Acabamos de entrar a un nuevo año. 2023. ¡Felicidades! Simplemente se fue a la basura la última página del almanaque anterior y entramos a estrenar uno nuevo. Sencillo y simple. Pero ¡ah! que en los comienzos de nuestra existencia como sociedad tener un almanaque fue una labor difícil. Se recuerdan muchos calendarios, incluso los aztecas tenían uno, equivocado sí, pero calendario. Y se puede recordar que cuando el mundo tuvo dos grandes imperios, los egipcios y los babilonios o mesopotamios, fueron ellos los iniciadores de las matemáticas y de la astronomía y por lo tanto de los almanaques, como quiera que es una necesidad síquica, social e histórica marcar los días y los años. Los enredos a la topa tolondra fueron abundantes. Obsérvese cómo, aun en la Biblia, por el desconocimiento de lo que verdaderamente era un año, se llega a ponerle a Matusalén una edad de 900.
El asunto es que, sin un telescopio, que solo existió con Galileo, los sabios antiguos medían las sombras y calculaban las distancias. Y a punta de ojo, fueron reconociendo planetas y calculando por su luz las grandes lejanías de la tierra y el firmamento, que ya antes de Copérnico y del ya citado Galileo, se consideraba redonda y girando alrededor del sol. Los años pues fueron inciertos y de pronto, en plena primavera, aparecía nevando.
El asunto es que cuando el gran Julio César dominaba el mundo desde que dominó a Egipto, genio como era, conoció en este imperio a un sabio alejandrino, astrónomo y matemático, llamado Sosígenes. Era el año 42 antes de Jesucristo. Y este egipcio entró a la elaboración de ese que se llamó el calendario Juliano, que realmente fue el primer calendario de verdad. ¿Cómo pudo saber Sosígenes que el año que se gastaba el mundo en cubrir la órbita de giro alrededor del sol era un año? ¿Y cómo que el tiempo utilizado marcaba trescientos sesenta y cinco días y seis horas? Asombroso, solo se equivocó en 9 minutos y 9 segundos. Para corregir este tiempo suelto que antes se acumulaba y alteraba el tiempo, Sosígenes se ideó que cada cuatro años debía agregarse en el mes de marzo un día que se llamó “bisesto kalendas Marzi”.
Realmente allí estamos, sin que sepamos exactamente cómo hizo sus cuentas el sabio alejandrino. El calendario romano quedó así:
El año empezaba a principios de marzo (martius, de Marte, dios de la guerra) que era el primer mes de primavera, cuando se decidían las campañas militares del año. Los meses iban desde martius hasta februarius, así: 1. Martius mes de Marte. 2. Aprilis mes de apertura de las flores. 3. Maius mes de Maia, diosa de la abundancia. 4. Junius mes de Juno, diosa del hogar y la familia. 5. Quintilis: mes quinto. 6. Sextilis: mes sexto. 7. September mes séptimo. 8. October mes octavo. 9. November mes noveno. 10. December mes décimo. 11. Januarius mes de Jano, el dios latino de dos caras. 12. Februarius: mes de las hogueras purificatorias (februa). Después marcaron Julio en honor de César y Agustus su sucesor.
Cuenta Plutarco -Vidas paralelas- que cada mes traía un día de suerte que llamaban Idus. Un día un adivino encuentra a César en la calle y le dice: “Cuídate de los idus de Marzo”. César no paró bolas, y el día señalado se encontró al adivino y le dijo: “Ja, ja, mira que llegaron los idus de marzo, y no pasó nada”. El adivino lo miró y agregó: “Sí, llegaron pero no han pasado”. Una hora después, al entrar al Senado, frente a la estatua de Pompeyo, cayeron los puñales contra el gran héroe romano.