Coello, pueblo del Tolima, fue el habitual sitio de vacaciones de un muchacho cuyo padre había sido diplomático en Bélgica, donde vivió los primeros nueve años de su vida y en donde alguna vez se perdió-tenía 7 años-; pero logró salvar su vida por una devoción insuperable por sí mismo.

Por supuesto era Álvaro Mutis, el poeta y escritor que tanto dio de qué hablar hacia finales del Siglo XX. Para mí, mejor poeta que novelista. Su poesía recogía el sufrimiento del hombre, con un fondo de pesadumbre viva, que hacía presencia aun en medio de la sonrisa infaltable de este bogotano ligero, que iba descubriendo los motivos alegres de la vida al lado de los sueños de Caronte salvando con su barca de su propio pasado al pasajero.

“… Y es entonces cuando peso mi exilio / y mido la irrescatable soledad de lo perdido / por lo que de anticipada muerte me corresponda / en cada hora, en cada día de ausencia / que lleno con asuntos y con seres / cuya extranjera condición me empuja / hacia la cal definitiva/ de un sueño que roerá tus propias vestiduras...”.

Álvaro Mutis Jaramillo, como El extranjero de Albert Camus, cae muerto finalmente en medio de sus propios desahucios.

Mutis tomaba largas vacaciones en el billar del pueblo. Era un virtuoso de ese juego aparentemente tonto. Lo conocía como un maestro y sus series de carambolas dejaban admirados a otros vagos como él, que vivían en el café. Pero un día, en un reportaje al joven alto, garboso, bien parecido y con voz recia y grave que lo volvió locutor en la Radiodifusora Nacional donde comenzó su vida, le preguntaron sobre la conocida carambola bola a bola, que reunidas las dos primeras bolas no es más que tocar la tercera. “No, esa carambola no es posible botarla”, dijo sentenciosamente Mutis. Agregó: “Pero si a usted le pasa por la mente una duda, no hará la carambola por más regalada que esté”.

Parece mentira, pero en esa respuesta se encuentra toda la sicología del hombre, su convicción y capacidad de obrar, que se extiende a todas sus acciones. Mas si usted tiene duda de lo que hace, la voluntad entra en la indecisión y pierde la carambola. Situación que sin duda se extiende a cualquier empresa que asuma el ser humano. La falta de convicción lo convierte en un perdedor.

Eso, la elucubración, es sabio y sicológico como se pudo evidenciar en el campeonato mundial de Qatar. Acabo de comprobarlo una vez más. Vi a varios jugadores de equipos famosos, campeones del mundo, vacilar en su propio juego al cobrar los penales. Allí estaba el perdedor, esclavo de la duda. Un penal es una carambola bola a bola, como intuía Mutis, lo que hace que por la incertidumbre del ejecutor bote el penal inexorablemente. Todos aquellos personajes caían en una falta de definición intelectual.

Es la duda metódica de San Agustín, o el delirio de los temores que acosan y vuelven pequeño a ese hombre caminante con su propia debilidad. La falta de aquello que intuía Rudiard Kipling en su poema If, “si cuando todo está perdido puedes el alma levantar...”.

Ah, pero mientras los franceses activados momentáneamente por Kylian Mbappé vivieron un momento de felicidad, esquivo e incierto, a Messi se le encontraba la mirada fija, obsesiva, sin distancia, que comunicaba a sus diez compañeros su decisión de ganar, como si fuera la fuente inagotable del delirio y el poder humano. Viendo esa mirada de Messi y la de los perdedores, yo evocaba a Mutis con su hondo conocimiento humano, así no haya sido más que un poeta que daba vuelta a la hoja para redescubrir a ese constante soñador que era y que podía hacer realidad su destino, por encima de las tempestades oblicuas de la vida.