Por: Ossiel Villada, Jefe de Redacción de El País
Del canto al llanto. De lo espiritual a lo material. De la inspiración a la indignación. De la bienvenida a la despedida. No hay una sola faceta de la compleja expresión humana que no haya sido moldeada por el medio ambiente.
Quizá fue la portentosa pluma del poeta estadounidense Walt Withman la que mejor lo definió: “En mí convergen las cosas del Universo en su perpetuo fluir... Enamorado estoy de todo cuanto germina al aire libre”.
Y fueron los antropólogos los encargados de investigarlo y darle un nombre: Etnoecología. Se define así, en las ciencias sociales, al estudio de esa estrecha relación que existe entre el conjunto de creencias, conocimientos y prácticas de la especie humana y los recursos naturales.
Desde el inicio de los tiempos, el hombre ha usado el silencioso lenguaje de la naturaleza para construir su propia voz. Y tal vez no haya un mayor reflejo de esa tarea magnífica que la música.
Cali, ciudad que camina el día a día entre las músicas venidas del Caribe y el Pacífico, construyó su propia historia al calor de una banda sonora en la que abundan las referencias a la riqueza medio ambiental.
Y por estos días previos a la cumbre COP 16, que congregará en Cali a delegados de casi 200 países para analizar la crisis global de la biodiversidad, esa música cobra más vigencia que nunca.
Asi suena...
Aunque no siempre con plena consciencia sobre los problemas que hay más allá del placer de bailar, a través de la música los caleños han sido tocados por problemas tan graves como el de la deforestación.
Por allá en 2016, una canción que parecía predestinada al olvido se convirtió en el mayor ‘hit’ de la rumba salsera de Cali. Para escribirla, la cantautora argentina Claudia Salomone se inspiró en la destrucción de la selva amazónica, el mayor pulmón del planeta.
‘Prepara tu palo’, como se titula, fue grabada en el año 2.000 por el conjunto cubano ‘Palo Son’ y, de no ser por los bailadores caleños, no habría logrado mayor trascendencia.
Pero pocos, en el fragor de la rumba, reflexionan sobre la denuncia que lleva detrás: se estima que, en un minuto, son talados 221 árboles en la Amazonía brasileña. Es decir, en los 5 minutos y 17 segundos que dura la canción, son derribados casi 1.141 árboles en la profundo de esa selva.
24 años antes que Claudia Salomone, en 1976, el cantante y compositor Eladio Jiménez ya había escrito la letra más explícita de la Salsa sobre la pérdida de la biodiversidad y sus graves consecuencias para la humanidad. Jiménez compuso ‘El jíbaro y la naturaleza’, tema clásico del repertorio salsero que inmortalizó el sonero Marvin Santiago con la orquesta de Bobby Valentín.
La denuncia musical medioambiental también ha retratado los conflictos por la tierra, el desplazamiento, la lucha por el agua y la guerra derivada de los cultivos ilícitos. Pero es solo una de las grandes categorías en las que podríamos clasificar la música latina relacionada con los recursos naturales.
A la luz de los criterios de la Etnoecología, hay al menos otras cinco que exaltan la influencia de la naturaleza en la vida humana: como proveedora de alimento, como sustento de la espiritualidad de los pueblos nativos, como fuente de inspiración para transmitir la emoción y el instinto, como motor primario de las actividades productivas y como espacio de contemplación y gozo para los sentidos.
Las referencias abundan, y pueden ser explícitas o sutiles. Mientras Celina y Reutilio cantan a las flores para los altares de la religión Yoruba, Eddie Palmieri usa con picardía la metáfora del ‘Palo de mango’ para hablar de la sexualidad masculina.
Y existen otras subcategorías, como por ejemplo, la música para los animales y la música para el espacio exterior. Todo ello, en realidad, no es más que otro regalo del inmenso reino natural que hoy tenemos en riesgo.
La naturaleza como base de la espiritualidad
La génesis de lo que los caleños conocen con el nombre comercial de ‘Salsa’ está en los ritmos de origen africano que se desarrollaron en Cuba. Todos ellos, a su vez, están ligados a la cosmogonía de los esclavos que llegaron desde África hasta América. Y esas creencias tienen como punto de partida la naturaleza.
Así, entonces, cuando disfrutamos muchos temas convertidos en éxitos de la melomanía, en realidad estamos evocando los mismos rituales que nuestros antepasados practicaron para conectar su espíritu con las deidades naturales.
Es de recordar que en la religión Yoruba, también conocida como Santería, el orisha Osaín es la personificación misma de la naturaleza. Celia Cruz, Héctor Lavoe y Eddie Palmieri, entre otros, le cantaron a él y a Yemayá, diosa de los mares, así como también a Oshun, deidad del agua dulce.
Pero quizá la mayor conexión de Cali con ese universo vino a través de Richie Ray y Bobby Cruz, quienes antes de convertirse a la religión cristiana hicieron su música a partir de la Santería. Aggayú Solá, la deidad que representa la fuerza de la naturaleza que pone en movimiento el Universo, fue inmortalizada en sus canciones, así como también Babalú.
La naturaleza llena la mesa...
“... Y después que le pongan salsa”. En 1982, El Gran Combo de Puerto Rico hizo famoso este coro en toda Latinoamérica. ‘El menú’, escrito por el compositor Perín Vásquez, es quizá la mayor exaltación de la naturaleza como proveedora del sustento básico del hombre.
La canción, que hace un amplio recorrido por muchos platos de la gastronomía puertorriqueña, muchos de los cuales también están presentes en las dietas de otros países, se convirtió en todo un clásico.
Pero la discografía de la música afroantillana también está plagada de referencias al café, a las frutas, a la caña de azúcar, la yuca, el maní y a las plantas y los árboles. Estas últimas no solo como fuente alimenticia, sino además, como medicina y sinónimo de creencias religiosas.
‘Rompe Saraguey’, tema que hiciera famoso Héctor Lavoe, es uno de ellos. y ‘Mata Siguaraya’, que en Cali trascendiera más en la versión de Óscar de León, son parte de estas categorías. La Sonora Ponceña y Celia Cruz, por otro lado, se representaron a sí mismas en un magistral álbum grabado en 1979 como ‘La Ceiba y la Siguaraya’.
La naturaleza nutre las emociones...
“De todas maneras, rosas para quien ya me olvidó. Más vale un ramo de rosas de primavera y color. Aunque el hastío, la diferencia, el olvido caigan sobre lo vivido al final como el telón, yo traigo un ramo de lindas flores, de perfumados colores para quien ya me olvidó”.
Ismael Rivera, el gran ‘Sonero Mayor’, inmortalizó con su voz esos versos, que se escuchan regularmente en los bailaderos de Cali.
Escrita por Johnny Ortiz, uno de los más prolíficos compositores de la Salsa, ‘De todas maneras rosas’ es una de las más bellas y precisas descripciones del desamor. Pero Ortiz también hizo hermosas descripciones de la vegetación de su natal Puerto Rico en ‘Lírica Borinqueña’, del Gran Combo de Puerto Rico, y en ‘Borinqueneando’, cantada igualmente por ‘Maelo’ Rivera.
Rubén Blades, el artista principal del concierto gratuito de la COP 16, también se nutrió de ellas para plantear una de sus acostumbradas reflexiones sobre la resiliencia humana: “Las flores más bonitas son las del desierto, pues pintan de colores su soledad”, canta en ‘Jiri Son Balí’, una canción del álbum ‘Mundo’ que se ha convertido en objeto de culto para los melómanos salseros caleños.
Después de las flores, tal vez la lluvia sea el recurso más utilizado en la composición lírica de la música latinoamericana. La salsa, el bolero, el tango, la cumbia, la samba, e incluso el reggae y el merengue están plagados de las emociones que ella despierta.
Así, entonces, de Arsenio Rodríguez a Willie Rosario, y de Carlos Gardel a Armando Manzanero, el cancionero popular es casi una inmensa represa alimentada por el encantamiento que despierta el ciclo natural del agua, incluso en las derrotas de la vida.
‘Aguacero’, del Gran Combo, es un fiel reflejo de ello. Y algunos compositores, como Juan Luis Guerra, la han usado además para denunciar poéticamente las malas condiciones de vida del campesinado: “Ojalá que llueva café en el campo”, canta el dominicano en uno de sus éxitos más recordados.
La música del agua...
El reciente Fenómeno del Niño, que ha causado racionamientos en Colombia, tiene su propia banda sonora en el cancionero popular latinoamericano.
‘Boranda’, un tema originalmente escrito por el compositor brasileño Edú Lobo, se convirtió en clásico de la salsa gracias a La Sonora Ponceña. Su letra plantea los estragos derivados de la prolongada sequía y la angustia que genera en el hombre.
Pero también podría decirse que el Fenómeno de La Niña tiene su propia música bailable. ‘Agua que va a caer’, es el título de dos grandes éxitos distintos. Uno grabado por Ismael Rivera y Rafael Cortijo, y otro creado por la Orquesta Tromboranga, que hoy suena mucho en Cali.
‘Lluvia de tu cielo’, tema de la primera grabación que hicieran juntos Willie Colón y Ruben Blades, también explora las preocupaciones del hombre frente a la sequía y lo que ella implica.
Y en ‘Contrabando’, una auténtica crónica periodística de la selva escrita como canción, Blades describe de manera magistral la utilidad de los ríos como vías fluviales que transportan al hombre por “caminos verdes”. Lo mismo que plasmó el Grupo Niche, de Jairo Varela, en la ‘Canoa ranchá'.
Los colombianos...
La música colombiana es un paraíso natural lleno de grandes composiciones al medio ambiente. De la cumbia al bambuco y del joropo a la guabina, el cancionero colombiano no ha dejado tema sin abordar. Una buena parte de esa producción proviene de las dos costas, que han hecho de su cercanía con el mar, los ríos y los manglares una poderosa fuente de inspiración.
Jairo Varela, creador del Grupo Niche, escribió y grabó El Atrateño, como homenaje al río de su natural Chocó. Pero también, las nuevas generaciones de músicos han escrito canciones emblemáticas. Herencia de Timbiquí, Nidia Góngora, Richie Valdés y Yuri Buenaventura, entre otros, hacen parte de esa larga lista de creadores.