Entre morir en un rincón urbano por los humanos y vivir libres en las vastas ruralidades jamundeñas, las abejas prefieren lo segundo. A diez minutos en carro del casco urbano del corregimiento de Potrerito, en el sur del Valle, habitan cerca de 600.000 de ellas.

Su hogar es el Centro Experimental Apícola La Luz, donde hay entre 50 y 60 colmenas divididas en tres cerramientos, a donde llevan a las abejas rescatadas por la compañía Apicultores y Rescatistas SAS BIC.

Pese a los cerramientos, las abejas viven libres y plenas, ya que sus colmenas tienen aberturas para que cada una de ellas decida si abandonar el centro o permanecer allí, luego de que han sido rescatadas.

En estos cuadros de madera se ubican las láminas de cera, donde las abejas empezarán a generar la miel hasta que esté casi llena o llena por completo. | Foto: El País

“Las abejas están buscando lugares adecuados para ellas vivir”, asegura Ilan Lechter, ingeniero industrial y gerente de Apicultores y Rescatistas, pero añade que el campo se ha convertido en un lugar hostil por los insecticidas industrializados que se utilizan en los cultivos intensivos.

“Entonces las abejas buscan un sitio donde estén tranquilas, sin que haya amenaza para su supervivencia, y muchas veces es un poste de energía en la mitad de la ciudad, un techo de una casa en Pance o es un motor de una grúa en una construcción en Prados del Norte”, son algunos de los casos que se han encontrado.

Sin embargo, las personas sienten miedo o simple rechazo por estos insectos —catalogados como el ser viviente más importante del planeta por el Air Watch Institute—, por lo que deciden fumigarlas, matarlas o llamar a los bomberos para que se las lleven.

Ilan cuenta que en muchas ocasiones ya ni los bomberos pueden actuar porque eso significaría intervenir la infraestructura de los hogares y empresas donde las abejas forman sus colmenas. Por eso, su compañía se especializó en el tema, se formalizó y ahora brinda el servicio de rescate, entre otros.

“Un rescate exitoso es aquel donde cogemos a la reina, nos llevamos todo el material biológico, que está compuesto por panales de cera y otros tienen alimentación, que es polen o miel. Después, extraemos todos los panales que tienen cría y los separamos con la reina, y ponemos por otro lado los panales que tengan miel y los que tengan cera. A las abejas las metemos en un cajón de cinco marcos, que se llama porta núcleo, que es lo que utilizamos para transporte, y ya ahí las traemos a nuestros apiarios en la zona rural de Potrerito, Jamundí”, explica el ingeniero.

Luego viene un proceso de cuarentena para cerciorarse de que las abejas no tengan alguna enfermedad grave, y tras esto inicia el proceso de integrarlas al centro. Al cabo de ocho meses, si las abejas se han adaptado y no se van, se empiezan a tener condiciones para la producción de miel.

LaPola, LaDania y LaHannah son los tres cerramientos del Centro Apícola La Luz. | Foto: El País

Ahora el objetivo tanto del centro como de la compañía es aprovechar esta miel para realizar productos de cosmética natural.

“Podemos llegar a hacer productos que nos sirvan para hidratar la piel, combatir resequedad, envejecimiento, todo lo que sea desgaste de la piel. La miel es un producto muy humectante, tiene propiedades también antibacterianas, y la cera hace lo contrario, no hidrata, pero captura la humectación en la piel, entonces no permite que se siga deshidratando”, comentó Silvia Rojas, ingeniera química y encargada del desarrollo de los productos en Apicultores y Rescatistas.

La idea es poder encontrar, en base a esta alternativa comercial, la sostenibilidad que la empresa necesita para seguir operando y que no ha logrado con la línea de negocio de los rescates de las abejas.

Esto sin perder el norte de proteger a estos insectos, garantizar que puedan desarrollar el ciclo de sus vidas en buenas condiciones y no morir en lugares totalmente alejadas del espacio natural. Adicionalmente, desean continuar con el impacto social que vienen ejecutando con la población de Potrerito.

De hecho, la directora del apiario, encargada de cuidar y hacer seguimiento a las abejas día y noche, es Luz Aida Mosquera, oriunda de Cajibío (Cauca) y que llegó a Jamundí buscando oportunidades tras ser víctimas de desplazamiento forzado.

“A través del tiempo llegamos a Jamundí, y de ahí, acá a la finca. El sustento después de que llegaron las abejas nos ha servido mucho”, dice Luz Aida, mientras sus ojos retratan su cruda historia y se encharcan.

Luz Aida Mosquera, directora del apiario, retirando un poco de miel para invitar a probar a los visitantes. | Foto: El País

Ella ya viene realizando productos a base de la miel y la cera. Tiene jabón exfoliante, crema humectante, propóleo para la fiebre y otras cosas más. “De eso nos ayudamos con el sueldo que nos ganamos y con la base de los productos que estamos sacando”, agrega la mujer.

Una barrera ineludible

Aunque ya es una realidad la Ley 2193 de 2022, ‘por medio de la cual se crean mecanismos para el fomento y desarrollo de la apicultura en Colombia’, lo cierto es que esta no resuelve aspectos fundamentales para la formalización del sector, como la entrada de recursos para la sostenibilidad.

“Un rescate puede costar $600.000, $700.000, $800.000 pesos más IVA, que nosotros, al ser empresa legalmente establecida, tenemos que cobrarlo. Las personas prefieren no pagar ese dinero y eliminar a las abejas o arreglar su problema de alguna otra manera. La financiación de una empresa como nosotros es compleja, estamos pasando por momentos difíciles”, reveló Lechter.

Apicultores y Rescatistas se ha logrado mantener hasta la fecha, durante tres años y medio desde su fundación en febrero de 2021, pero los ahorros ya están agotándose y solo dos situaciones podrían generar un respiro.

La primera de ellas es la que depende del Estado. “Necesitamos la reglamentación de la Ley 2193, donde se vea quién va a destinar los recursos para los rescatistas mencionados en el articulado porque se dice cómo deben rescatarse las abejas y qué se debe hacer con ellas, lo que no se dice es quién lo paga, dónde están los recursos. Si esos dineros bajan a los rescatistas, ayudaría enormemente por esa gran cantidad de reportes que tienen bomberos en Cali y en otras ciudades importantes de Colombia”, agregó el gerente de la compañía.

La segunda opción la ve, de momento, más alejada, y es conseguir un socio estratégico que le apueste a este emprendimiento pensando en las retribuciones que podría alcanzar por el impacto de responsabilidad ambiental.

En el mundo hay cerca de 20.000 especies de abejas documentadas, pero las que producen miel son muy pocas. En Colombia predominan las mieleras africanizadas. 30 reportes anuales de incidentes con abejas y avispas han sido documentados en Colombia. | Foto: El País

Sin embargo, en la reciente edición del Capital Summit, en la cual participaron, concluyeron que muchos inversionistas están más interesados en negocios que estén relacionados en la tecnología.

En este panorama, la COP16 aparece como una posibilidad de encontrar el interés de un posible socio. Ya aplicaron con la intención de ser seleccionados para la Zona Verde de la Cumbre, donde se expondrán varias compañías locales que le apuestan a los emprendimientos verdes.

“La COP16 puede ser una oportunidad muy interesante para visibilizar esa riqueza que tenemos, que son los recursos naturales, la biodiversidad, el pájaro, los avistamientos y demás, pero también entra en esa ecuación de manera importante el tema de las abejas. Ya hemos estado en un par de actividades de la COP, precisamente con la Cámara de Comercio y con la Andi, donde se ha mostrado esto como un tema ejemplo de industrial BIC y de sostenibilidad, y creo que ese es el recorrido que tenemos de ahora a octubre”, detalló Luis Fernando Gutiérrez, ingeniero industrial, socio y gestor estratégico de Apicultores y Rescatistas.

Sobre las abejas

  • Las colmenas están habitadas por una reina, una gran cantidad de abejas femeninas y una minoría de machos, llamados ‘zánganos’.
  • Las abejas reina pueden vivir hasta seis años y ponen entre 2000 y 3000 huevos al día.
  • Las hembras de la colmena viven solo cerca de 35 días y trabajan sin descanso todos ellos.
  • Los ‘zánganos’ viven entre 50 y 55 días, pero no trabajan, solo se alimentan y se aparean.