A pocos amores Van Gogh le fue más fiel que a Japón. Testigos de su amor son las cartas que escribía a su hermano Teo y a otros amigos suyos pintores, donde hablaba de la admiración que le producía la cultura y sociedad que podía percibir gracias a los grabados hechos por los artistas niponeses de su época. Resulta paradójico, sobre todo si se tiene en cuenta que el artista nunca pisó el suelo oriental. Pero ahí está el amor, no solo presente en sus cartas sino también en sus pinturas y dibujos.

Pero Vincent Van Gogh no fue el único artista que cayó bajo el influjo oriental en el siglo XIX. De hecho, fueron varios los que fueron cautivados por el arte de la sencillez, de la naturaleza y de la sociedad, por esta suerte de realismo que ya empezaban a explorarlos europeos para la segunda mitad del XIX.

El documental ‘Van Gogh y Japón’ está dirigido por David Bickerstaff y tiene como punto de partida la exposición homónima realizada por el Museo Van Gogh de Ámsterdam.

Al igual que los documentales que hemos visto con anterioridad, este también devela muchas sorpresas y datos que nos permiten conocer mucho más a los artistas a través de sus obras. Esta vez, 60 obras emblemáticas de Van Gogh son analizadas desde una perspectiva que tal vez nos resulte nueva para quienes conocemos al pintor más por su obra reconocida, que por sus inquietudes artísticas.

Para esto, el documental resulta revelador en los detalles de un hombre que, a diferencia de muchos de sus contemporáneos, llegó a la pintura en unos tardíos 27 años. En sus comienzos como dibujante, pronto descubriría el arte japonés a través de los gráficos que llegaban a Europa, llamados en sus orígenes como ‘ukiyo-e’, que significa algo así como imagen del mundo efímero.

Aquellos cuadros en los que se representan instantes de la vida cotidiana y de la naturaleza, estaban cargados de movimiento, fuerza y luz, resultaron reveladores en la vida del arte europeo. Van Gogh no fue la excepción y pronto cayó rendido ante el reconocido ‘Japonismo’.
Por esto, el documental presenta en detalle varios de los 100 grabados japoneses de la colección de Van Gogh que hicieron parte de la exposición. Los dibujos productos de un extenso proceso en el que intervenía el artista, el tallador y los impresores, tuvo grandes exponentes, Hiroshige y Hokusai, entre ellos. De hecho, algunos de sus cuadros sirvieron de inspiración al holandés, que se aventuró a reinterpretarlos, con otros colores y con sus famosas pinceladas.



Poco a poco, la vida de Vincent Van Gogh se movió bajo otra dinámica. El japonismo dejó de ser solo una inspiración que le llevaba a utilizar nuevos puntos de vista, colores y encuadres, y llegó a convertirse en casi una idealización. Prueba de ello yace consignada en sus cartas donde empieza a ver al Japón incluso en la ciudad de Arles, a la que se trasladó poco después de abandonar París. Pese a que el sur de Francia en nada se parece a Japón el pintor lo veía en todo lo que lo rodeaba: la luz, las flores, los estanques, los botes. Arles, Saint-Rémy y Auvers-sur-Oise, serían los lugares donde el pintor viviría sus años más productivos, dibujando con rapidez y destreza, fortaleciendo las líneas y recomponiendo la naturaleza a su manera.

Poco a poco, y guiado por la mirada y la opinión de expertos, constatamos con el análisis detallado de cuadros como ‘La cortesana’, ‘La mujer meciendo la cuna’ y hasta con sus autorretratos, la manera como Van Gogh mezcla influencias japonesas a su voluntad, definiéndose como un artista moderno con claras influencias asiáticas.

Tal vez la gran ironía de todo este amor de Van Gogh hacia Japón fue que nunca pudo conocerlo. Un dato más en su difícil vida. Su amor por Japón podría ser entonces, una historia triste, pero como bien dicen en el documental, “a los japoneses les encantan las historias tristes”. Tal vez por eso, hoy por hoy, Van Gogh es el pintor europeo más querido en Japón y su obra la más valorada. Después de todo, Van Gogh sí logró conocer Japón. @Kayarojas