Por Ronal F. Rodríguez, Especial para El País (*)
El pasado 23 de marzo, la oposición venezolana, liderada por María Corina Machado, designó a la profesora y filósofa Corina Yoris Villasena como la candidata que competirá contra Nicolás Maduro en las próximas elecciones presidenciales de ese país, fijadas para el 28 de julio.
Con esta decisión, queda claro que las elecciones primarias realizadas en octubre de 2023, y que ganó María Corina, no solo eligieron a una candidata sino a un liderazgo, pero sobre todo una ruta para salir del régimen chavista, y la ruta es electoral.
Pero tales ‘dificultades’ para la inscripción confirman que, del lado del régimen, Nicolás Maduro está haciendo todo lo posible por quitarle valor a los anunciados comicios y forzar la renuncia de la oposición a participar en ellos.
En efecto, el chavismo le ha apostado a la “nicaragüización” del sistema político venezolano, y parece dispuesto a pagar los costos internacionales de consolidar la dictadura. Finalmente, Maduro no solo se juega la continuidad en el poder o la supervivencia del proyecto político de Chávez, lo que se está jugando es su libertad.
¿Entonces por qué la actual dictadura venezolana se somete a una elección? Se suele pensar que los dictadores montan escenografías electorales para legitimar su poder y argumentar que gobiernan por voluntad del pueblo, pero en el mundo de hoy eso es difícil de creer, hoy es más difícil maquillar los autoritarismos.
Realmente las elecciones les permiten a las dictaduras demostrar y exhibir el nivel de control que tienen sobre el sistema político, las instituciones, las organizaciones del Estado y hasta de la población.
Una estrategia que les permite a este tipo de regímenes sancionar, inhabilitar, detener y perseguir a sus detractores a fin de robarles la esperanza de un cambio, del retorno a la democracia o, incluso, de una moderación de la dictadura. Las elecciones son una oportunidad para mostrarse fuerte y hacer ostensible el aparato represor.
El régimen ha hecho todo lo posible por dividir a la oposición, por cuestionar los liderazgos políticos y por limitar la participación de los ciudadanos. El objetivo es que antes del 28 de julio la oposición se niegue a participar, como en las elecciones parlamentarias de 2005 y 2020, en las locales de 2017 o las de Asamblea Nacional Constituyente del mismo año y las presidenciales de 2018.
Si la oposición no participa, montar el show del supuesto apoyo de las bases chavistas les resultaría más fácil, e intentar hacer la puesta en escena en la cual Maduro es reelegido por segunda vez con una gran votación, al mejor estilo de Vladimir Putin en Rusia.
Sin embargo, la oposición venezolana, que lo ha intentado casi todo para salir del chavismo, está construyendo una cohesión en favor de la salida electoral, y es plenamente consciente de que no compite por la alternancia política en una democracia.
La oposición ha designado a Corina Yoris para presentarse a un certamen electoral con todo en contra, no solo el ventajismo y la instrumentalización del Estado o el despilfarro de recursos públicos, como en los años de Chávez.
Es predecible que el régimen recurrirá a las herramientas de extorsión como el ‘carné de la Patria’ o las listas para perseguir a los opositores y limitarles el acceso a sus derechos, y muy seguramente el oficialismo recurrirá al amedrantamiento en las filas de votación con los colectivos y actores armados, que también dependen de la continuidad de Nicolás.
La elección de una académica mujer respetada por todos los venezolanos es parte de una apuesta por continuar en la ruta electoral, por hacer más difícil y costoso al régimen la consolidación de la dictadura. No obstante, el retorno a la democracia de Venezuela es complejo y el chavismo liderado por Nicolás Maduro ya tomó la senda de Daniel Ortega en Nicaragua y aspira a gobernar hasta la vejez, como los Castro lo hicieron en Cuba.
No hay una fórmula, ni método o estrategia para salir de la dictadura, en un contexto regional en que ascienden y se consolidan los autoritarismos: Cuba, Nicaragua, El Salvador y Venezuela son evidencia clara de que en América Latina aún no superamos la sombra de los enemigos de la democracia, una sombra que se cierne sobre todos.
(*) Vocero e investigador del Observatorio de Venezuela de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario y coordinador del Radar Colombia Venezuela en alianza con la Fundación Konrad Adenauer.