En Vigilia (Tusquets), su primera novela, la escritora y doctora en Estudios Hispánicos de la Universidad de Pensilvania Daniella Sánchez Russo entrega una narración donde las mujeres sueñan para escapar. Irene, madre primeriza de dos mellizos encerrada en un matrimonio que está por romperse, y Luzmila, encargada del servicio doméstico de su casa durante décadas, hilan una relación de complicidad y ensoñaciones que les permiten reflexionar sobre el presente y pensarlo de nuevas formas.
La narración se desliza entre cuerpos de agua donde aparece violencia de las llamadas “pescas milagrosas” en los años noventa, y el agua como espacio poético que lava y descarga el peso de la vida familiar, los recuerdos de la niñez de Irene y la compleja relación con su hermano. Su vida transcurre en un Caribe clasista de discriminaciones y violencias políticas, donde la realidad de los hogares adinerados se desconecta de las necesidades reales de sus habitantes.
Su novela se llama Vigilia pero hay muchas historias que nacen en los sueños. ¿Cuál fue la intención?
El título lo tenía desde hace muchísimo tiempo; de hecho, fue la recomendación de un compañero en la Maestría de Escrituras Creativas que cursé en la Universidad de Nueva York para una primera versión de Vigilia. La novela fue cambiando mucho con los años, porque tuve el tiempo de reflexionar sobre lo que ese título azaroso o destinado a ser podía significar para la historia.
Aunque la vigilia denote un estado de alerta, un estar despierto, quería que este sentir de extrema vigilancia estuviera presente incluso en los sueños de la protagonista, los cuales hacen eco directo a lo que le sucede en su día a día. En ese sentido dejan de ser estrictas las fronteras entre el sueño y la vigilia, entre el dormir y el despertar, aunque debo decir que narrar los sueños invita a un imaginario de imágenes que el pacto de verosimilitud de Vigilia no permitía. En los sueños que suceden en la novela se trabajan distintas versiones de la casa de Irene, cuya atmósfera no sería habitable por seres humanos, o una en que la arquitectura de la casa es imposible.
Un concepto llamativo en la novela es el agua que, incluso cuando está quieta, tiene un significado que le subyace. ¿Por qué es tan importante para Vigilia y para usted?
Habiendo crecido en el Caribe el agua se volvió un elemento con el que estaba en contacto más allá de las necesidades básicas. Podía ser un elemento que tomaba una forma imponente en el río Magdalena o el mar Caribe, casual en las diferentes piscinas que plagan la zona, tranquilo en las duchas largas que tomaba por el calor que hacía. En Vigilia busqué experimentar con una poética del agua que ayudara a generar una atmósfera del Caribe que me posibilitara transmitir las diferentes formas y movimientos que el agua asume en la región. El agua es, además de un elemento propicio para generar alegorías acerca del lugar donde se ubica la novela, un motor para proyectar la vida emocional de los personajes y, con esto, el tránsito mismo de la novela, debido a que permite pasar de lo claro a lo turbio, o de lo ligero a lo denso, o del movimiento (en los ríos) a la quietud (en estanques).
Usted cuestiona la infancia que socialmente sigue siendo idealizada…
Estos días me preguntaron por la memoria dentro de Vigilia y es curioso porque nunca hice una reflexión abierta sobre eso mientras escribía, esto aunque buena parte de la novela resultó ser un ejercicio de cómo se construye la memoria de la infancia. Usualmente tenemos poco acceso a este periodo de nuestras vidas. Hablamos de la infancia por medio de destellos que nos llegan como de otra parte, o porque poco a poco se arma una narrativa de la infancia por lo que dicen nuestros padres, abuelos, tíos y cuidadores: “hacías esto, te gustaba comer esto, decías estas palabras”, o por fotos. Siendo de tan difícil acceso la memoria infantil, al leer Vigilia, una novela repleta de recuerdos hiperrealistas del pasado de su protagonista, el lector puede entender que la primera persona está fabricando estas memorias, y que las está fabricando para ver si hacen eco con el presente, y preguntarse si a través de esta memoria infantil puede desatar los nudos que no está logrando desatar en su día a día. Lo obvio con que está trabajando sobre sus recuerdos puede comprenderse en un capítulo en que nos indica: “todo esto que recuerdo podría ser mentira; el asunto me preocuparía si estuviera buscando la verdad”.
También plantea dar vueltas sobre el pasado para construir un presente o justificar por qué estamos en este punto, y para eso hace una serie de cambios de historias.
Trabajo la primera persona de Irene en dos tiempos: su presente, narrado en pasado, un presente en que su matrimonio se ve puesto a prueba y en que está estrenándose como madre; y trabajo una época pasada, su adolescencia, desde el presente, como indicando que ahí están las claves que Irene necesita para entender la insatisfacción en que ahora se halla.
Ahora bien, dentro de estas dos narraciones de Irene vamos encontrando historias que se repiten, con distintas variaciones. No son errores, sino maneras de jugar mientras se escribe, maneras de insertar al lector en el juego que es la escritura. También me encuentro en modo de juego cuando hago que en ciertas escenas los personajes de Vigilia transformen su personalidad de forma repentina. Por ejemplo, cuando Federico, un niño enfermizo, amoroso, ultra dependiente, insulta a Irene hacia el final de la novela, y lo hace con fraseos que parecen de adulto. Me gusta sentir que la literatura y los personajes de ficción tienen esa plasticidad: uno puede llevarlos a ciertos extremos y traerlos de regreso a su esencia en un instante.
Sobre el tema del servicio doméstico, que trata en esta novela y que se encuentra estudiando, ¿qué puede hacer la literatura para sostener conversaciones al respecto?
Mi nueva novela trata sobre una secta que tiene vida en el presente y se traslada geográficamente de Barranquilla a Bogotá. Si en algún momento en esta nueva novela vuelve a surgir el tema del servicio doméstico, dudo que se parezca demasiado a las relaciones laborales presentes en la casa de Vigilia. Probablemente señalaría relaciones impersonales, con mujeres que entran y salen de distintas casas, aún con contratos laborales precarios, pero sin la dependencia de otros tiempos.
El periodismo
“Hay muchas partes donde se pueden ver las facturas del periodismo en Vigilia. Por momentos Irene habla como si fuera un archivo periodístico, como en la escena en la que ella va con su esposo y sus dos niños a la playa; mientras salen de la ciudad y se adentran a una zona más rural antes de llegar a Sabanilla, ella empieza a decir que hubo -como en realidad ocurrió- una época, hace 20 años, cuando se empezaron a hallar cuerpos que terceros ahogaban y que luego dejaban tirados a los lados de la carretera, e indica que cada semana salían noticias en el periódico relatando estos hechos, que eran noticias pequeñísimas, perdidas entre la sección judicial”.
“Rememorando cosas del tipo, Irene se convierte en una especie de ventrílocuo para que ingrese el archivo periodístico. Hay otras partes en donde la mamá de Irene comienza a crear una especie de archivo de las pescas milagrosas de la ciénaga, al recortar las noticias que salen en los periódicos y pegarlas en cartulinas en donde agrupa la información. Estas noticias recortadas después las lee en voz alta a su familia y esos pedazos que lee en voz alta son apartados literales de artículos que se publicaron en los noventa en periódicos locales como El Heraldo. Son tres, cuatro oraciones repartidas en diferentes partes de la novela que hacen que el lector pueda acercarse al tono que se manejaba en la época”.
“Mi ficción seguirá relacionándose con el periodismo atendiendo a historias que sí sucedieron y que puedo introducir en la atmósfera de la novela casi que naturalmente. Eso me encanta porque convierte una parte de la novela casi que en una radiografía de nuestra sociedad”.