Oratoria y manifestaciones
Quien se sienta un demócrata no puede estar en contra de los desfiles y manifestaciones hechas por el pueblo para expresar la aceptación o no de una política.
Los pueblos inventaron la oratoria, salida de un ingenioso instrumento: la lengua; y allí estuvo quizás el arma más poderosa que siempre tuvieron. Se cuenta que el gran fabulista Esopo dijo en una de sus fábulas que la lengua hacía amistades o enemistades, guerras, paz, homenajes, discordias y calumnias.
Sí, ciertamente el hombre expresa sus opiniones con la oratoria y recorre distancias para exponerlas. Allí está, por cierto, el origen de aquella democracia que inventó otro griego: Pericles. De modo que quien se sienta un demócrata no puede estar en contra de los desfiles y manifestaciones hechas por el pueblo para expresar la aceptación o no de una política. La Constitución las salvaguarda como un elemento esencial de la sociedad. Nada de esto se puede ver en Cuba, ni en Nicaragua y ahora tampoco en Venezuela, donde el dictador Maduro está rodeado de unos cuerpos criminales que él mismo llamó los “colectivos”. Matan de verdad.
Así, pues, la marcha convocada por el propio gobierno del día 14 de febrero, en orden de darle a la población unas explicaciones sobre sus proyectos de ley, fue democrática y ordenada, salvo algunas excepciones en Cali. Y legítima, como lo fueron las marchas del día 15 convocadas con la misma intención -pero contraria- por la oposición. Hay que agregar que cada uno se siente respaldado por el pueblo, aunque hay pueblo aquí y allá. Esto quiere decir en verdad que el pueblo son muchas, miles de personas. A veces millones. Y no piensan lo mismo. Tal vez fue Churchill quien expresó que la unanimidad en la opinión del pueblo solo se da en una sociedad de imbéciles o de oprimidos.
El presidente Petro sabe de estas cosas, porque siempre estuvo entre manifestaciones y porque nació además con el don de la palabra. Habló pues con claridad el 14 y entregó sus proyectos al Congreso para la labor exclusiva de analizarlos y adecuarlos al orden jurídico. Nada reprochable. Él es, ciertamente, un combatiente de la política. De paso debo decir que jamás he sido su partidario.
Mas la oposición ejerce a sí mismo un derecho constitucional igualmente, cuando expone sus objeciones a tales proyectos, cosa que no puede ser desconocida por el gobierno con actos de poder. Hay que respetar ese derecho, sobre todo cuando se ejerce sin atropellos ni vandalismos.
“El respeto al derecho ajeno es la paz”, proclamó el apóstol de América en su más pura expresión de la raza precolombina, don Benito Juárez. O sea que si se respetan esos derechos elevados también con el concurso del pueblo, debería haber paz. Todos la queremos y estamos de acuerdo con su búsqueda, proclamada por el actual gobierno. Ese, por supuesto, es un fin que dentro de las banderas del cambio persigue el doctor Petro.
Así lo dice él. Y pienso que apoyamos esa iniciativa la gran mayoría de los ciudadanos colombianos que amamos de verdad a este bello país, que sentimos en la sangre como una patria que merece ese don inapreciable.
Claro que el Congreso debe entrar -como siempre- al estudio juicioso de los proyectos. Se lo que es eso. Buscar la juridicidad en la confrontación de las ideas, de la legislación comparada, de la equidad, que es lo que busca, con amor a su patria, un parlamentario en el proceso permanente del cambio para mejorar las cosas. No para imponerlas con la fuerza o la presencia amenazante de unas cuantas multitudes. Eso afortunadamente no es lo que veo en la conducta de Petro, un parlamentario a punto de jubilarse, si no fuera porque la democracia lo llevó a la Presidencia de la República. No olvidemos la frase del mexicano Juárez y respetemos el derecho de los demás.
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