Cuando Pedro Antonio Zape cruzó la sala de Redacción de El País, el jueves pasado, pocos notaron quién era.
Llevaba una gorra inglesa negra, lentes oscuros, yines, camiseta de rayas y zapatos de goma. Y renqueaba al caminar. Los kilos de más que hoy lo acompañan, a sus 69 años, han torturado sus rodillas. Una de ellas, la derecha, acaba de pasar por el quirófano.
Esa figura, desde luego, poco se parece a la de aquel jovencito que con 19 años se puso por primera vez un buzo de arquero, con el Deportivo Cali, y desde entonces cautivó al continente entero con sus elásticas y heroicas atajadas.
Cinco títulos en el fútbol colombiano y cuatro subcampeonatos en Copa Libertadores, además de sus grandes actuaciones con la Selección Colombia, dieron cuenta, entre 1969 y 1988, de la grandeza de Zape. Para muchos, el mejor arquero colombiano de toda la historia.
Llegó a las 4:00 en punto de la tarde. Venía a cumplir una cita con el diario como invitado especial de un Facebook Live sobre el amistoso de este viernes entre Colombia y Japón.
Antes de entrar al set, el director de Información del periódico, Diego Martínez Lloreda, lo saludó con un fuerte estrechón de manos y una contundente frase que Zape supo agradecer. “Bienvenido, Pedro. Usted fue mi ídolo desde niño y por ‘culpa’ suya me convertí en arquero cuando jugaba fútbol en el colegio”, le dijo Diego, con un tono de solemnidad en su voz.
Con una sincera y larga sonrisa respondió Pedro. Y luego vino la foto para el recuerdo.
Haber sacado a Pedro de la comodidad de su natal Puerto Tejada ya era un logro. Y tenerlo en la Redacción de El País, todo un honor. El Facebook Live dura 45 minutos, pero Pedro lo extendió sin darse cuenta a una hora y cuarto.
Sentado al lado del exjugador Hamilton Ricard, devolvió el casete, como dijo él mismo. Contó cómo fue su llegada al Cali, cuando todavía era jornalero de un ingenio. Dijo cómo era ser un alumno de la escuela bilardista y recordó que el ‘Pecoso’ Castro fue el discípulo más aventajado de esa doctrina.
“Una vez, en un cobro de equina, se paró el ‘Chumi’ Castañeda, de Nacional, casi dentro del arco, y a Bilardo le gustaba poner hombres en los palos. Entonces, ‘Pecoso’ se le puso al lado y en el momento menos pensado le pegó un chicle en el afrito y lo estrelló contra el poste. Era un marrullero completo ese ‘Pecoso’”.
También evocó el incidente con el uruguayo Fernando Morena, en un juego contra la Selección por Copa América, cuando el delantero le dislocó el hombro tras atajarle un penal.
Reveló que seis días de la semana era futbolista y uno de ellos un bailarín aficionado en El Escondite o Escalinata, cuando la noche caleña parecía solo una oda a la salsa. Aclaró que Willington quebraba cinturas rivales en la cancha, pero nadie como Umaña para mover las piernas en la pista de baile.
Y recibió en vivo saludos de todas partes, desde Estados Unidos hasta España, que agradeció nuevamente con una larga y generosa sonrisa. Y, para cerrar, nos invitó a todos los del set a un sancocho que él mismo prepara, y que es tan popular como el nombre de Pedro Antonio Zape en Puerto Tejada.
¡Ah! Y fuera de cámaras, muy a pesar de su lentitud y la dolencia de sus rodillas, se atrevió a bailar ‘ras tas tas’, al son de tonadas propias que tarareó con mucho ‘flow’.
No había tenido el placer de conocer a Pedro (lo vi en el Pascual ya en sus últimos años), pero cuando compartimos el Facebook Live, sentí que hacía tiempo lo conocía. Quizás en ello tuvo que ver mucho mi padre, porque cuando yo era niño y jugaba a ser Falcioni, mi viejo, sin desconocer la grandeza del argentino, me hablaba de Zape.
Y sus ojos se encharcaban y su voz se quebraba como si hablara de una deidad al evocar sus atajadas. Y luego, cuando vi atajar a Óscar Córdoba, le decía a mi padre que difícilmente habría un colombiano tan completo en el arco. Y mi viejo volvía y me hablaba de Zape. Y todavía lo hace.
Hacia las 6:00 de la tarde, Pedro abandonó el periódico, no sin antes comerse unas cuatro empanadas y tomarse fotos con muchachos de esta Redacción que nunca lo vieron, pero saben de sus gestas.
Estaba ansioso por fumarse un ‘faso’ (cigarrillo), porque eso también, confesó, se lo aprendió a Falcioni cuando fue suplente suyo en el América.
“Hasta la próxima, señores, me voy pa’ mi pueblo. Gracias por regalarme este rato tan agradable, no saben lo que uno siente cuando le devuelven el casete y le recuerdan que fue importante”, se despidió.
Se montó a un carro del periódico que lo transportaría hasta su casa, bajó el vidrio de la puerta y sacó de su bolsillo una cajetilla de Marlboro. Llovía en Cali y el frío me atizaba una repentina tristeza por no haber sido testigo de la grandeza de Zape en el arco. Mi jefe Diego y mi viejo entienden lo que digo.