A la edad de 80 años Eleanor, la esposa de toda la vida del director y productor Francis Ford Coppola (‘El padrino’, Drácula’ y ‘Apocalipsis Now’), ha decidido dirigir su primer largometraje de ficción. Suena a capricho. Pero cuando vea la producción que lleva por nombre ‘París puede esperar’, que también fue escrito por ella, el rumor del capricho cobra sentido.
El resultado no podría ser más artificioso. Por no decir que esta es una de esas películas innecesarias, como tantas otras, que se quedan a medio camino entre comedias románticas y dramas más graves. Ni lo uno ni lo otro.
La película narra la historia de Anne (Dianne Lane), la esposa de un exitoso productor de cine norteamericano (Alec Baldwin) que se encuentra en el festival de cine de Cannes acompañando a su esposo, quien parece no determinarla mucho. Ella en su silencio, toma fotografías con una cámara pequeña que carga en su bolso, a todo lo que la inspira y motiva. La comida, sobre todo. Así pasa sus días la amable y elegante mujer, extrañando a una hija que se inaugura en su vida adulta y empieza a vivir lejos del nido y buscando la manera de conectarse de nuevo con su esposo.
Por eso aceptó acompañarlo a Francia, porque acariciaba la romántica idea de pasar tiempo con él, pero en la cabeza de aquel solo hay lugar para los negocios. Y después de Cannes volará a Budapest y después a París donde, por fin, le dedicará tiempo a su esposa. Como vive en su propio mundo, el marido ni siquiera se ha percatado de que a su esposa le duelen los oídos y que, así como está, no podrá acompañarlo Budapest.
Esta resulta ser la excusa perfecta para que su socio francés, Jacques (Arnaud Viard) se ofrezca a llevar a Anne, en auto, a París. El plan resulta práctico, sobre todo porque muy pronto podrá llegar a la capital. Y así la pareja de esposos se despide y ella se embarca en una aventura con el apenas conocido Jacques.
La película entonces toma forma, con un recorrido que se convierte en un paseo por los sentidos, pues Jacques resultar ser un conocedor de vinos, comidas y lugares que no duda en ir descubriendo a su paso, como un gesto galante a la mujer de su socio.
Anne, por su parte, va dejando de lado su afán y empieza a dejarse tentar por los sabores, los olores, la luz y la belleza de la Provincia francesa que se extiende frente a ella. Y a nosotros también. Porque de no ser por este telón la película sería más aburrida de lo que es.
Está claro que el arma de Coppola está en la imagen, ella se desempeñó como directora de fotografía e incluso como camarógrafa y eso se nota en ‘París puede esperar’, en las interminables escenas repetidas de la protagonista tomándole fotos a todo. Las tomas de los platos exquisitos y las copas seductoras se presentan ante nuestros ojos como salidas de las mejores páginas de una revista de cocina o un comercial de televisión.
Sí, por un momento la oferta resulta tentadora para el espectador pero cuando las secuencias se repiten una y otra vez, la poca trama se torna aún más escasa. Sin mencionar el asunto de los planos insertos de ciertas pinturas famosas.
El viaje avanza a ritmo lento entre paradas, restaurantes y charlas que sin duda nos hacen pensar en Alexander Payne y su ‘Entre copas’ (2004) pero sin llegar a ninguna profundidad. A diferencia de aquellas, las conversaciones sostenidas entre Lane y Viard son forzadas y no conducen en realidad a ningún lugar.
Pareciera que la pluma de Coppola apuntaba a la sana intención de mostrarnos un naciente romance pero nada más lejos de la realidad, o bien por un problema de casting entre un par de actores que no parecen tener química en pantalla o simplemente porque el guion no ayuda. Los personajes no crecen, no se manifiestan y, por más contenidos que sean, nunca terminamos de creernos que los personajes sienten la atracción entre ellos y mucho menos que se expresen en una incómoda escena final.
Entonces ‘París puede esperar’ resulta una buena oportunidad para ver el sur de Francia y gozarse con algunos de sus lugares emblemáticos. A manera de vistazo aparece el monte Sainte-Victoire, inspiración de Paul Cézanne, Lyon y otras ciudades (con algunas imprecisiones geográficas) que, a manera de telón, pretenden convertirse en el más romántico escenario de una comedia.
Pero el espectador podrá sentirse que presencia el capítulo unitario de un dramatizado de televisión, donde el enamoramiento surge más por capricho del libretista que por una pasión intrínseca.
Esperemos que con ‘París puede esperar’, la señora Eleanor haya calmado el antojo de dirigir y entienda que eso se le da mejor a su marido Francis y a su hija Sophia, quien lo hace bastante bien.