El protagonista de esta historia no tendrá un nombre visible para su propio relato. A los 15 años, su mundo parecía una sutil repetición. La parte alta de Siloé y sus calles retorcidas marcaban el horizonte: la delincuencia, el crimen, las pandillas. “No había muchos chances distintos”, recuerda ahora el chico, cinco años después.
Hasta que pudo darle un giro a su vida. Fue un hallazgo. Un milagro. Un encuentro. Todo ocurrió a la vez, cuando en el 2017 empezó a formar parte de los Gestores de Paz y Cultura Ciudadana, estrategia de la Secretaría de Paz y Cultura Ciudadana de la Alcaldía de Cali que funciona como mecanismo de articulación social basado en la experiencia de habitantes de distintos sectores, que a partir de sus esfuerzos por volver a empezar se transforman en agentes de cambio que multiplican justamente, dicha intención.
Para el joven de esta historia, el comienzo del cambio estuvo primero en el fondo. “Fui parte de una pandilla. Nos enfrentábamos con nuestros rivales. Delinquíamos. Llegué a prisión, casi me matan”, cuenta citando los dos disparos que le hicieron. El día de los disparos vio el fondo. Pero también la luz. Recobró fuerzas para reconstruirse de otra manera y pelear otras luchas y con otras armas: “Sueño con ser cocinero”, confiesa entusiasmado. Parece otro hombre. Y lo es.
“Ser parte de los Gestores de Paz me ha llenado por completo. Además, puedo ayudar a mi familia”, cuenta, detallando que hoy sus días despuntan a las 4:30 a.m., que es la hora a la que se viste con el chaleco que lo identifica públicamente como Gestor, para empezar a recorrer la ciudad. En esas jornadas nunca hay una misma rutina y, eso, dice, es lo que más le gusta: un día puede arrancar en las estaciones del MIO, ayudando a las personas con información de las rutas, y terminar a orillas del río Cali, ayudando a limpiarlo.
Convencido de la necesidad de seguir reconstruyéndose, en el tiempo que le queda, el chico estudia Servicio al Cliente. Aunque su pasión es la cocina, sueña con tener un emprendimiento, un negocio de postres, quiere seguir sirviendo, de la manera más dulce posible, a los demás.
“Mi mayor aprendizaje es haber entendido que somos una sociedad diversa. Ese conocimiento se debe incentivar porque nos hace únicos, se convierte en aporte a nuestra comunidad, a nuestra sociedad”, manifiesta firme pero sonriente Angie Paola Gómez.
De hecho, ella no deja de sonreír al hablar de la universidad. Sueña con ser profesora y eso le enciende la vida en el rostro. Atrás, muy atrás, queda el miedo: en el 2007 un grupo de encapuchados entró a la casa donde ella vivía con su familia en El Patía, Cauca, rompiendo para siempre la tranquilidad que había conocido de niña, creciendo entre los animales de la finca, el maíz de las cosechas, el viento y el río. Todo lo que se acabó. Todo lo que le arrebataron los encapuchados, esa vez que tumbaron la puerta.
Huyendo en la noche terminaron en Cali. “Llegamos a la casa de un tío. Con el tiempo entré a un colegio del barrio Las Orquídeas y ahí terminé mi bachillerato. Encontré en el estudio una forma de sanar”. El siguiente paso de su ‘tratamiento’ ocurrió cuando entró a formar parte de los Gestores de Paz y Cultura Ciudadana. Conoció la posibilidad de vincularse a esta estrategia a través de la Unidad de Víctimas, y allí empezó otro camino cimentado en la reconciliación y el perdón.
“Como Gestora he conocido gente que vivió situaciones similares a la mía y eso me ha permitido entender que, entre todos, podemos realizar un cambio. Yo pude sanar mis heridas del alma, entendí que lo ocurrido en el pasado no es un motivo para guardar rencor. Con la pedagogía del amor, los profesionales que hacen parte de nuestra formación como gestores, nos ayudan a entender desde la práctica con estrategias de integración. A las personas que entraron con las capuchas a la casa de mi familia, ya las perdoné”.
Angie Paola, actualmente de 23 años de edad, quiere tener un jardín infantil desde donde pueda ayudar a la primera infancia.
En el sueño, su jardín tiene recortes de pasto y animales libres, con los que podrán interactuar sus alumnos, aprendiendo desde esa cercanía, sobre los milagros de la naturaleza, sobre el respeto, la bondad, la compasión.
“Tal vez no sientan el viento del Patía, pero van a sentir el nuevo aire de reconciliación que hay en Cali”, se promete ella. Y sí, Angie ha vuelto a soñar.
Tenía 10 años cuando cargó su primer fusil, un M16 más grande que ella. Colgando al hombro, la culata le arrastraba por el suelo. Su primer uniforme fue un camuflado del ELN. Sandra tuvo que aprender a disparar a esa edad. Y tuvo que aprender a correr por el monte, huyendo de los tiros que cruzaban de todas partes en los enfrentamientos con el Ejército. Y tuvo pues que aprender a convivir con el miedo, que también era más grande que ella.
Hasta que con al apoyo de algunas compañeras tomó la decisión de fugarse. Se entregó al Ejército. Recuerda que le hicieron unos exámenes dentales para determinar su edad: tenía 17. A esa edad Sandra se reconoció libre por primera vez. Su primera gran decisión fue vivir en Cali y entrar al proceso de reintegración del Gobierno Nacional.
Han pasado 11 años desde entonces y en la banda sonora de sus días ya no hay estallidos. Al menos fúnebres. Porque sí hay mucha música.
Sandra se convirtió en Gestora de Paz y Cultura Ciudadana, y como parte de su proceso para certificarse como tal, cursó módulos de danza y música. Todo es parte del programa de formación en el que debe apropiarse de distintos elementos y herramientas artísticas y culturales, que le sirven en principio para articularlas a su propio camino de resiliencia, y luego para ayudar a los demás.
Sandra también aprendió manualidades, y a dejar ir el rencor. Y lo que interiorizó lo comparte como Gestora: dicta talleres de manualidades para mujeres adultas, a quienes les sirve de compañía y apoyo emocional. “Para mí la paz es esto, aportarle mucho a la comunidad”. De esta manera, entiende ahora, es que el país puede ser otro, con un poco más de espacio para que todos quepan. En Cali ella aprendió a ver el mundo así, como un lugar más grande que el que alcanzaba a divisar desde la otra orilla, donde sus pies de niña aprendieron a caminar al filo de la muerte.
Convertirse en una Gestora de Paz y Cultura Ciudadana, pues, ha sido un renacimiento en todo el sentido de la palabra: preservar su nombre de pila en el anonimato, en parte, tiene que ver con eso. Quizás, de alguna manera, ese viejo nombre no coincide con esta nueva Sandra.
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