La ciudad celebró sus 450 años con la visita del Papa, en 1986. Remembranza del máximo evento religioso en la historia de Cali.
Cali estaba emocionada. La ciudad hervía en una mezcla de ansiedad y felicidad. Estaba en ebullición, pero no porque llegara un artista de la Feria, un campeón famoso o un político en campaña. Ese jueves, la ciudad esperaba a Juan Pablo II, el primer Pontífice católico en pisar la capital vallecaucana. Algo nunca visto en sus 450 años de fundación, que celebraba por esos días. Lea también: Las visitas de Pablo VI y Juan Pablo II a Colombia. Un río humano vitoreó eufórico al Papa desde la Base Aérea Marco Fidel Suárez, donde aterrizó a las 7:21 p.m. del 3 de julio de 1986. La multitud lo vio pasar por la Carrera 8a. y la Calle 44, a bordo del papamóvil traído desde Ecuador para su visita. La romería de feligreses, portando velas y linternas, recibía su bendición por la Autopista Sur y la Calle 5a., hasta llegar al Seminario Apostólico en La Umbría, en Pance, donde pernoctó. A pesar de la extenuante jornada que había tenido en Bogotá y a sus 66 años, el Pontífice tuvo la energía para bajarse del avión, hacer los saludos protocolarios y subirse al papamóvil a cumplir el sueño de 25.000 niños de unos 500 colegios de Cali que lo esperaron en el Parque de la Caña desde el mediodía, en medio del sopor del verano. Lea: "mi encuentro con el Papa Juan Pablo II", columna de monseñor Darío de Jesús Monsalve, arzobispo de Cali. Pero empezó a lloviznar y el papamóvil pasó tan rápido como el cometa Halley el tema de moda de la época y los niños se quedaron con los cantos ensayados, los crucifijos para ser bendecidos y la frustración de no ver al Pastor. Pese al afán, al Santo Padre le llamó la atención y miró la piscina con olas y la gran pancarta, que lo saludaba en polaco: Qué bien que viniste a nosotros, te decimos los niños de Cali. El trayecto de 18,8 kilómetros desde la Base Aérea, tupido de banderas e imágenes del Papa en postes, balcones y ventanas, terminó a las 8:50 p.m., cuando entró al Seminario Mayor. Las monjas que hacían la calle de honor rompieron a llorar y olvidaron lanzarle flores, como habían previsto, según relató El País de la época. [[nid:552662;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/563x/2016/07/ep001145031.jpg;full;{Juan Pablo II, en su homilía de 59 minutos, en la misa del Campo Eucarístico, dio una vehemente defensa de la vida y la familia, llamó a madres colombianas y a los padres responsables a no cerrar sus puertas a una existencia nueva, en un claro rechazo al aborto. También hizo la coronación de la Virgen de las Mercedes, patrona de Cali.Fotografías: Archivo El País}]] Monseñor Héctor Gutiérrez Pabón, hoy obispo emérito de Engativá, recuerda que ser el encargado de las comunicaciones, le permitió estar muy cerca del Papa en toda su gira, desde que llegó a Bogotá. Su misión era mandar a imprimir sus documentos y tenérselos listos. Y acompañó a monseñor Pedro Rubiano Sáenz, arzobispo de Cali, en la organización de la visita. El hecho que más trascendió como señal de la sencillez del Papa fue que al llegar al Seminario buscaba un aguamanil donde lavarse las manos y una toalla, pero se encontró fue con la cocina y después de saludar amablemente a las señoras que preparaban la cena, no tuvo reparo en lavarse en el lavaplatos y se enjugó el rostro sudoroso y se secó con el limpión de los platos, cuenta Monseñor. Las señoras del comité organizador se azararon, pero el Papa las tranquilizó: ¿Quién no ha tenido en su vida una vez que lavarse las manos en la cocina y secarse con el limpión? No se afanen por eso. Cenó con 20 niños de la infancia misionera, dos de ellos de la calle que se resocializaban en instituciones. Comió muy poco y después de las buenas noches, entró en oración en una habitación sencilla. El viernes 4 de julio, presidió una Eucaristía en el Seminario Mayor con los seminaristas. Nos recibió a unos 70 u 80 seminaristas y su mensaje fue que debíamos ser buenos, luchar, estudiar mucho y amar a Jesús, evoca el padre José González, quien adelantaba sus estudios sacerdotales. González, hoy Vicario para la Reconciliación de la Arquidiócesis de Cali, destaca que accedió a tomarse la foto con ellos y que le impactó ver lo alegre, vigoroso y activo que era. Su devoción y el cuidado que tenía con todo me impresionaron, confiesa. Esa vitalidad le alcanzó para reunirse con 200 niños de infancia misionera de las Diócesis de Cali, Cartago, Buga, Palmira y Buenaventura, únicos privilegiados que comulgaron de manos del Papa. Vosotros sois mis pequeños grandes colaboradores de la evangelización, les dijo. Pero el evento apoteósico estaba por verse. Los organizadores adecuaron un Campo Eucarístico en las Canchas Panamericanas, para recibir 280.000 personas, pero ese 4 de julio llegaron 320.000. Cientos de niños, con uniformes de jardinera, medias y zapatos cerrados, formaron la cadena humana de contención y esperaron horas bajo un sol inclemente para verlo pasar y batir banderitas blancas con la imagen del Papa. Pese a la boletería numerada gratuita para garantizar el orden, las filas de ingreso a la misa concelebrada con 400 sacerdotes, llegaban a dos kilómetros. Incluso, un grupo se arremolinó y quiso forzar la puerta para 2500 invitados especiales, aunque se habían repartido cartillas sobre cómo comportarse bien. El Papa escuchó los gritos y vio a las autoridades tratando de contener la masa. Entonces, se levantó de su silla, se asomó a un lado de la tarima, les dio la bendición al granel y calmó los ánimos. Se resignaron a verlo en televisores que los vecinos sacaban a los antejardines o la pantalla gigante instalada en el Evangelista Mora. Incluso, la mañana de ese viernes, se hizo el simulacro del recorrido del Papa desde La Umbría hasta el Campo Eucarístico. Solo falló un pequeño detalle: el conductor del papamóvil, Marco Aurelio Martínez, olvidó las llaves dentro del vehículo. El simulacro se realizó con un jeep, mientras Martínez y otras personas en La Umbría retiraban el parabrisas trasero y parte del vidrio blindado. Al final, en la tarde, el Papa pudo llegar al Campo Eucarístico en su vehículo especial. Monseñor Gutiérrez Pabón tampoco olvida que al volver de Popayán y Tumaco, antes de seguir hacia Pereira, el hombre de confianza del Pontífice no quería que el avión aterrizara pronto en El Guabito de la Escuela de Aviación Marco Fidel Suárez y le ordenó al piloto que se mantuviera en el aire para evitar el saludo el Papa con los militares. El helicóptero daba vueltas, pero al final aterrizó y contra la voluntad del jefe de seguridad, el Papa se bajó y saludó a oficiales, cadetes y alféreces, conversó con ellos, se puso sus kepis, fue una experiencia bellísima, estaba feliz, comenta Gutiérrez. El entonces comandante de la Escuela, general Manuel Jaime Forero, dijo que el encuentro no duró más de diez minutos, pero que el Santo Padre les dio un mensaje de aliento y les donó un crucifijo en oro y la estampa de la Virgen María con una dedicatoria. Y ellos le obsequiaron un kepis y una daga de mando, para el Museo de El Vaticano. Gracias Cali, gracias señores periodistas, me siento muy bien aquí, pero me tengo que ir. Seguiremos unidos espiritualmente, se despidió. Y le confesó a monseñor Rubiano: No es posible que una ciudad con gente tan buena, tan cristiana y tan cívica, sea apaleada por la violencia. Voy a orar a Dios, a Cristo, a la Virgen María para que Cali, Valle y Colombia puedan vivir en paz, en alusión al azote del narcotráfico y el conflicto. Karol Wojtila plantó su semilla en la ciudad, simbolizado en un árbol al frente de la capilla del Seminario. Y siempre que monseñor Rubiano iba a Roma, le preguntaba: ¿Qué hubo del arbolito?, ¿creció o no? Era muy querido el patrón, dice Gutiérrez. El padre José relata que durante el recorrido del Papa, oíamos los comentarios de la gente: Por aquí pasó... es un santo, se le ve la luz. Presagios de la canonización del hoy San Juan Pablo II.