En un estremecedor relato, Cristian Castaño, contó cómo logro sobrevivir al ataque durante un tiburón cuando se encontraba en la isla de San Andrés, donde estaba entrenando en compañía de otros cinco apneistas con miras al VII Mundial de Apnea de Profundidad, en Roatán, Honduras, que se realizará en el mes de agosto.
En declaraciones a la Revista Semana, dijo que mientras la sangre que emanaba de su brazo izquierdo, sus piernas, fatigadas, no sentían del todo las heridas que llegaban hasta el hueso.
Afirmó que no se explica qué lo impulsó a darle con fuerza varios puñetazos al animal, pero en su mente solo tenía un propósito: sobrevivir- Un buen augurio no es siempre un buen presagio
“Nosotros ya habíamos tenido la situación con un tiburón, él se queda mirando a ver si tenemos peces y se va. Siempre se avistan tiburones, pero nunca habían atacado. Sin embargo, este sí se puso agresivo.”, expresó.
Ese día, el cielo estaba despejado y el mar tranquilo, nada presagiaba el brutal ataque. Se preparaban para sumergirse en una zona conocida coloquialmente como el Cantil de Nirvana, la cual les ofrecía la profundidad necesaria para llevar a cabo nuestro entrenamiento.
Para los deportistas era una sensación emocionante poder apreciar de cerca tiburones tigre, peces ángel y otras especies marinas.
Cristian recuerda que se puso el traje, la máscara y observó el agua, notando que algo no estaba bien, pues a lo lejos una sombra se acercaba a toda velocidad.
Pensó: “Sí, pero depende de la especie. La mayoría de tiburones que se ven en San Andrés son de arrecife, que son muy tranquilos. El problema es que este que vimos ese día era oceánico, es decir que es un tiburón que vive lejos en aguas abiertas, muy lejos de la orilla. Entonces, son tiburones que, como tienen tan poco alimento en mar abierto, cada que tienen la oportunidad de comer algo o ven alguna presa, si tienen hambre, van y atacan. Era una hembra y supongo que tenía mucha hambre”.
En cuestión de segundos llegó hasta donde estaba el grupo y Cristian dedujo que se alistaba para atacar.
Mientras respiraba tratando de tranquilizarse, vio como sus compañeros nadaban tratando de alcanzar la orilla de la playa a unos 500 metros de distancia. Huir resultaba casi imposible.
Cuando se quedó detrás del grupo sintió el primer embate del tiburón, quien rápidamente tomó ventaja de la situación dado su tamaño y fuerza.
“Le di patadas, le piqué los ojos, lo rasguñé”
Desesperado, contó como “le di patadas, le piqué los ojos, lo rasguñé”, pero de nada valió.
Su mano tocó el áspero paladar del depredador y supo que tenía que alejarse lo más rápido posible.
Nadó de espaldas, sin perder de vista al tiburón, impulsándose con todas sus fuerzas hacia una de las boyas donde estaban sus compañeros.
El tiburón mordió su cuerpo en varias oportunidades. No paraba de nadar.
“Los siguientes quince minutos fueron los más largos de mi vida”, dice Cristian, pues a pesar de nadar a toda velocidad, no parecía avanzar. El dolor aumentaba y su incertidumbre también.
Dos de sus compañeros ubicaron la lancha y fue así como Cristian junto con los demás que se encontraban aún en el agua lograron ser rescatados.
Cuando llegó a tierra cayó mareado debido a la cantidad de sangre perdida y su compañero Juan David, apneista y médico le realizó un torniquete para parar la hemorragia y cubrir los huesos que estaban al aire.
En un taxi fue llevado al hospital de San Andrés donde los médicos revisaron cada una de las lesiones.
Afortunadamente, las heridas no fueron profundas y no afectaron nervios, tendones, ni ligamentos. “Viendo mis manos y pies no lograba asimilar que mis dedos siguiesen completos y casi funcionales”, repuso asombrado.