Enfrente de César Correa hay una gran mancha azul, aunque él prefiere darle la espalda. Se trata de un lienzo fallido.
Lo pintó seis veces. La mayoría de los intentos le “sacaron la piedra” y uno de ellos lo satisfizo, pero después de haberlo tapado con otra obra que, de nuevo, le “sacó la piedra”.
No se sintió cómodo hasta mentarle la madre al lienzo, pintarlo todo de azul y utilizar otra tela para emprender un cuadro abstracto que solucionara su frustración.
¿Será que la culpa es de un romance que lo ataca como un recuerdo difícil de lidiar? Es solo una hipótesis. De todos modos, César no descarta la posibilidad de que la causa sea una crisis intelectual, ojalá pasajera. ¿O posiblemente un breve recorrido por el “peor de los infiernos: el de la incertidumbre”? El artista caleño recuerda la larga temporada en la que estuvo en dicho averno: entre los 18 y 28 años. –Era un vagabundo. No sabía a qué dedicarme. Estudió tres semestres de ingeniería electrónica. Divagaba entre la biomecánica, la literatura y la filosofía. Desempolvó libros de psicoanálisis por siete años.
Lea también: 'En video: ¿arte parecido? Estudio revela similitudes entre Botero y Picasso'.
Ningún oficio lograba su cometido con el futuro pintor: dormir poco a causa de una obsesión. Finalmente disipó la duda con la lectura de ‘Cartas a Theo’, de Vincent Van Gogh, un libro dedicado a su hermano que a veces toma la forma de una biografía sobre las esperanzas y desilusiones del artista. –Van Gogh me salvó del suicidio –expone César–. Poco después me vi explorando sus pinturas. Pude darle un sentido a mi vida. Había descubierto algo nuevo, algo a lo que podía dedicar todas mis horas.
El artista holandés fue un aliciente para que el caleño pasara “de vagabundo a pintor”. Sus primeros cuadros intentaron ser un homenaje a Van Gogh, un joven enamoramiento por su vertiente post-impresionista, en especial por ‘Los girasoles’, serie de óleos amarillentos.
Años más tarde, encontró su propio estilo: lienzos dotados de colores relucientes, fuertes pinceladas y un evidente desdén al arte figurativo. Hoy, se siente completo al recitar: –Sin el color y sin el amor todo vale nada y el resto vale menos. Podría limitarse a referir el color, pero “caería en las mismas de Van Gogh”, cuyas enamoradas, antes de que se pegara un disparo en el abdomen, fueron el arte y la naturaleza.
Sin embargo, no demerita el oficio con el que lleva más de 20 años, que le ha valido exposiciones en Brasil, Argentina, México, EE.UU., Italia y Francia y el título de : ‘El maestro del color’, como lo llaman sus colegas gauchos.
La segunda edición de la exposición ‘Ni una menos’, César fue invitado por la galerista Virginia Hernández.
En su estudio
Por un largo pasillo confluyen lienzos de alturas intimidantes, sillas salpicadas de pintura y abrazos, muchos abrazos. El abrazo, precisamente, es la imagen predominante en el estudio de César: dos individuos cuyos brazos parecen un resistente eslabón que los une como petrificados por el erotismo. Casi siempre están de pie y es por lo significa esta posición:
–Es vida –dice César–. Al contrario de un abrazo acostado, el cual recuerda la postura en la que sepultan a los muertos. La imagen es un referente obligatorio desde que fue su tesis de grado en Artes Plásticas del Instituto Popular de Cultura de Cali. La obsesión ha llegado al punto de querer construir un Parque de los Abrazos en donde los protagonistas sean esculturas de dos metros que refieran 12 tipos de abrazos: el de la bienvenida, la solidaridad, la ayuda, el encuentro, el acercamiento, la amistad, la seducción, la pasión, el enamoramiento, las dificultades, la familia y el de los duelos.
Además: 'Tres artistas colombianos cierran la programación de este año en el Museo Rayo'.
Hasta ahora solo se ha levantado el abrazo de la bienvenida en frente del edificio Río Alto, del barrio Santa Teresita (Cali). La idea es que las esculturas se dispersen por la ciudad, dependiendo de las labores que adelante la empresa 180º Constructora, antes de reunirlas en un solo lugar. Sin embargo, el proyecto es incierto.
¿Y qué hay de ese lienzo fallido, ese cuadro azul? Quizá termine en la habitación de al lado de la entrada al estudio: el cuarto de obras frustrantes, que no son pocas.