias ocasiones y hasta me hicieron transfusiones de sangre. Ese virus es jodido y muchos todavía no creen. Fui testigo de cómo en la UCI del HUV entraban y entraban pacientes. Todos los días. Por eso le agradezco a los médicos tanto del Hospital como a los de la nueva clínica que abrieron para tratar el coronavirus, donde terminé mi recuperación. A veces veía que el personal de salud no se daba abasto y sin embargo ellos seguían trabajando. Es gente que sale en la noche y a las 5:30 de la mañana regresa a recibir turno. A ellos le debemos que esta pandemia no se lleve más gente, no viaje más gente. A ellos, a la familia que lo pone a uno en oración y a Dios. El ‘Rey de Reyes’ tiene poder. Cuando salí de la UCI no tenía movilidad en el brazo izquierdo. El domingo siguiente me conecté por Internet a la misa de sanación que hace el padre de la iglesia de Puerto Tejada. Cuando él comenzó la misa, yo pude mover mi brazo.

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Kevin Saulo Cardona Buitrago, el ‘paciente cero’ de la clínica Versalles

Kevin Saulo Cardona Buitrago tiene apenas 29 años, y sin embargo debió ingresar a una UCI debido al Covid – 19. Fue el primer paciente con coronavirus que llegó a la clínica Versalles. Ahora está dedicado a su recuperación. Aprende a caminar, a hablar. Cuando se está intubado en una UCI durante semanas, los músculos se atrofian debido a que no hay actividad física, por lo que hay que enseñarle al cuerpo a hacer todo de nuevo. Vencer al coronavirus a veces implica volver a empezar.

Yo soy comerciante de ropa. Me di cuenta que tenía Covid - 19 a finales de marzo, cuando empezaron los síntomas. Tenía fiebre, dolor de cabeza, un dolor muy intenso. Pensé que era una gripa cualquiera. Tomaba pastas, me hice aplicar dos inyecciones en la droguería del barrio, pero nada me servía. Sentía mejoría dos o tres horas y volvía a caer a la cama.

Duré una semana así. El 29 de marzo me fui para la clínica. Ese mismo día me intubaron y me hicieron el coma inducido. Es una sedación con medicamentos para que el cuerpo se acostumbre a la ventilación mecánica. Porque no podía respirar. Me sentía agitado. Es algo así como estar debajo del agua y no poder salir. O te parás un momentico, das dos pasos, y no sentís fuerza. Te tirás a la cama y te sentís ahogado.

Duré 22 días intubado y en coma inducido. El pronóstico siempre fue el mismo: peligro de muerte, pocas esperanzas para salvarme. Lo único que recuerdo de esos 22 días es que soñaba todo el tiempo. A veces el sueño consistía en que estaba encerrado en una casa y no encontraba las llaves. Otras veces me veía rodeado de personas. Otras veces soñaba con mi mamá y con mi abuela.

Hasta que desperté. Fue el 24 de abril. Un día antes de que cumpliera 29 años. Abrí los ojos de un momento a otro, pero no podía mover el cuerpo. Tampoco podía hablar. Yo miraba y miraba para todas partes y pensé que solo había pasado un día desde que había llegado a la clínica.

Las enfermeras y los doctores me tenían sedado para no descontrolarme. Después me explicaron lo que pasaba. Y comencé la recuperación. La primera prueba fue retirarme el oxígeno, para ver si podía respirar sin ayudas. La alimentación se hizo por medio de sondas. En total duré 49 días hospitalizado.

El médico me explicó que tengo una comorbilidad y esa es una de las razones probables por la que el virus me afectó tanto: obesidad. Pesaba 105 kilos. En los 22 días que estuve en coma inducido perdí 30 kilos. No fumo, y eso ayudó. También la tranquilidad que me dieron después: en mi familia nadie se contagió. A todos les hicieron las pruebas. Ni mi abuela que es mayor de 80 años, ni mi prima, ni mi hermana, ni mi tío, ni el hijo de mi prima que es un niño de 5 años, salieron positivos.

En mi caso no sé cómo me contagié. Como comerciante de ropa debía ir al centro. O a veces trabajaba como Uber. Pero no sé dónde pudo estar el virus. Los médicos dicen que se transmite muy fácilmente. Pudo haber sido en cualquier parte.

La vida después del covid es dura. Es volver a aprender todo. Aprender a hablar, a caminar. Durante la intubación no hay actividad física. Tampoco respiratoria. La máquina a la que está uno conectado se encarga de todo, entonces es como si uno olvidara respirar o caminar. Por eso se requiere un proceso de entrenamiento. Todos los días hago terapia física, respiratoria y de la voz.

Desayuno con unas vitaminas para fortalecer los músculos, hago bicicleta, almuerzo. Eso sí, como muy poco. Quedé comiendo como un niño. Pero ya me siento bien. He podido coger un poquito más de fuerza en los pulmones y en mi cuerpo. Ya por lo menos estoy caminando, con la ayuda de un bastón.

A nivel económico ha sido difícil. Mis familiares y amigos me están ayudando. Yo tenía un almacén en el centro. Quebró. Pero, como en la enfermedad, sigo teniendo fe. La clave para haber vuelto a la vida fueron las oraciones de mi familia y de los allegados. No perder nunca la esperanza y las ganas de vivir.

A quien esté pasando algo así le diría que no pierda la ilusión de que todo se va a superar. Se sabe que llegan momentos en que uno se deprime por no ver a la familia, días de desespero y soledad, pero no pierdan la fe. Arriba de Dios no hay nadie.

Y crean en el personal de salud. Ellos lo entregaron todo. Vivían muy pendientes de mí. Cuando salí de la clínica, hicieron una calle de honor. Salí entre aplausos; como celebrando la vida.

Fernando Jordán: “el covid deja secuelas”

Lo que más le ha dolido al fisioterapeuta especialista Fernando Jordán Castro después de vencer al coronavirus es el estigma social del que fue víctima él y su familia en el municipio donde viven: Caloto, Cauca. Sin embargo, está seguro, aquella experiencia lo hizo más fuerte.

Me hice fisioterapeuta porque hace mucho tuve una lesión en la falange distal derecha: la punta del dedo gordo de la mano derecha. Me hicieron una amputación. La rehabilitación me la hizo una fisioterapeuta y desde ahí me quedó gustando el oficio. En mi caso soy fisioterapeuta con especialidad en cuidados intensivos, además de docente.

Cuando comenzó la pandemia en América, entre finales de enero y principios de febrero de 2020, en la clínica donde trabajo al sur de Cali se dieron cuenta de que necesitaban formar con tiempo al personal que más se pudiera en respiración mecánica especializada. Esa labor me la encomendaron a mí, así que me dediqué a formar médicos, fisioterapeutas y enfermeras. Según mis cuentas alcancé a capacitar a 170 personas.

Justamente el 20 de abril estaba en ese proceso. Me encontraba en una sala de simulación. Son cuartos cerrados, donde todo el mundo entra con tapabocas y no hay pacientes sino unos muñecos con los que se explica cómo funcionan los ventiladores mecánicos. Allí me empezó a doler la cabeza. Pensé que se debía a que había dado clases continuas y no había almorzado. Cuando almorcé mejoré un poquito, pero en la noche empezó a darme fiebre, escalofrío, dolor de garganta. A la madrugada la fiebre fue tan fuerte que me tocó ir a la clínica. Ese 21 de abril cumplí 34 años.

En la clínica activaron el protocolo. Yo me aislé en mi casa, en un cuarto con baño. Todo iba muy bien los primeros 4, 5 días. Pensé que a ese bicho lo iba a superar bien, pero al sexto día empecé a empeorar. Tenía dificultad respiratoria, la fiebre aumentó demasiado y me dio lo que se conoce como ‘síndrome del fuego’. Sentía que el calor de la fiebre iba bajando desde la nuca y me paralizaba. Como si me aplicaran una inyección de fuego. Tanto que una vez estuve a punto de hacerme chichí y popó en la cama porque no me podía mover.

Me hospitalicé durante cinco días. La placa de tórax iba empeorando, el pulmón se estaba cerrando. Un médico intensivista amigo mío llegó a decirme que si no mejoraba tocaba intubarme. Yo estaba muy preocupado. Por fortuna con los esteroides y los anticoagulantes para bajar la inflamación del cuerpo mejoré.

En mi caso el virus golpeó fuerte porque padecí la Tormenta de Citoquinas. Es una tormenta inflamatoria. Tu mismo sistema inmune, al no reconocer el virus, reacciona en cadena y ataca a todo el cuerpo creyendo que hay algo anormal. En resumen, mi buen sistema inmune es el que casi me mata, porque yo no tengo comorbilidades. En esta enfermedad a veces es mortal tanto un bajo sistema inmune como un muy buen sistema inmune.

Pero tuve un problema que me dolió mucho. Yo desde hace 3, 4 años, vivo en Caloto, Cauca, porque mi papá se enfermó y desde entonces me fui a cuidarlo junto con mi familia. Entonces viajo todos los días desde la clínica en Cali hasta mi casa. Más o menos una hora en carro.

Y como buen pueblo pequeño, infierno grande. Como vivo allá, una vez diagnosticado de coronavirus, la Secretaría de Salud del Valle debió comunicarle mi caso a la Secretaría de Salud de Caloto. Y eso se filtró antes de que mi propia familia supiera. En el pueblo comenzaron a circular fotos mías y de mi familia que decían: “estos son los contagiados, ojo con esta gente”. Yo no vi las fotos, pero mis amigos me contaron. Incluso me dijeron que circulaban notas de voz en la que algunos se preguntaban qué iban a hacer con nosotros, si nos sacaban del pueblo o cerraban la cuadra donde vivíamos. Fue un estigma social impresionante.

Lo positivo de esto es que como familia nos unimos más. Y me di cuenta de quiénes son los amigos, quiénes son los vecinos. Hubo gente que no conocía y que me escribió para apoyarme, me di cuenta también del lado más solidario de la sociedad.

Ahora estoy de nuevo en el trabajo, aunque al principio fue difícil. Emocionalmente me sentía mal. Tenía pesadillas, pensaba que me volverían a diagnosticar. O cuando atendía a los pacientes pensaba: ¿qué tal que hubiera quedado así, intubado? En una ocasión me colapsé porque me veía ahí, en la misma cama de UCI donde estaba el paciente. Para mí las secuelas emocionales de esta enfermedad son mucho más fuertes que las secuelas físicas.

Y sigo con el dilema: ¿cómo me contagié? Yo iba del trabajo a la casa y de la casa al trabajo y tomaba todas las medidas. El infectólogo me dijo que en cualquier momento me he podido tomar un café, quitarme el tapabocas, y en el lugar donde me tomé el café alguien pudo haber estornudado y puse la mano. Así, facilito.

Sin embargo hoy me siento una persona mucho más capaz, más humana. Sé lo que sienten los pacientes de covid, me he puesto en sus zapatos. Sé lo que significa soportar una fiebre alta durante 12 días. Le tengo respeto al virus mas no temor porque lo vencí.

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