Carlos Mario Wagner hace parte de la Asociación Río Cali, una iniciativa comunitaria dedicada a preservar la cuenca del afluente que le garantiza el agua a por lo menos 500 mil caleños.

Sucedió durante la cena, cuando toda la familia estaba reunida. Natalia, de repente, le preguntó a su padre por qué talaba el bosque si esa era la casa de los pájaros que a ella tanto le gustaba observar. Alex se quedó en silencio, pero en su interior ocurría algo muy parecido a una revolución. Tanto que al siguiente día decidió empacar su motosierra y empeñarla. “Tengo que cambiar de oficio”, se dijo.  

La madre de Natalia, Paola Alzate, se convirtió por su parte en una de las principales aliadas de la Asociación Río Cali. En su finca Villa Helena, ubicada en La Tulia, corregimiento de Los Andes, muy cerca del Parque Natural Los Farallones,  se dedica justamente a conservar aves. También orquídeas.

Es jueves en la tarde y la historia la está narrando Carlos Mario Wagner mientras hacemos un recorrido por el Saladito, Felidia y las zonas cercanas a la cuenca del río Cali. El río se forma cuando se juntan el Pichindé y el Felidia y le suministra agua a por lo menos 500 mil caleños.  La Asociación Río Cali que integra Carlos Mario intenta proteger la cuenca para garantizar que el afluente siga dándole  agua a tanta gente. Pero no ha sido fácil, por supuesto.

Carlos Mario, zootecnista pero sobre todo guía de avistamiento de aves, señala ahora hacia el bosque. A lo lejos se ven cultivos de plantas medicinales en una zona que es reserva forestal, es decir que en teoría nadie podría tumbar los árboles con la disculpa de dedicarse a la agricultura. Pero lo hacen. Cuando llueve, dice Carlos Mario, los insecticidas y químicos que le echan a esos cultivos terminan en el agua.

Pero esa es apenas una de las tantas amenazas ambientales en la cuenca del río Cali. También está la minería de oro, con la que se están contaminando con cianuro y mercurio tanto  los ríos Felidia como el Pichindé. Las minas están ubicadas en un lugar llamado el Alto del Buey, en el Parque Natural los Farallones, (justo donde nace el río Cali) y tras el negocio, como es costumbre, existe una mafia que se aprovecha de la poca presencia del Estado.  

Y a ello hay que agregar otra amenaza, dice Carlos Mario: el crecimiento de la población. Esta zona rural se hace cada vez más atractiva para vivir. Por el clima templado, el viento perpetuo, la neblina de la tarde, la vista que permite apreciar el Valle del Cauca,  los servicios públicos baratísimos. Sin embargo, entre más gente llega más recursos naturales se explotan, más presión para el río.

En todo caso la Asociación Río Cali hace su trabajo. La iniciativa surgió a finales de los años 90 y actualmente está integrada por 12 personas, todos residentes de los poblados cercanos a la cuenca. 

Entre otras actividades brindan educación ambiental en los colegios y fincas, hacen trabajos de regeneración natural (siembran especies nativas como guayacanes, cedros, robles) y le insisten a la comunidad en que la conservación del medio ambiente es también una manera de ganarse la vida.

La Asociación, por ejemplo,  a través del programa Mapalina (que significa neblina)  promueve el turismo de observación de aves aprovechando que la cuenca del río Cali es una de las más ricas en pájaros. Algunas de las  casi 250 especies que se pueden apreciar son únicas en la región, lo que seduce enormemente a pajareros de todo el mundo.

Eso explica por qué todos los meses del año hay extranjeros por ahí viendo aves con binoculares, cámaras y lentes  tan pesados que parecerían necesitar la ayuda de un sherpa para llevar su equipaje.

Y cada que  eso sucede, cada que llegan los turistas,  se beneficia toda la comunidad:  el que se encarga de transportarlos, las señoras que los alojan y los alimentan, los jóvenes que los guían en los bosques mientras intentan avistar un búho durante la noche.  Así que definitivamente resulta más rentable cuidar el bosque que destruirlo.

Eso lo entendió muy bien Jaime Certuche, por cierto, quien se dedicaba a atrapar aves para venderlas en la galería Alameda y  ahora las cuida, las alimenta en su finca, para que los turistas paguen por entrar  y las observen. Él y tantas otras personas de la zona se beneficiaron justamente de la Feria de las Aves de Cali que se realizó en febrero pasado y que también fue liderada por  la Asociación Río Cali, cuyo objetivo es que la gente que vive en la cuenca del río y los alrededores se sienta orgullosa de su territorio, se empodere de él, “como un primer paso para conservarlo”.

Carlos Mario lo dice sentado en una piedra del río Felidia y enseguida se silencia para escuchar atento el canto de un pájaro.